Todos estaban reunidos en la mansión Malfoy, el lugar estaba impregnado de una oscuridad tan densa que parecía devorar la luz misma. El aire estaba cargado con una sensación palpable de miedo, sumisión y preocupación, mientras que el eco de los susurros nerviosos de los mortífagos resonaba en las paredes. Luego de las acciones de Athenea, nadie se atrevía a desatar más la ira del señor obscuro o su vida se volvería un verdadero infierno.
Los mortífagos sentados de acuerdo a su orden de importancia, aunque estaban dos asientos vacíos, siempre estaban los principales, Severus, Bellatrix y el joven Draco, se había ganado su lugar cumpliendo todas y cada una de las misiones que se le ocurria a Tom y lo mejor de todo? Nunca fallaba, no por nada los mortífagos temían la relación de Athenea y Draco, separados eran letales, pero juntos eran un arma de destrucción masiva, capaz de destruir al mundo para salvarse. Los demás mortífagos temblaron ante la presencia del Señor Tenebroso, y sus rostros estaban marcados por una mezcla de reverencia y terror. Aunque intentaban mantener una apariencia de compostura, sus ojos traicionaban su profundo temor a su maestro.
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Los pasos de Athenea resonaban en el suelo de piedra con una autoridad silenciosa, irradiando un poder indomable que envolvía toda la sala, llenándola de una energía palpable que ponía los pelos de punta a cualquiera que se atreviera a desafiarla. Su presencia era imponente, destacando entre la multitud con una elegancia fría y un porte regio que la convertía en el centro de atención, pues cada movimiento exudaba una fuerza magnética que atraía las miradas de todos los presentes hacia ella. Su cabello oscuro caía en ondas sedosas sobre sus hombros, enmarcando un rostro perfectos y una mirada penetrante que parecía escudriñar el alma de aquellos que se atrevían a cruzar su camino.
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