Parte 48

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La mañana del lunes en el instituto había debido de ser entretenida, no me había enterado de mucho. Clau se habría pasado toda la mañana quejándose y yo por una vez había estado callada, no porque no tuviera nada que decir, sino porque era lo mejor. Después de comer, todos se fueron, o eso pensaba, y yo me quedé en el comedor estudiando.

En el despacho de mamá siempre había mucho material escolar. Era como mi papelería particular. Entraba y salía de allí con pósits que ella debía de comprar a granel porque siempre tenía de sobra. Cuando estaba cerrando la puerta, me lo encontré en la entrada del salón, para luego pasar a sentarse en el brazo del sillón, con las piernas abiertas y un poco flexionadas, lo que estaba muy bien porque eso lo dejaba a mi altura o quizás un poco más bajo. Parecía tranquilo como siempre.

—¿Tienes un minuto? —preguntó con ese tono tan suave que tenía.

—¿Hoy... no tienes clase? —Muy bien eso de ganar tiempo. Me había dado un susto de muerte, yo creía que se habían marchado todos.

—El profesor de la primera clase va a faltar. —Eso era mentira, fijo—. Si estás ocupada...

—Estaba estudiando. —Eso era verdad a medias, pero era mejor no retrasar más la conversación incómoda del día después, o del fin de semana después. Al menos no había dicho "tenemos que hablar". Si creía que me iba a decir que podíamos ser amigos como en la canción de Texas, se iba a llevar un chasco grande porque la de I don't want a lover me la sabía entera—. Si es por lo del viernes, no pasa nada. —Llevaba todo el fin de semana mirando lo que ponía en el parte amistoso del seguro: mantengamos la calma, seamos corteses—. No fue culpa de nadie. Fue... un accidente —cuando dije la última palabra lo miré de soslayo, parecía enfadado, encima.

—¿De verdad?

—Sí, claro. No tenemos que disculparnos. No pasa nada.

—¿De verdad? —Me miraba con decepción y rabia. ¿Qué se creía?

—¿Cuántas veces me lo vas a preguntar? —Iba a conseguir lo que quería, iba a enfadarme. ¡Qué imbécil!

—No me lo puedo creer. Yo creía...

—¿Qué? ¿Qué me iba a disculpar?

—No, que... significaba algo... —lo dijo muy bajito.

—No te entiendo... —había retrocedido un par de pasos. Me había imaginado muchas situaciones, pero no esa.

—Yo creía que estaba claro... Tú...Yo... Últimamente...Déjalo...

—No pasa nada, de verdad. —No entendía nada, si hubiera hablado en coreano, lo mismo hubiera pillado algo. Parecía dispuesto a irse y no lo había hecho—. Mira, vivimos en la misma casa... Ya es bastante complicado.

—Vivimos en la misma casa, somos como amigos, como uña y carne... Lo he oído tantas veces que me queda claro —dijo poniendo una mueca de asco.

—Sí —dije con coraje, no sabía cuántas veces había dicho eso mismo, pero sonaba fatal—. Por eso...

—Es mejor que sea un accidente, ¿igual que en la heladería? —Eso era un golpe bajo—. ¿O cuándo me dejaste plantado?

—Yo no te dejé plantado. Te irías en cuanto llegaste, si es que llegaste a ir... —Otra mentira y yo le había contestado.

—Estuve allí toda la tarde, hasta que pasaron tus amigos y me dijeron que te habías ido. ¿De ellos, si te despediste? —Parecía dolido de verdad.

—No me despedí de nadie. Mi madre se levantó muy temprano y recogimos como locos. Los que roban no corren tanto. Tuvo que ser algo del trabajo porque en casa de Ángela hicieron lo mismo. Te lo habría dicho con alguien, pero no vi a nadie y entonces no tenía móvil... —¿Era posible que me hubiera equivocado de película y esto fuera Tú y yo? Uff, mejor no porque Cary Grant y Deborah Kern quedaban en el Empire State y no se encontraban porque a ella la atropellaba un coche...

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora