El lunes en el instituto parecíamos sacados de un capítulo de The walking dead. Ángela no sabía a quién acudir. Claudia tenía la misma cara que yo. Carlos parecía más disgustado que nunca. Pablo tenía aspecto serio. El resto nos miraba sin saber que decir. Hasta Fran me preguntó al pasar por mi lado en clase si estaba bien. Aunque se me ocurrieron mil respuestas sarcásticas, me decanté por echarle la culpa al estrés, con mi madre había funcionado. No me extrañó en ese momento, porque las cosas entre nosotros parecían ir como yo quería. Nos llevábamos bien, incluso cuando nos había faltado algún profesor me había preguntado dudas, tal vez pudiéramos ser amigos.
Al salir de clase, Carlos se fue a casa de un compañero, porque tenían que preparar el trabajo que iban a exponer. Para él estaba claro y dijo lo que decía siempre: "todos somos tóxicos". Era posible que tuviera razón y todo, incluso parecía que lo decía por experiencia propia, aunque en aquel momento no pensé por qué se sentía él así, o mejor dicho, por quién.
Claudia empezó a hablar, sacó el móvil de la mochila y nos enseñó una foto de Jose con una chica que le había paseado por la cara durante el fin de semana. Al parecer el sábado anterior habían discutido porque ella inocentemente le dijo lo preocupada que estaba por sus notas, que no eran malas pese a estar estudiando menos, y no sabía si podría entrar en fisioterapia o en enfermería que eran sus dos opciones de toda la vida. La orientadora le había dicho que había otras ciudades donde podía hacerlo si no le daba la nota.
La sorpresa fue que ni siquiera entendía que quisiera ir. Según él, podría hacer muy bien un ciclo formativo en el instituto del pueblo, total para lo que iba a hacer. Claudia tenía 18 años, solo. Hasta donde yo sabía alguien que te quiere cree en ti, te anima, te apoya. En ese momento empecé a entender lo que decía mi madre, era el momento de decidir lo mejor para nosotras, de invertir en nuestro futuro, de pasarlo bien, de salir al mundo, de irte de Erasmus, pero no dije eso, no.
—Los tíos son como los zapatos, todos hacen daño —lo dije con más amargura de la que quería y solo porque Claudia insistió y ya que había empezado seguí—. Los tíos son así, tardan 48 horas en buscarse a otra y esperar algo distinto es ser idiota.
—Podría cambiar —dijo Ángela.
—¿Y para qué quieres cambiarlo? Además la gente no cambia.
—Tú tampoco —me soltó Ángela.
—Pues claro que no voy a cambiar, no merece la pena. Tienes que hacer lo mejor para ti, no lo que quieran los demás. Y ya que estamos bloquéalo, pasa página. —De golpe pensé que eso mismo me lo podía decir a mí misma.
—¿Qué? —preguntó Clau con un hilo de voz.
—Olvídate de él. Seguro que encuentras a alguien mejor.
—¿Eso es lo que te dices a ti misma? —me soltó Ángela.
—Sí —contesté sinceramente
—¿Y funciona?
—A veces...
Y así volvió el silencio hasta que llegamos a casa.
Subí a la buhardilla porque tenía pensado estar allí después de comer hasta que nos fuéramos a jugar al pádel, por soltar algo de adrenalina. No conté con que Pablo no estaba dispuesto a callarse.
—¿Me vas a decir qué te pasa? ¿Cómo le has dicho eso a Claudia?
—Se lo he dicho porque es la verdad.
—¿No crees que te has pasado? Sé que estás enfadada, pero es tu amiga.
—Alguien tiene que decírselo, es la verdad. ¿Qué iba a hacer darle falsas esperanzas, decirle que esto es un malentendido, que todo se va a arreglar por arte de magia, que la tía esa era solo una amiga? Espabila Pablo las cosas son así.
ESTÁS LEYENDO
Deep Blue ©
RomanceLucía desea que el verano antes de empezar el último año de instituto le sirva para decidir que estudiar y comenzar a planificar su participación en el blog literario que organiza su profesora. Sin embargo su padre decide acoger durante el curso a...