capitulo 56- Nada es para siempre

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Pov Daniela

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Pov Daniela

Comprobé por última vez mi despacho y después de echarme un vistazo en el espejo que colgaba al lado de la mesa de Poche, me dirigí al ascensor. Mi mente estaba pensando en llevar a Poche a París, enseñarle todo lo que a mi me encantaba y poder verlo a través de sus ojos. Sonreí y sacudí la cabeza cuando las puertas doradas se abrieron, y me di cuenta de que aún estaba sudada.

Salí del ascensor y continué por el pasillo, sonriendo a la asistente de mi padre y saludándola con la mano. Llamé a la puerta, entré en su despacho y le sonreí.

Pero él no me sonrió.

Supe en ese momento que, finalmente, nos habían descubierto.

Mi padre estaba sentando en su enorme mesa, con la barbilla apoyada sobre sus dedos tensados, con una expresión endurecida en la cara. Mis ojos examinaron la sala, deteniéndome en el familiar rostro de un hombre, sentado enfrente de mi padre. Mi mandíbula se tensó y mi estómago dio un vuelco mientras comenzaba a atar cabos. Lo miré, y me sonrió.

Daniela“ dijo mi padre, mientras estiraba los brazos sobre la mesa para coger su pluma dorada. “Creo que ya conoces al señor González.“

Asentí. “Sí, señor.“

Pensé en la cena de aquella noche, lo encantado que estaba de volver a ver a mi viejo amigo. Mi padre cogió aire. “Daniela, te he llamado porque el señor González ha hecho unas acusaciones muy graves contra ti. Pensé que lo mejor sería que pudieras defenderte tú misma.“ Un nudo pesado senti en mi pecho, mientras él continuaba hablando. “Ha dicho que durante el tiempo que tú y la señorita Garzón pasaron en Seattle, tu comportamiento fue inapropiado. Para ser más específicos, ha dicho que fue testigo de como se besaban apasionadamente antes de entrar en su habitación juntas.“

Su voz sonaba incrédula, parecía que casi se estaba mofando y sentí como mis hombros se relajaban un poco. Me di cuenta de que no me había llamado para darme una reprimenda, si no para que yo me defendiera de lo que él pensaba eran falsas acusaciones.

El silencio en la sala me presionó, amplificando mi falta de palabras. Mis ojos se fijaron en el suelo, a modo de defensa. Escuché como alguien se aclaraba la garganta, pero no sabía muy bien quién. Mi padre se puso de pie, rodeando la mesa y caminando hacia la puerta.

“Creo que ya hemos terminado, señor González. Gracias por informarme.“ Hizo una pausa, haciendo que el prologando silencio incrementando mi miedo. “Y apreciaría su discreción.“

“Por supuesto, Germán.

La puerta se cerró y exhalé profundamente, caminando hasta las amplias ventanas. Y esperé.

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