La vida debería ser una larga tarde de verano, sol, risas, mar, calor y el frío de un helado, porque ninguno de nosotros eligió estar aquí. Solo por eso lo merecemos todo, el pan y la sal, la felicidad y los dulces sueños, el amor y la paz, el convencimiento de que nadie nos hará daño y la certeza de que alguien nos quiere o nos quiso alguna vez. Mientras veo sumergirse lentamente el sol en el mar, pienso en lo rápido que pasan los veranos y en el amor. No en el que nos guardamos, porque ese se pierde sin remedio, sino en el que compartimos generosamente, porque solo existe esa forma.
Ninguna de estas cuestiones se explican en un aula y debería por imposible que parezca porque en estos temas todos somos ignorantes. Resulta que en estos tiempos de amor líquido, de relaciones fugaces y rollos de un instante, necesitamos el amor con mayúsculas más que nunca y deberíamos darnos el lujo de ser egoístas y quererlo todo, pedirlo todo, conseguirlo todo.
En la vida hay momentos decisivos, instantes que nos marcan para siempre. Hay periodos intensos en los que cada día es único. Tal vez para mí lo fue aquel año y aún así me empeñé en ver mi vida como una novela, como si mi propia experiencia estuviera exenta de emociones y quisiera vivirlo todo, experimentarlo todo, sentirlo todo. Si mi vida hubiera sido una novela habría finalizado aquel mes de julio. En algún momento le habría pedido salir a Pablo, él me habría dicho que sí y habríamos sido felices para siempre.
La vida no es una novela y los finales felices son escasos, si lo fuera no lo resistiríamos, no seríamos capaces de llegar al epílogo, moriríamos porque nos hicieran spoiler y saber si acabaremos bien. Nos perderíamos seguramente los mejores pasajes, los párrafos más memorables, porque siempre hay un punto y aparte o debería haberlo, de lo contrario la palabra fin llegaría demasiado pronto.
Aquel verano nueve años atrás lo dediqué a recomponerme de las emociones de un año que parecía no acabarse, de los secretos que descubrí, de los recuerdos que pesan en la conciencia y no se pueden borrar, de los amores que se acaban y sin embargo se quedan para siempre en uno de los huecos del corazón. Aquellos días disfrutamos más que nunca de ser una pandilla, de ser amigos que emprenderían caminos distintos al llegar septiembre, porque la vida también es eso, la gente que te acompaña por el camino, a veces un largo trecho y otras uno corto, a menudo los caminos se separan y quién sabe si volveremos a vernos.
Ángela empezó dirección de empresas, pero abandonó sin acabar el primer curso. Descubrió que esa carrera por la que tanto se había esforzado no cumplía sus expectativas y se cambió a psicología, antes de que su existencia cambiase para siempre. Todas las vidas tienen un punto de inflexión y el de Ángela estaba más cerca de lo que podíamos imaginar.
Clau y Carlos se fueron a otra ciudad a un piso enorme que alquilaron sus padres para poder realquilar habitaciones. Empezaron sus carreras de fisioterapia y odontología y comenzaron a vivir como adultos. Al principio se escapaban cada vez que podían, fines de semana, puentes. Después de Navidad con los exámenes y las nuevas amistades dejaron de venir, para cuando terminó el curso su madre decidió vender una casa que para ella sola era demasiado grande y buscó un piso en otra zona. Durante mucho tiempo solo mantuvimos el contacto por las redes sociales y nos convertimos en espectadores de las vidas de los otros. Hasta este último verano cuando nos hemos reunido de nuevo, después de todo Frieda va a llevar los anillos en la boda.
Supongo que las bodas hacen eso, juntan a gente que hace mucho que no se ve y a otra que se ve constantemente. Frieda es una niña preciosa de un año, que para la boda tendrá más de dos. Clau siempre tuvo claro que quería ser madre y también que quería serlo joven.
Ha tenido su bebé con Emma, una estudiante alemana de intercambio que vivió con los gemelos durante un curso entero. No volvieron a verse hasta que Clau terminó la carrera y se fue a Colonia a trabajar en un hospital. Cuando el contrato se acabó ella había decidido reinventarse como profesora de español, aunque sospecho que en realidad lo que quería era continuar con la relación que había surgido allí o quizás tiempo atrás. No pregunté, no hizo falta. Clau es feliz ahora y eso es lo único que cuenta, lo único que me importa.
Con Bruno me encontré de casualidad en un aeropuerto. Nos miramos dos segundos y nos reconocimos. Nos tomamos algo mientras esperábamos a que salieran nuestros vuelos y nos pusimos al día, como si solo hiciera unos meses que no nos veíamos. Se quedó en Londres estudiando y nunca volvió, cuando lo vi trabajaba para un banco. Me sorprendió cuando me dijo que sus padres eran mayorcitos y seguro que se las habían arreglado sin él. Después de intercambiar los teléfonos y salir cada uno en una dirección, pensé que muchas veces nos empeñamos en que las cosas sean como nosotros queremos y las cosas son simplemente como son.
Nerea se fue el segundo año de carrera con una beca a Bolonia, Italia, nos mandaba fotos de lugares preciosos a los que nos moríamos por ir y de platos de pasta que nos hacían la boca agua. Después dejamos de vernos, hasta hace dos navidades cuando nos encontramos en un centro comercial, charlamos un rato y me pidió ayuda con la declaración de la renta.
Por lo visto compaginaba varios trabajos mientras se preparaba unas oposiciones y escribía. Estaba muy emocionada porque iba a sacar un libro con una editorial pequeña, que más bien parecía una ONG o una extraña forma de desgravar impuestos, porque las cuentas no cuadraban. Me presentó a una chica, compañera suya de la carrera, y no sé cómo, a cambio de llevarles la parte financiera, han acabado ofreciéndome que publique algo con ellos, una tirada pequeña, en tapa blanda y con papel barato.
Al principio les dije que no, pero unos días después llamé a la amiga de Nerea, y le pregunté si podía firmar con pseudónimo. Así que cuando me sobra un rato me pongo con una colección de relatos que se titulará Apropiación indebida, en la que convierto en literatura, o al menos lo intento, algunos casos, delitos poco importantes que nunca estarán en la primera página de un periódico.
Está bien sentirse por un rato como Agatha Christie, de la que no llegué a reseñar ningún libro para el blog, y hablar de las caras de los detenidos y del olor a podredumbre rancia de los calabozos. Con el tiempo he aprendido que no se puede hablar más que de lo que se conoce, lo demás es una impostura o una fantasía. Durante estos años he hecho cursos y talleres, porque la inspiración llega y a veces no sabemos qué hacer con ella y porque hay que tener oficio, no vale con poner las palabras una detrás de otra y esperar a que ellas solas encuentren el camino.
Para mí aquel verano tendría que haber sido azul, el de la amistad, el de aprovechar el tiempo al máximo sin dudas ni incertidumbres. Uno de los primeros días del verano mientras buscaba las estrellas que no se ven en el cielo de la ciudad, Pablo vino a mi lado y me besó. Fue uno de esos besos que te dejan temblando. Por aquellos días María me tomaba el pelo, me preguntaba si éramos amigos que se daban besos y tenía razón éramos eso exactamente.
Después comenzaron las discusiones por todo, muchas sin sentido. Parecía que estábamos haciendo planes y pensando en el futuro, pero en algún momento llegué a la conclusión de que queríamos cosas distintas o tal vez solo estaba temblando yo.
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Deep Blue ©
RomanceLucía desea que el verano antes de empezar el último año de instituto le sirva para decidir que estudiar y comenzar a planificar su participación en el blog literario que organiza su profesora. Sin embargo su padre decide acoger durante el curso a...