Parte 4

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Ángela era la mejor amiga del mundo, esa persona con la que llegas a tener telepatía solo con una mirada. Rubia con el pelo ondulado y ojos de color verde muy suave. A veces parecía enfadada solo porque hacía un gesto con la boca poco bonito, pero eso era porque tenía tanto en la cabeza que se notaba que estaba procesando.

Con doce años llegamos al instituto y ella lo pasó mal porque algunos chicos de la clase le habían puesto un mote estúpido en el colegio, igual que a todos los demás. Un par de años después hizo una tontería y eso lo empeoró todo. Fran, el niño más horrible del planeta, lo aprovechó como hacía siempre, aunque eso era otra historia. Después de un tiempo las cosas se arreglaron y volvieron a ser como antes, pero a ella le afectó sobre todo en los estudios.

En diez minutos estaba en la puerta de su casa y ella estaba ya lista, salimos por la cancela que daba a la avenida de los eucaliptos y nos fuimos por el paseo marítimo hasta una zona más apartada de los restaurantes. Nos sentamos debajo de una de las pérgolas que había de trecho en trecho, con unos bancos de cemento pintados de blanco. Habíamos ido muy calladas todo el tiempo, ella seguramente porque sabía que no la oiría y yo porque ni siquiera sabía cómo empezar.

Así que estuvimos un rato sentadas simplemente mirando el mar, las luces de los barcos de pesca, los grupos de jóvenes con bolsas de botellas para hacer fiestas en la playa. Este año habíamos ido a pocas en comparación con el año anterior, porque había menos gente de la pandilla y tal vez por las cosas que habían pasado a lo largo de esas semanas, sobre todo por una cosa que me había pasado o que no me había pasado o lo que fuera. Eso ahora era poco importante.

Ángela sabía escuchar y sabía dar tiempo a que yo encontrara las palabras, así que no dijo nada. Por fin le conté lo que había dicho mi padre en la cena y lo chafada que me había quedado. Era mi último año de instituto, quería estar centrada, sacar buenas notas, decidir qué estudiar y sobre todo crecer y conocerme un poco mejor a mí misma. ¿Y ahora qué?

—No sé Lu, creo que estás flipando.

—¿Tú crees?

—Claro, para empezar quedan más de quince días para que empiece el curso.

—Se me van a hacer eternos, pufff.

–Puede que sus padres no quieran, que algún familiar les ofrezca lo mismo, que piensen que es mejor una residencia de estudiantes.

—No creo.

—Puede que rechace la beca o lo que sea.

—Lo dudo.

—Piénsalo es 2º de bachillerato, ¿tú sabes cuántas horas habrá que echarle al conservatorio?

—Por lo visto el niño es un repelente, puede que sea de altas capacidades o algo así. Mi madre no tendrá que decirle ni una vez que estudie, "porque los estudios son lo más importante del mundo". —Ángela había oído el discurso suficientes veces como para saber que le diría eso exactamente.

—Anda ya, eso lo dice la que colecciona suspensos y ese niño está todo el día en la playa nadando y haciendo deporte. En cuanto llegue se apuntará a un gimnasio y se ligará a la primera que pille y no lo verás nunca.

—Ya, puede que sí —dije sin mucha alegría.

—Mira Lu, esto es lo mismo de todos los años, estás con la recaída y cuando llegue septiembre te pondrás mejor.

—Lo dices como si fuera una enfermedad.

—Sí, una crónica, de las que hay que aprender a convivir con ellas —lo dijo sin maldad, su padre era médico, pero se le escapó una risita.

—No tiene gracia —contesté haciendo un puchero.

—No se te ha ocurrido pensar que igual viéndote todos los días, a lo mejor... Vamos me puedo equivocar, pero y si surge algo.

—Sí, claro eso estaba yo pensando, que se enamore de mí cuando me vea con mi ropa de estar en casa y el pelo mal recogido. No, mejor, cuando me estrese por los exámenes o cuando descubra que en realidad no soy una chica dulce y amable o, espera, espera, cuando después de todo el curso me coja cariño y me considere como su hermana.

—Bueno, puede que sea insoportable, que huela mal, que deje el cuarto de baño patas arriba, que sea un machista y no ayude en casa, que lo oigas roncar desde tu cuarto, que sea...

—Eso estaría bien, así mi madre lo devolvería a casa...

—Estás pensando a corto plazo.

—¿Cómo? No te entiendo.

—Claro, esto puede ser lo mejor que te pase. Si tu madre lo devuelve, volveremos a tener el mismo problema todos los veranos, pero si le coges asco se acabó el problema y el año que viene llegarás a la universidad y encontrarás a un chico...

—Más alto, más guapo y que me quiera más.

—Eso es complicado.

—Ya. Más alto y más guapo es muy difícil. Lo de que me quiera más eso cualquiera porque no sabe que existo

—Ves, lo estás entendiendo muy bien.

—O... también podríamos hacerle la vida imposible —dije con los ojos entrecerrados.

—No digas eso que no te pega.

—¡Cómo que no! Yo puedo ser tan mala como cualquiera. Es más no creo que tenga que esforzarme mucho.

—Lo que tú digas —contestó levantando la mano para que chocara con ella.

El plan era muy razonable, pero, como yo sabía por experiencia, las buenas intenciones de Ángela eran solo eso. Ella era de esa clase de personas que son optimistas por naturaleza, para ella el vaso estaba siempre lleno y si no te decía que te iba a ayudar a llenarlo, porque era buena gente. Yo sabía que no y que muchas veces cuanto más me ayudaba más se liaban y se complicaban las cosas. Aunque era estupendo tenerla ahí, saber que siempre estaría ahí.

Nos reímos y nos abrazamos como si no tuviera importancia, pero las dos sabíamos que iba a ser el peor curso de nuestra vida.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora