Parte 38

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El fin de semana siguiente nos fuimos a la playa, porque ya tocaba. El tiempo no prometía mucho, de hecho llovió a todas horas. Siempre había pensado que era extraño pasear por la playa mientras llovía, eso era algo romántico, porque yo me sentía justamente así, gris y taciturna, lluviosa y melancólica.

En uno de esos paseos con el chubasquero y el paraguas me encontré con Bea, una chica de la pandilla que solía irse todos los fines de semana a la playa, porque a su madre le venía bien para la salud. Decidimos tomarnos un helado donde siempre. Aquel era uno de los pocos sitios que estaba abierto. La conversación fue ligera y trivial, como eran casi siempre las conversaciones de este grupo. Nos conocíamos desde hacía tiempo, sin embargo era una relación superficial. Lo pasábamos bien en agosto, nos contábamos cosas, pero nunca profundizábamos en nada. Eso estaba a punto de cambiar, porque ella tenía verdadero interés en saber de Pablo. No había sido un secreto que se venía a casa y ella quería todos los detalles, los más interesantes por supuesto. Quería saber a toda costa qué había entre nosotros. Me costó la vida convencerla de lo contrario.

—Pues, quitando que lo tengo hasta en la sopa... No hay más.

—Ya. Parece siempre distante, misterioso y se cree mejor que los demás, pero es guapo y está muy bueno. Cambió mucho el año pasado. Nadie te lo podría reprochar.

Era distante y misterioso habitualmente, era mejor que los demás, estaba seguro de sí mismo y no tenía miedo de nadie. Siempre había sido guapo y me había atraído de una forma inexplicable, pero tenerlo cerca lo había empeorado todo.

—Por no hablar de lo incómodo que sería...

—Mira que eres negativa. Al contrario, sería cómodo. Lo tienes en casa, lo ves todo el rato y es que es para mirarlo. Y si no sale contigo ¿con quién sale?

—Ni idea, no me interesa lo más mínimo —esa era la mentira más grande que yo había dicho en los días de mi vida.

—A ti nunca te ha caído bien, pero pensaba que igual teniéndolo cerca...

—Además odia a los pijos, para él somos como una plaga. Créeme se lo he oído decir varias veces.

—Pobre, que mal lo estará pasando.

—Supongo que alguien habrá, quizás aquí...

—¿Aquí? Esto está muerto cuando no es verano.

—¿Tú crees? —Eso era lo que él decía. Yo no tenía ni idea porque cuando íbamos nuestras madres se ponían de acuerdo y coincidíamos con Ángela y su hermana, no necesitábamos más.

—Créetelo, muerto del todo. Además es de los pequeños de su grupo de amigos y no ha tenido mucha suerte con las chicas. —Hizo un gesto explicativo que yo no entendí.

—Eso tampoco lo sé.

—Uyyy, pues te lo cuento. Total, llueve a cántaros. Ha salido con alguna chica, pero... Este verano no, el otro empezó a salir con una chica y cuando llevaban unos pocos días vino Ángel, el que trabajaba en el chiringuito. Se había ido a pintar o hacer chapuzas con un primo suyo, hasta que el curro se acabó.

—¿Ángel?

—Sí, un tío alto, moreno, guapísimo, tatuado, dos o tres años mayor que él.

—Ah, ya. —No me acordaba, para qué iba a pedirle más detalles.

—Pues sí, ese. Y la niña lo dejó. Claro, Ángel era mayor... —lo dijo como si eso fuera una explicación.

—¿Y qué?

—Ay, no querrás que te lo explique. —Puso la cara más pícara que había visto en mi vida—. Pues mayor y con experiencia. —Y yo solo pude pensar que era un comentario tremendamente machista y patriarcal, como habría dicho mi madre—. Bueno, es lo que pasa cuando eres de los pequeños de la pandilla. Además aquella chica llegó, como llega mucha gente, pensando que está de vacaciones y que lo que pasa en la playa se queda en la playa...

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora