Parte 20

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Por otra parte estaba lo de la foto. Me costó una discusión un poco fea en la biblioteca por la que nos invitaron de nuevo a salir de allí. Yo estaba buscando información en internet con mi portátil y él andaba tonteando como hacía algunas veces, ya me había acostumbrado. Entonces dijo "mira, Lucía". Yo miré y salí con la cara de lado, no estaba tan fea como podría, pero mona desde luego no.

—¡Ohhh, qué mal estoy!

—Es que no eres fotogénica. Bueno, no está mal. Sonríe, a ver si sales mejor.

—No voy a dejar que me hagas otra foto y esa la borras, ya. —Yo movía las manos delante de mi cara como los famosos y disparó otra.

—Me parece que no —lo decía entre risas para hacerme rabiar—. Era como si Fran todavía tuviera 8 o 9 años, seguía siendo ese niño fastidioso que solo sabía chinchar.

—Fran, por favor, no. No vayas a...

—Llegas tarde está en Instagram.

—Pues las borras ya, rapidito.

—Ni lo sueñes. —Se reía insultante.

—¿Cómo que no?

—Deberías compartirlas, son divertidas.

—No me lo parecen.

—Tu Insta parece el de una vieja de ochenta años.

—¿Las viejas tienen redes sociales? Estás loco.

—Lo raro es que tú las tengas. Siempre pones unas fotos tan aburridas que me entra sueño solo con mirarlas.

—Pues es fácil, no las mires.

—¿O podrías darme acceso al privado?

—En eso estaba pensando.

—¿Eso es un sí?

—Nooo, es un no como una casa.

—Ya te convenceré uno de estos viernes. Por cierto, las de este verano... ¿Quién era el tal Javi?

—¿Quién?

—Esto sí que es bueno. Ni te acuerdas de él. A ver... Javi, rubio, playa...

—Ahhhh, ese Javi. ¿No esperaras que te lo cuente?

—Pues, para algo interesante que pones. Entonces ¿era un secretito o es que ya ni te acuerdas?

—¿Qué secretito? Si las fotos las puse públicas.

—Bueno, mejor. Eso es que has pasado página.

—Lo que pasa en la playa se queda en la playa —dije burlona. No me lo creía ni yo, pero Fran y yo no éramos "las mejores amigas".

—Me dejas sin palabras, vecinita.

Por supuesto nos echaron, porque un tipo con mala cara y unas enormes gafas de pasta se quejó en el mostrador. No fuimos a la cafetería a tomar un refresco como otros días y quise poner un comentario a la foto, algo medio en broma para que todo el mundo supiese que no estaba conforme, pero no se me ocurría nada. Para entonces la foto ya tenía tantos "me gusta", que daba igual lo que yo pudiera poner. No le di a me gusta y no la compartí. No hacía falta.

Las chicas lo habían entendido porque sabían que yo ponía pocas fotos propias en las redes, subía algunas sobre todo con ellas en sitios que no se reconocieran con facilidad y que pasaban el filtro de mi madre. El resto de las fotos eran cosas raras como ellas las llamaban, cortezas de árboles, paredes resquebrajadas, hileras de farolas, flores. Hacía mucho que hacía esas cosas. Papá tenía una cámara profesional, hacía fotos muy buenas, me enseñaba trucos y me daba ideas. Aunque sí había algo que me había sorprendido, nadie se había burlado en los comentarios, ni siquiera él. Las había etiquetado de forma extraña para ser él: #EnLaBiblioteca, #TrimestreAprobado, #BuenasNotas...

Me había costado que mis amigas se convencieran, así que yo suponía que quienes no me conocían estarían seguros de que estábamos como fuera que creyeran, solo pensarlo me daba repelús. Solo quería que se acabara el trimestre, pero antes de eso tenía que arreglar las cosas y asegurarme de que no me volvían a poner a hacer trabajos con él.

Estaba entrando en casa casi a hurtadillas. Se había hecho tarde, era posible que todos estuvieran ya dormidos. La semana anterior y ésta por debajo de la puerta del "Okupa" había luz. Él sabría.

Me metí en la cama y no podía dormir, no dejaba de darle vueltas a la conversación con las chicas, a todas las tonterías que me habían dicho sobre Fran, porque eso es lo que eran. Ellas no estaban en la biblioteca, no escuchaban las cosas que decía, los susurros en mi oído, su aliento haciendo cosquillas en mi piel, el olor de la suya tan bueno que daban ganas de hundir la nariz en su cuello, sus manos que un segundo estaban sobre la mesa haciendo la tarea y al siguiente ya no, sus dedos recorrían mis dedos de forma distraída hasta enredarlos. Un suspiro después el portátil y mis apuntes ya no estaban a la vista, habíamos recorrido unos pasillos hasta encontrar un recoveco entre las estanterías, un ángulo muerto en el que no había escapatoria y del que yo no quería escapar y ya solo había manos, labios, suspiros entrecortados... La bibliotecaria apareció en ese instante y yo desperté.

La cabeza me daba vueltas y me costaba respirar. Ahora tenía la respuesta, la mía. Tal vez Claudia, Nerea o Ángela, incluso, podrían tener un rollo con Fran o salir con él o lo que él quisiera, pero yo no. Maldito Pablo que ahora se colaba en mis sueños sin permiso. Ahora lo odiaba más que antes. Antes de lo de la biblioteca, claro.


Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora