Daniela Calle

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Dios mío.  Estaba tan jodida. Llevaba mirando el techo desde que me había despertado hacía 30 minutos. Dura. Otra vez. Y esta vez era incluso peor que las otras 296 que me había despertado de esta manera. Esta vez, sabía que lo había estropeado. Nueve meses. Nueve jodidos meses empalmado todas las mañanas, masturbándome y fantaseando con alguien que ni siquiera deseaba. Bueno, eso no era del todo verdad. La deseaba. La deseaba más que a ninguna mujer que había visto. El gran problema era que la odiaba. Bueno, quizás no… no, la odiaba. Era una de las mayores zorras que había conocido. Y ella también me odiaba. Quiero decir, me odiaba de verdad. En mis 35 años, nunca había conocido a nadie que me sacara tanto de mis casillas como mi secretaria. Maria Jose . Bueno, la señorita Garzón. Solo su nombre hacía que se me pusiera dura. Jodida traidora. Me quedé mirándola. Ella era la culpable del lío en que me había metido. Me froté la cara y me senté. Qué coño iba a hacer? Dios, por qué no podía mantenerla en mis pantalones? Me las había apañado durante nueve jodidos meses. Y había funcionado. Mantuve la distancia, dándole órdenes, demonios, incluso admitía que había sido una capulla. Y entonces, simplemente perdí el control. Todo me llevó un momento, sentado en aquella sala en silencio, con su olor robándome, y aquella jodida falda me animó.

La eché sobre la mesa; sus piernas se abrieron para mí, sus caras bragas de encaje aterrizaron en el suelo. Introduje dos dedos dentro de ella, y el sonido de su placer me estremeció hasta mi doloroso miembro. Estaba tan celosa de mis propios dedos; quería estar dentro de ella. Impulsándome dentro y fuera, escuchándola gritar mi nombre y castigándola por hacer que la deseara tanto. Mi mente ganó a mi cuerpo y me aparté. Agarró mi blusa , tirando hacia ella, diciéndome que terminara lo que había empezado. Sus labios chocaron contra los míos, saboreándola, burlándose de mí. Ella siempre se burlaba de mí. Su aspecto, su olor, incluso su risa. Necesitaba controlarme ahora. Agarré su bonita camisa y se la abrí, arrancándola, los botones volaron por toda la sala y por fin sus bonitos senos estaban expuestos para mí. Sus manos temblorosas alcanzaron mi cinturón, revolviéndolo para abrirlo. La deseaba tanto como yo. La rabia me invadió cuando pensé eso. Cómo podía actuar todos los días como si yo no fuera nada, como si ella fuera demasiado buena para mí? Cada día en el trabajo, ella estaba tan relajada, tan fría y en el fondo estaba tan salida como yo. Sentí como se me ponía más dura, batallando en mi interior con diferentes sentimientos. Su mano la agarró, acariciándola con firmeza, y vibré ante su tacto.

Alcancé la mesilla de noche y cogí la pequeña botella que tenía ahí. Cerrando mis ojos, me tumbé y dejé escapar un profundo suspiro. Revolotearon imágenes de ella detrás de mis párpados cuando cubrí mi mano con lubricante y bajé hasta mi miembro.

Le subí la falda, y pude ver sus bonitas partes depiladas. Cuando la toqué, me di cuenta de que no tenía nada de bello, pero verlo delante de mí, hizo que mis músculos  se tensaran y que mi miembro se moviera. Era divertido como algo tan simple podía cogerte por sorpresa. Me lo había imaginado de todas las maneras posibles, y finalmente, verlo hacía que me temblaran las rodillas. No la advertí cuando me introduje en ella. Y joder, era mejor de lo que había soñado.

Me acaricié, haciendo círculos en la punta y volviendo hacia abajo. Imaginándome que mi mano era la suya. Mi miembro se movía y palpitaba con cada caricia. Me permití gemir, y ya podía sentir mi inminente orgasmo. Cerré los ojos y continué perdiéndome en los recuerdos de la pasada noche.

Me burlé de ella, diciéndole que era una calientapollas. Pero ella todavía seguía haciendo lo mismo, diciéndome que los había tenido mejores. Me invadió la rabia. La lujuria abrumó mis sentidos. Iba a borrar todos los hombres que tenía en sus recuerdos. Gruñí, empujándola contra la ventana, ordenándole que se abriera para mí. Iba a humillarla, mostrarle al mundo como era. Me introduje en ella, purgándome a mi misma de esta necesidad, follándomela tan fuertemente como había soñado. Sus quejidos y gemidos eran la música más dulce que había escuchado. Quería que dijera mi nombre. Para saber que era yo el que la estaba haciendo sentir de esa manera. Sus músculos empezaron a estrecharse a mi alrededor, agarrándome, llevándome más adentro. Gritó, y golpeó el cristal.

Mi mano se movió más rápido ante el recuerdo de sentirla y escucharla. Acaricié y apreté mi miembro, mis caderas se elevaban de la cama, mientras agitaba mi manó con fuerza. Podía sentir llegar el clímax mientras mis pensamientos volaban de nuevo hacia la noche anterior.

Estas Jodida Daniela Calle.


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