Capitulo 51- Brazalete

1.9K 70 0
                                    

Pov Daniela

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pov Daniela

Encontré mis bóxers en la silla de al lado de la cama, me los puse, también mi top que está tirado y caminé hacia el salón, cerrando la puerta silenciosamente. La sala era más grande de lo que pensaba, y las enormes ventanas se alineaban en las paredes color chocolate, avisándome de que debía encender la luz. El suelo era del mismo color cereza que la habitación, cubiertos también por una alfombra. Era obvia la gran dedicación que había en cada detalle de la sala; desde las fotografías en blanco y negro que adornaban las paredes, hasta la lámpara araña de cristal que colgaba sobre dos grandes y cómodos sofás, colocados enfrente de una decorada chimenea.

Cogí una manzana del bol que había sobre la mesita, tomándome mi tiempo para admirar algunas de las fotos, reconociendo a Poche instantáneamente. Había fotos de los que, supuse, serían sus padres, otras con algunos adolescentes y bastantes recientes. Me detuve en cuanto reconocí una que ya había visto antes. La misma foto que decoró la mesa de mi despacho durante años, en un marco digital; una preciosa chica estaba de pie entre mis padres, sonriéndome. Sabía que la chica de la foto era María Jose desde que habíamos empezado a trabajar juntas, pero verla aquí, en su casa, era surreal.

Siempre supe que Poche pasaba tiempo con mi familia, pero obviamente me había desinteresado por la importancia de ellos en su vida. Me acordé de verla con Mia.

Parecían muy cómodas, como si para la niña fuera la cosa más natural del mundo estar en el regazo de Poche. Verlas juntas evocó en mí un sentimiento que nunca había sentido.

Por primera vez en mi vida, la idea de tener niños se convertía en una posibilidad, en lugar de un acontecimiento vagamente ambientado en un futuro lejano, pero yo quería hijos con ella, quizás unas niñas hermosas dios. Mi cuerpo se tensó y me enderecé cuando dos brazos rodearon mi cintura.

“Aquí estás,“ susurró lentamente, plantando un beso en mi espalda.

“Tenía hambre,“ murmuré, girándome en sus brazos, y enseñándole la manzana mordida.

“Intenté no despertarte.“

“Uhmm. Bueno, mi sábana se había ido,“ respondió, abrazándome con más fuerza y levantando la barbilla. “Te echo de menos cuando no estás allí.“

Sonreí y me incliné para besar suavemente sus labios, deleitado de que se hubiera referido a la manera en como la abrazaba mientras dormía.
“Veamos que podemos hacer para asegurarme de que no me echas de menos,“ susurré contra sus labios. Asintió y acaricié su mejilla con el reverso de mi mano.
“Recuerdas la regla acerca de que no podía irme sin darte un beso de despedida?“
“Sí,“ respondí mientras seguía acariciando su cara.
“Me gustaría la misma regla para ti,“ dijo suavemente, con un ápice de tristeza en su voz.
Mi mano se detuve y la miré a los ojos. Le preocupaba que me fuera?
“Prometo que nunca me iré sin besarte primero. No voy a irme a ningún lado, amor… además, te besé. Justo aquí,“ susurré, acariciando con mi pulgar su labio superior, plantado ahí un pequeño beso. “Y aquí,“ me aparté ligeramente y me incliné, cubriendo su pecho con mi boca mientras ella gemía. “Te he dicho ya lo mucho que me gustas con mi camisa?“
“Puede que lo mencionaras,“ dijo suspirando, mientras mi boca se movía hacia el otro pecho. Sus manos se aferraron a mi pelo, atrayéndome a ella. Mi lengua se movía sobre su pezón endurecido por encima del fino algodón de mi camisa, mordiéndolo un poco, sintiendo como me endurecía al escuchar los sonidos que ella hacía. “No has dicho que querías comer?“ preguntó casi sin aliento, moviendo sus dedos por mi pelo.
“Oh, estoy a punto de hacerlo.“
Me puse de rodillas enfrente de ella, levantando el borde de la camisa y agarrando sus caderas con mis manos, atrayéndola a mí. Los músculos de su estómago se tensaron bajo mis labios mientras besaba el trayecto hasta su ombligo.
“Pero-“ dijo, protestando.
“Shh…,“ respondí, empujando ligeramente su espalda, haciendo que el cuero del sillón chirriara cuando se tumbó sobre el. “No puedo esperar.“
Daniela, amor“ susurró suavemente, mirándome a los ojos en la oscuridad.
Coloqué las palmas de mis manos en el interior de sus muslos, apartándolos, dejándola abierta y expuesta para mí. Mis ojos viajaron por su cuerpo, perfectamente iluminado por la tenue luz de la luna. Deslicé mis manos hacia sus caderas, llevándola hasta el borde del sofá, haciendo que jadeara. Sin malgastar más tiempo, levanté sus piernas, colocándolas sobre mis hombros, girando mi cabeza para besar su muslo.

La Oficina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora