Pov Daniela
Una vez más, aceptó mi reto. Se apartó de mí y se sentó sobre mis caderas, arrancando mi camisa. Nunca había estado tan cachonda en mi vida como en ese momento. Escuché los botones caerse por los asientos de cuero, y mi único pensamiento era que quería estar dentro de ella. Y joder, cada vez que la sentía, era mejor que la anterior. Sus caderas golpeándome, haciéndome entrar más profundo, jadeando y gimiendo en sus pechos.El tiempo perdió su significado cuando la tumbé sobre el asiento, con la intención de darle una lección. Necesitaba más, y puse sus piernas en mis hombros, entrando más profundamente. Pero en algún lugar de aquel oscuro y silencioso espacio, tan solo con los sonidos de nuestro placer, algo cambió. La rabia se volvió… desesperación?
Desesperación porque me estaba perdiendo en ella. Desesperación porque esto iba a terminarse muy pronto y no volvería a ver a esta preciosa mujer debajo de mí. Y no quería eso, porque por mucho que odiara lo que me hacía sentir, siempre quería repetirlo una vez y otra vez. Quería repetirlo cada día y cada noche. Quería ver su cabello sobre mi almohada y escucharla gritar mi nombre. “Oh dios“ gemí. “Joder, no puedo parar“ Otro muro se derrumbó. Cuando estábamos juntas de esta manera, mi máscara desaparecía.
Y cuando empezó a entrarme el pánico, ella me salvó.
“Yo tampoco.“ Nunca antes me habían tranquilizado tanto dos simples palabras. Ella también lo sentía. No teníamos que explicarnos; lo entendíamos. En esta situación, éramos iguales. Dos personas egoístas aprovechándose una de la otra, y por un momento me pregunté si podría continuar. Habría alguna manera de estar así? Tener nuestros cuerpos y nada más? Ella empezó a estrecharse a mi alrededor, arqueando la espalda y atrayendo sus bonitos senos a mi cara. Intenté aguantar, para hacer que durara más tiempo pero su orgasmo estimuló el mío, y pronto me corrí dentro de ella.
Completamente agotada, aparté sus piernas y hundí mi cara en su cuello. Quería tener cuidado, pero no encontré la fuerza. Esto era tan diferente, estar así tumbados. Ella pasó sus dedos por mi pelo y mis ojos se cerraron. Mi mente me decía que era hora de irse, de volver a levantar el muro, pero mi cuerpo me rogaba que me quedara. El aire era frío contra mi piel sudada, su respiración movía sus pechos contra el mío e intenté que ese momento durara el más tiempo posible. A medida que volvía a la realidad, mi cerebro ganó y me aparté de ella. Y aunque la situación no tenía ni pizca de gracia, casi sonrío mientras me ponía mi camisa rota. No habían pasado solo dos semanas desde que ella llevaba su camisa rota de la misma manera? Una vez más, las tornas se habían cambiado.
Apreté la mandíbula con fuerza. Esto no podía continuar. Yo era su jefa, ella era mi empleada. Ya había roto como 100 normas corporativas, sin mencionar las morales. Y por mucho que me gustara la idea de usarnos solo para el sexo, nunca funcionaría. Nunca podría ponerla en esa situación. Ya nos habíamos puesto a las dos en una situación peligrosa; si alguien nos viera… bueno, ni siquiera podía pensar en eso. No quería ningún tipo de relación con ella.
“
Esto no puede volver a pasar“ dije, sin ni siquiera mirarla. Y entonces, y solo porque sabía que tenía que hacer que me odiara más, la miré y añadí, “Las dos lo entendemos, verdad, señorita Garzón?“
Estaba confusa. Mis palabras y mis acciones no iban exactamente de la mano. Pero entonces su expresión cambió, y supe que estaba en un lío. “Dígale a Mafe que allí estaré, señorita Calle. Y salga del puto coche“
Mierda. Lo sabía. De repente no quise irme. Sabía lo que quería decir. Quería conocer a Mario. Joder.
Volví a la realidad en cuanto mi móvil sonó. Salté ligeramente, buscándolo en el fondo de mi bolsa. Mi madre. Ahora no, la llamaría más tarde. Bajé la vista a mi regazo y me di cuenta de que tenía otro problema; la tenía dura como una piedra. Esta es exactamente la razón por la que intentaba evitar pensar en la pasada noche. Dejé el móvil en la cama y miré el encaje que todavía estaba en mis manos. Ese era el último par. Esa parte de nuestra relación estaba terminada y teníamos que continuar viéndonos cada día y mantener las distancias. Sin problemas, podía hacer eso. Caminé hasta el armario, abrí el cajón y guardé allí las bragas. Se uniría a las demás y me desharía de ellas de una vez.
Lo que admito, no me hacía gracia, porque realmente me gustaba tenerlas. Me quité el resto de la ropa y me dirigí a la ducha. Tenía un problema del que ocuparme antes de cenar con mi familia.
Estaba dispuesta a pasar una noche relajada, sin entrometidos pensamientos sobre la señorita Garzón. Entré en casa de mi hermana. “Hola? Hay alguien?“ llamé mientras cerraba la puerta. Una pequeña risa me dio la bienvenida desde el salón, mientras miraba a Mia ponerse de pie, y caminado hacia mí. “Ah, am petate chérie“ sentí como una sonrisa cruzaba mi cara, mientras los rizos de sus coletas saltaban. Se movió rápido y la cogí en brazos.
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La Oficina
Ficção GeralPoche es una secretaria que trabaja para la gran empresaria Daniela Calle. Su aventura empezó solo con sexo y se convirtió en un gran amor. Daniela Calle es intersexual.