Chapter 51 maraton 1/4

47 5 0
                                    

Juramento Inquebrantable

Narrador omnisciente:

¡Espérame, Cissy!

Pero la mujer que iba delante, que se había detenido y vuelto la cabeza para mirar hacia el lugar donde se había producido el destello, subía ya por la ribera en la que el zorro acababa de caer.

—Cissy... Narcisa... Escúchame.

La mujer que iba detrás la alcanzó y la agarró por el brazo, pero ella se soltó de un tirón.

—¡Márchate, Bella!

—¡Tienes que escucharme!

—Ya te he escuchado. He tomado una decisión. ¡Déjame en paz!

Narcisa llegó a lo alto de la ribera, donde una deteriorada verja separaba el río de una estrecha calle adoquinada. La otra mujer, Bella, no se entretuvo y la siguió. Ambas, una al lado de la otra, se quedaron contemplando las hileras de ruinosas casas de ladrillo con las ventanas a oscuras que había al otro lado de la calle.

—¿Aquí vive? —preguntó Bella con desprecio en la voz—. ¿Aquí? ¿En este estercolero de muggles? Debemos de ser las primeras de los nuestros que pisamos...

Pero Narcisa no la escuchaba; se había colado por un hueco de la oxidada verja y estaba cruzando la calle a toda prisa.

—¡Espérame, Cissy!

Bella la siguió con la capa ondeando y vio a Narcisa entrar como una flecha en un callejón que discurría entre las casas y desembocaba en otra calle idéntica. Había algunas farolas rotas, de modo que las dos mujeres corrían entre tramos de luz y zonas de absoluta oscuridad. Bella alcanzó a su presa cuando ésta doblaba otra esquina; y esta vez consiguió sujetarla por el brazo y obligarla a darse la vuelta para mirarla a la cara.

—No debes hacerlo, Cissy, no puedes confiar en él —le dijo.

—El Señor Tenebroso confía en él, ¿no?

—Pues se equivoca, créeme —replicó Bella, jadeando—. Además, nos ordenaron que

no habláramos con nadie del plan. Esto es traicionar al Señor Tenebroso...

—¡Suéltame, Bella! —gruñó Narcisa, y sacó la varita de su capa, la sostuvo con gesto amenazador ante la cara de su interlocutora. Ésta se limitó a reír.

—¿A tu propia hermana, Cissy? No serías...

—¡Ya no hay nada de lo que no sea capaz! —musitó Narcisa con un deje de histerismo, y al bajar la varita como si fuera a dar una cuchillada hubo un destello de luz. Bella soltó el brazo de su hermana como si le hubiese quemado.

—¡Narcisa!

Pero ya había echado a correr. Bella, frotándose la mano, se puso de nuevo en marcha, manteniendo la distancia a medida que se internaban en aquel desierto laberinto de casas. Narcisa subió deprisa por una calle que, según un rótulo, se llamaba «calle de la Hilandera» y sobre la cual se cernía la imponente chimenea de la fábrica, como un gigantesco dedo admonitorio. Sus pasos resonaron en los adoquines al pasar por delante de ventanas con los cristales rotos y cegadas con tablones; por fin llegó a la última casa, donde una débil luz brillaba a través de las cortinas de una habitación de la planta baja. Narcisa llamó a la puerta antes de que Bella llegara maldiciendo por lo bajo. Esperaron juntas, mientras respiraban el hedor del sucio río diseminado por la brisa nocturna. 
Dentro de la casa:
— Quién es? Esperas visitas?
— Nadie puede saber qué estás aquí Athenea... No quiero que...
— Nadie podrá verme, tranquilo— y su ojo azul se iluminó, mientras tanto Peter pettigrew abrió la puerta. Snape estaba en un sillón leyendo. Narcisa ingresó primero
—¡Narcisa! —saludó Severus—. ¡Qué agradable sorpresa!
—¡Hola, Severus! —repuso ella con un forzado susurro—. ¿Podemos hablar? Es urgente.
—Por supuesto.
En eso ingresó Bellatrix a la sala. Athenea al verla quería acabar con su vida, pero respiró y se concentró para evitar ser vista
—¡Hola, Snape! —saludó con tono cortante al pasar por su lado.
—¡Hola, Bellatrix! —

The Last GrindelwaldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora