Cuando llegué a casa entré como una loca y subí los escalones sin verlos siquiera. Me dejé caer en la cama y lloré, con motivo o sin él. Todo lo que sentía era desconcierto, de repente me había vuelto tonta y no sabía qué pensar. Me sequé la cara y la nariz con un pañuelo y bajé a la cocina a por un vaso de agua. Todavía no era la hora de la cena y tenía margen, porque una de las normas de la casa era que a quien llegaba primero a casa le tocaba cocinar. Mi madre y sus reglas... Pensando en ella me la encontré en el salón, sabía que tendríamos que hablar. Tal vez me viniera bien la charla.
Como ya me había rendido, le conté todo lo que había pasado desde que salí de casa, por qué no. Supongo que el hecho de que me dijera "No tienes que contármelo", activó en mí una necesidad de explicárselo todo.
—No me sorprende que quiera salir contigo, la verdad.
—¿Qué dices? —A mi madre se le había ido la pinza.
—A ver, eres lista, guapa y le plantas cara... Solo espero que no se lo tome como un reto, aunque después de lo que le has hecho... —me estaba diciendo lo mismo que María.
—¿Estás haciendo de abogado del diablo? Es que no me entero de nada —protesté, porque pensar que mi madre se pusiera de su parte y lo defendiera era una locura.
—Claro que no, solo digo lo que es evidente.
—No le gusto. ¿Cómo voy a gustarle? —hice una pausa larga y cogí aire, ya puestos podía decírselo—. Soy un espantapájaros.
—Tú no eres un espantapájaros, ¿estás ciega?
—Lleva diciéndomelo tanto tiempo que...
—No lo eres, en absoluto. Mírate al espejo, eres mona y no estás nada mal. Puede que no seas una top model, pero te aseguro que no tienes que esconderte. —Hizo una pausa para coger aire, en ese momento pareció entenderlo todo, y me dio un abrazo, uno grande, justo lo que necesitaba—. ¿Por eso la ropa enorme?
—Sí —contesté tan bajito que no sabía si me habría oído—, no es por moda, ni nada de eso. Es que necesitaba un sitio donde esconderme.
—Si alguna vez quieres dejar de hacerlo podemos ir de compras, aunque con ese vestido creo que ya has empezado.
—No pensaba ponérmelo. Me gustó y lo iba a guardar en el fondo del armario, pero las cosas se liaron... y encima me ha dicho que me gustaba.
—Pues claro que le gustas. Aunque claro después de...
—No, no, que él me gustaba a mí. Cómo se le ocurre decirme eso, después de tantos años haciéndome sentir mal. Puede que quiera quedar conmigo o enrollarse, pero desde luego gustarle no. —Me estaba envalentonando y no sabía cómo parar. ¿Yo le gustaba? Claro que sí, por eso me decía esas cosas horribles—. Y eso de que después de... ¿Después de qué?
—Eso es algo que todas las chicas deberíamos saber, no se puede salir con alguien que te hace sentir mal y si eso es lo que te pasa con él mejor no intentarlo porque todo lo que diga o haga te acabará molestando o doliendo. —Incluso hizo una pausa para beber agua y siguió hablando—. Y, bueno, tengo 50 años pero desde luego en mis tiempos y en estos lo que tú has hecho en la puerta de Hacienda tiene un nombre.
—¿Tú estabas allí?
—Estaba cruzando la calle. Venía del despacho. Había terminado pronto con unos clientes, pero lo he visto yo y medio barrio...
—Ayyy. No me lo puedo creer...
En ese momento se abrió la puerta y María entró como de costumbre con su ímpetu habitual y una sonrisa de oreja a oreja.
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Deep Blue ©
Lãng mạnLucía desea que el verano antes de empezar el último año de instituto le sirva para decidir que estudiar y comenzar a planificar su participación en el blog literario que organiza su profesora. Sin embargo su padre decide acoger durante el curso a...