Continuación

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“Dígalo. Quiere correrse, señorita Garzón? Respóndame o pararé, y tendrá que hacer algo más“ dijo entre dientes, entrando más y más profundamente dentro de mi con cada embestida.


“Si.. joder si… oh dios mío… mierda!“ grité mientras mis manos golpeaban el cristal, todo mi cuerpo temblaba ante el orgasmo que estaba invadiendo mi cuerpo, dejándome sin aire. Cuando finalmente me calmé, se apartó y me dio la vuelta para encararla, y sus labios se encontraron con los míos de nuevo, con agresividad.

Mis manos encontraron su pelo y tiré de el, mientras nuestras lenguas se deslizaban una contra la otra. Liberé una mano y la llevé hasta su pulsante erección, entre las dos, y comencé a acariciarla dinámicamente, haciendo que sus gemidos sonaran en mi boca. Me aparté de sus labios, mirándolo con los ojos entrecerrados. “Ahora quiero que todo Chicago vea tu cara mientras yo hago que se corra tan fuerte que olvidarás tu nombre“

Gruñí, deslizándome hacia abajo y tomando su miembro con mi boca. Todo su cuerpo se tensó y yo dejé escapar un profundo gemido de placer por la mezcla de mi sabor con el suyo, vibrante y delicioso. La miré, sus manos y su frente descansaban sobre el cristal, y sus ojos estaban cerrados con fuerza.

“Oh joder… joder, jo*der JODER!“ gritó, mientras sentía su sexo palpitante contra mis labios. Empezó a derramarse en mi boca mientras yo me tragaba cada gota. Una mujer de verdad no tiene miedo a tragar. Ese siempre había sido mi lema, y todavía no había decepcionado a ningún hombre. Y por su cara, pude ver que era muy poco probable que alguna de esas grupis de la otra oficina la hubieran hecho alguna vez. Perras remilgadas. Dios, de donde venía eso?

 Lo saqué de mi boca y se tambaleó, cayendo sobre la silla, intentado calmar su respiración.

Yo me quedé de pie, bajándome la falda y encontrándome con sus ojos. Los segundos pasaban, y ninguno de las dos miró hacia otro lado. Sin decir una palabra, me arropé la blusa desgarrada y salí de la sala, rezando para que mis piernas temblorosas no me traicionaran. Cogí el bolso de la mesa, apagué el ordenador y me puse la chaqueta, intentado desesperadamente abrocharme los botones con mis dedos temblorosos. La señorita Daniela todavía no había salido, y casi corro hacia el ascensor rezando para que se quedara allí y no tener que encararlo de nuevo. No pude pensar en lo que había pasado hasta que salí de allí. Las puertas se abrieron y le di al botón del vestíbulo, observando como descendían los pisos. Las puertas doradas se abrieron y corrí hasta la entrada. Escuché brevemente como el guardia de seguridad decía algo de trabajar hasta tarde, pero simplemente le saludé con la mano y pasé de él.  Con cada paso, mi cuerpo recordaba lo que había pasado durante la última hora. Cuando llegué a mi coche, apreté el botón de la alarma, abrí la puerta y me derrumbé sobre el asiento de piel. Miré hacia arriba y me miré en el espejo retrovisor

Que Carajos Ha Sido Eso?

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