Parte 25

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Me había pasado la tarde en casa haciendo el tonto y la verdad es que me hacía falta. Estaba agotada. Además las chicas y yo habíamos estado hablando por WhatsApp de las tonterías habituales. A la hora de cenar había bajado a la cocina, pensaba hacerme algo rico para cenar y buscar unas patatas fritas o algo así. Nada sano. El tipo de cosas que compraban papá y María.

Después estaba pensando en poner una serie de detectives, que reponían en una cadena de la tele, o alguna película de las que tenía papá. Había estado mirando y casi me había decidido por Memorias de África. No me acordaba de cuántas veces la habían puesto mis padres. Era antigua, pero las novedades las tenía muy vistas. Ponerla era un acierto porque era una de esas de llorar y llorar y por alguna razón me parecía buena idea. Además hablaba de la vida de una escritora danesa que se fue a vivir a Kenia.

Ese era mi momento. Puse una lista de reproducción de música en el móvil, empecé a sacar cosas de la nevera y las comencé a preparar. Estaba en lo mejor de mi dueto con Ed Sheeran cuando se abrió la puerta. Tal vez si no hubiese estado flipando tanto habría oído la llave o la puerta, pero no había oído nada. Para cuando vi a Pablo ya era muy tarde. Seguro que sabía lo mal que cantaba, seguro que había oído lo suficiente. ¿Qué hacía aquí? No tenía que estar aquí.

—Hola —me dijo con una risita, aunque podría estar riéndose más.

—Hola. ¿Qué haces aquí? —No tenía que haberlo dicho, seguro que había sonado borde, pero me había pillado y me daba vergüenza.

—Puedo irme hasta que acabes la actuación. —Seguía sonriendo, pero menos.

—No hace falta. —Le di a la pausa porque era lo más rápido—. No sabía que tenía público.

—¿Puedo cotillear la lista? —Ya tenía el móvil en la mano, así que me fui hacia él para quitárselo. Levantó la mano. Era más alto y yo no iba a poder llegar, pese a que lo intentaba, y entonces me di cuenta de lo cerca que estaba de él, tanto como para oler la colonia que usaba. Era el mismo olor que dejaba en el baño cuando salía, pero en él y tan cerca olía diferente. Era un olor a limpio, a té, a musgo... Estaba tan cerca como para ver sus ojos.

Me había quedado parada mirándolo, como una idiota, fijamente, tan cerca, estábamos demasiado juntos. Él también me miraba igual. Aquello, no, no, no... No iba a hacer el ridículo más de lo que ya lo había hecho, así que me aparté rápido. Si esto fuera una novela este sería uno de esos momentos a los que ponerles un pósit, uno bueno, pero no lo era.

—Bueno, te lo dejo —dije con desprecio, como si me diera igual—. No vas a encontrar nada. —Yo lo había visto otras veces forcejear con María por el mando de la tele o de la consola, pero entonces parecía solo un juego. María no se quedaba con cara de tonta, seguramente porque no era tan tonta como yo.

—No pensaba cotillear. Solo estaba de broma —dijo con timidez.

—De todas formas no tengo secretos.

—Pues yo creo que sí. Estoy seguro. —Y tanto que estaba seguro, parecía taladrarme con la mirada como si quisiera sacarlos.

—Cree el ladrón que todos son de su condición —dije levantando una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Piensas eso porque tú sí tienes secretos —contesté encogiendo los hombros.

—Todos tenemos secretos, Lucía —fue bajando la voz hasta que mi nombre sonó como un susurro.

—Si los tuviera, no los guardaría en el móvil —murmuré.

No podía hacer mucho, así que me senté en el taburete que tenía al otro lado de la península o la barra, porque allí era donde desayunábamos y comíamos cuando no estábamos todos. Si estábamos los cinco nos sentábamos en la salita que estaba pegada a la cocina o en el salón porque era donde estaba la tele.

Él también se había sentado y le enseñé las listas.

—Ed Sheeran, Taylor Switft, Shawn Mendes, Dua Lipa. Supongo que lo normal hoy en día y, bueno, música de los 80 y los 90 porque mis padres ponen tanta que hay grupos que también me gustan. ¿Y tú? Seguro que tú si tienes secretos en el móvil.

—¿Por qué lo dices?

—No sé, siempre estás con el móvil en las manos. Bueno, supongo que como todos, pero...

—Escucho mucha música y veo vídeos de piano, de gente tocando y algunos míos para corregir fallos.

—Así que era eso... —lo había dicho en voz alta, estaba cansada y no podía cerrar la boca. Tenía que cambiar de tema—. ¿Has cenado?

—No, pero traigo mucha hambre y huele bastante bien.

—Yo iba a hacer... lo que encontrara. —Ufff, qué mentira.

—Así que cocinas...

—A veces... Aunque no me gusta demasiado. —Me guardé para mí que no estábamos en los 50 y que básicamente pasaba de hacerle la cena, aunque la verdad era que no se me daba mal.

—Voy a ver que más encuentro. —Pensé que lo que estaba haciendo le parecería poco y se veía muy suelto con mi cocina, mi nevera, mi comida... Ya sabía que sonaba a película de los 80, pero todo esto era mío y parecía que estaba en su casa.

—Pues...

—La semana pasada... No, la otra había por aquí...

—¿Has cenado aquí la semana pasada o la otra? —Iba muy lenta y quería hacerle muchas preguntas. Tenía que haber prestado más atención a mi madre y sus técnicas de interrogatorio.

—Sí, claro.

—¿Solo? —No era eso lo que quería decir, mierda.

—Claro, los viernes aquí nunca hay nadie. Os gusta mucho salir —lo dijo muy serio, como si le molestara. ¡Qué poca vergüenza!

—Mis padres siempre han salido los viernes desde el año pasado, eso es sagrado. No me preguntes por qué y los sábados también. —Al decirlo lo pensé, mis padres estaban saliendo menos que nunca, volvían más temprano. No se iban de fin de semana. No habían ido de viaje ni siquiera a la playa. Eso era raro, muy raro, aunque estaban bien, seguían con sus bromitas entre ellos, con los viernes. Lo único que había cambiado era Pablo—.Y María tiene una edad muy mala.

—Ya... —lo dijo con un tono raro.

—Sí. Antes éramos pequeñas y los abuelos ya ayudaban mucho, así que los fines de semana hacíamos cosas en familia, los cuatro juntos.

—Eso estaría bien, seguro.

—¿Vosotros no?

—La cosa es que mis padres siempre han ido por su cuenta y nos dejaban solos, como Marcos era un poco mayor pues... Pero vamos que él se iba por ahí cuando le daba la gana. Casi como vosotros, como tú, porque a ti tampoco te veo.

—Yo creía que los viernes estabas... Vamos, que tú... habías quedado. —Sabía lo que quería decir, pero lo había dicho tan mal, que no sabía cómo arreglarlo—. Bueno, con Sara —lo dije como si me hubieran dado el suero de la verdad. Qué mal, por favor. Lo peor era que quería preguntar y al mismo tiempo no quería saberlo.

—No, que va. Eso, solo, fue una o dos veces. Sin más —lo dijo como si no se acordara.

—Yo creía... —Otra vez me había encasquillado. Mierda—. Vamos, que iba bien. —Qué no me lo cuente, qué no me lo cuente.

—No, eso ya sabes, solo estaba probando.

—¿Ahora se llama así? —lo dije medio riéndome, porque estaba completamente perdida.

—Sí, bueno, quedas con alguien que no conoces, para conocerlo. Pero no funcionó, es simpática y eso, sin más—. Eso lo decía mucho y yo no entendía nada.

—No tienes que explicármelo. —Tenía que parecer desinteresada a toda costa, aunque era tarde—. Solo lo decía, porque te habría dicho que vinieras al club social. Hemos quedado todos estos días, los de siempre. Alguna vez han venido unos amigos de Carlos. No habrías cenado solo.

—Habría estado bien. —De pronto parecía mucho más relajado. ¿Me habría pasado? La verdad era que estábamos llegando a un punto en el que yo estaba perdida. Me apetecía tratarlo como a Fran, decirle que era un gilipollas y mandarlo a la mierda, pero no podía. 

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora