Chapter 55

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GWEASLEY

Athenea:

Comparados con los sosos escaparates de las tiendas de los alrededores, cubiertos de carteles, los del local de Fred y George parecían un espectáculo de fuegos artificiales. Estaba una figura gigante de los gemelos que se sacaba el sombrero y de él aparecía un conejo. Y como mencionaron, el muñeco tenía un ojo azul y mechones de cabello blanco. Al pasar por delante, los peatones se volvían para admirarlos y algunos incluso se detenían para contemplarlos con perplejidad.

El escaparate de la izquierda era deslumbrante, lleno de artículos que giraban, reventaban, destellaban, brincaban y chillaban; no pude evitar reír al verlo. El de la derecha se hallaba tapado por un gran cartel morado, como los del ministerio, pero con unas centelleantes letras amarillas que decían:

¿Por qué le inquieta El-que-no-debe-ser-nombrado?
¡Debería preocuparle LORD KAKADURA,
a epidemia de estreñimiento que arrasa el país!

Primero reímos, pero luego, recordé lo peligroso que podía ser eso y le pedí a mis padres que los protegieran y ellos asintieron. La tienda estaba abarrotada de clientes que no podías acercarte a los estantes. Sin embargo, miró fascinado alrededor y contempló las cajas amontonadas hasta el techo: allí estaban los Surtidos Saltaclases que con los gemelos habíamos perfeccionado durante su último curso en Hogwarts; el turrón sangranarices era el más solicitado, pues sólo quedaba una abollada caja en el estante. También había cajones llenos de varitas trucadas (las más baratas se convertían en pollos de goma o en calzoncillos cuando las agitaban; las más caras golpeaban al desprevenido usuario en la cabeza y la nuca) y cajas de plumas de tres variedades: autorrecargables, con corrector ortográfico incorporado y sabelotodo. Me abrí paso entre la multitud hasta el mostrador, donde un grupo de maravillados niños de unos diez años observaban una figurita de madera que subía lentamente los escalones que conducían a una horca; en la caja sobre la que se exponía el artilugio, una etiqueta indicaba: «Ahorcado reutilizable. ¡Si no aciertas, lo ahorcan!»

—«Fantasías patentadas»... —una caja con una llamativa fotografía de un apuesto joven y una embelesada chica, ambos de cabello rubio platinado, en la cubierta de un barco pirata—. «Tan sólo con un sencillo conjuro accederás a una fantasía de treinta minutos de duración, de primera calidad y muy realista, fácil de colar en una clase normal de colegio y prácticamente indetectable. Posibles efectos secundarios: mirada ausente y ligero babeo. Prohibida la venta a menores de dieciséis años.»  - ¡Wow, esto es magia muy avanzada! —comentó Lizzie

—Por haber dicho eso, Lizzie —nos sorprendió una voz a nuestras espaldas—, puedes llevarte una gratis. — Nos dimos la vuelta y era Fred, que sonreía radiante. Llevaba una túnica de color magenta que desentonaba con su cabello pelirrojo. Corrí a abrazarlo, lo había extrañado mucho

—¿Cómo estás, mi bella Slytherin? 

— Mejor ahora que te veo, y George? No tienes idea lo mucho que los extrañé

— Y tú del susto que tuvimos al verte en el periódico, tratamos de comunicarnos con tus abuelos, pero fue imposible, y tampoco pudimos ir a la mansión, ya que no aceptan a nadie sin cita previa, es una fortaleza. Así que lo sentimos. Pero quedamos un poco tranquilos tras la declaración de tu abuelo.

Fred nos guio hacia el fondo de la  tienda, donde había un tenderete con trucos de cartas y de cuerdas.

—¡Trucos de magia muggle! —explicó Fred con entusiasmo, señalandolos—. Para los bichos raros como mi padre que se pirran por las cosas de muggles. No deja mucha ganancia, pero se venden bien; la gente los compra por la novedad. ¡Ah, mira, ahí está George!

The Last GrindelwaldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora