Parte 65

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A mediados de marzo, después de algo más de un mes, me lo volví a encontrar. Aunque no era casualidad, en febrero lo desbloqueé en Instagram y le mandé un mensaje para decirle que hablábamos a la vuelta si todavía quería, que me acordaba siempre. No se me había olvidado que él se acordaba de todo, de los detalles insignificantes. De camino al bar me estuvo contando cosas sobre el intercambio, el viaje. Yo le di la enhorabuena por los conciertos, no iba a ser tan hipócrita como para negar que había mirado su perfil.

—Te habría avisado. Sería más fácil si tuviera tu número, el actual, no el del móvil que te robaron.

—No sé. —¿Cómo se le ocurría pedirme el número de móvil?

—La conversación de hoy promete. —Lo miré con la ceja levantada—. Casi no hablas...

—¿Cuándo has vuelto? —Le pregunté por llenar el silencio.

—Hace un par de días. Venía muerto y he estado organizando la ropa que traía de abrigo porque allí todavía es invierno y aquí ya hace buen tiempo. Además mi piso es enano.

—Mi piso de Lyon también era enano. Lo más importante es la ubicación. —Me reí. Siempre me han gustado las conversaciones de pisos, para comprar, para alquilar, metros cuadrados, orientación... Sobre todo mientras son charlas intrascendentes.

—Cuando lo vi me acordé de ti y cuando me estaba mudando pensaba en esas cosas que me contabas...

—He salido a mi madre en eso —comenté por decir algo. A mí lo de la actitud pasivo-agresiva no me ha ido nunca y menos cuando estoy enfadada.

—Creo que te gustaría, está cerca del conservatorio. Podrías venir a verlo.

—Estoy muy ocupada —contesté mientras me miraba las botas de piel, habían sido una ganga en las rebajas.

—¿Seguro que es eso? —Sabía que no era verdad. Me conocía.

—Sería raro.

—No es tan pequeño. Tiene mucha luz. —Entonces lo pilló—. Vivo solo, para uno está bien. No es una lata de sardinas. Me gustaría tener el piano de mi abuelo, pero necesitaría un salón grande y en aquella zona sería demasiado caro. Así que lo tengo en un guardamuebles. —El piano tampoco cabía en el piso que les buscó mi madre después de vender la casa de la playa a unos alemanes, que la querían para cuando se jubilaran.

—Yo... No sé qué decirte, no me apetece hablar del instituto, que por cierto nunca estuve a gusto. O que me preguntes por los compañeros de clase. Algunos padres son clientes de mi madre y cuando vienen me cuentan como les va a sus niños, pero yo les digo que todo me parece genial y me centro en el trabajo. —Tragué saliva, aunque no pude tenía la boca seca como el esparto.

—Sigues igual que siempre. —Eso pareció divertirle, pero no iba a durarle mucho.

—No he cambiado.

—Lo sé. ¿Y tú sales con alguien? Mi madre dice que no, pero...

—Supongo que lo de ponerse al día es entretenido y eso, pero...

—¿Qué?

—Yo me acuerdo de todo, también de aquella tarde. —Era ahora o nunca—. Estabas distinto. Sabía que había algo que no me habías contado, aunque tampoco tenías que hacerlo.

—Quería contártelo —me interrumpió.

—Cuando te conté lo de irnos fuera un año... Empezaste una discusión absurda sobre las relaciones a distancia, los cambios y lo supe. Yo solo... Me adelanté, porque no quería oír el motivo, que no me querías, que esto era un rollo que se te fue de las manos, que había otra chica... y cien razones más que se me pasaron por la cabeza. Básicamente lo que había leído en las novelas o lo que me contaban mis amigas. —Tomé otro sorbo—. Y ni siquiera estábamos saliendo, yo necesitaba un poco de tiempo y un amigo.

—¿Qué otra chica? —Su cara era de desconcierto—. No había nadie.

—Yo pensé que sí.

—No había nadie. No en mucho tiempo —lo dijo avergonzado, pero yo no me di cuenta de lo que había dicho hasta más tarde, cuando empecé a recordar la conversación y eso lo cambió todo.

—Y lo peor es que era una discusión absurda porque si no querías irte fuera un año, lo podíamos haber hablado. Podríamos haber esperado a que nos viniera bien a los dos, o me habría ido un cuatrimestre o me habría quedado con que me lo hubieras... Eso es lo peor de todo, no habrías tenido ni que pedírmelo —lo dije muy bajito. Me levanté porque esto ya era demasiado, ni siquiera cogí la cartera para sacar dinero—. Querías irte, así de fácil.

—Lucía no te vayas. —Intentó retenerme, pero debió darse cuenta de cómo lo estaba mirando y solo me rozó el brazo. Sí, sigue sin gustarme que me zarandeen y me pone el consentimiento, porque las chicas tenemos derechos sobre nuestro cuerpo. A decir verdad todos los derechos.

—Ahora ya puedes cerrar el capítulo o lo que sea.

—Quédate, por favor. No era nada de eso. Le dije a mi padre que no iba a estudiar la carrera de Matemáticas, que tenía claro lo que quería y se puso como loco.

—¿Sí?

—Lo llamé después de la fiesta de graduación para decirle que me quedaba en casa de Enrique, porque tenía que preparar los exámenes del conservatorio. Me dijo que la música no era una carrera de verdad, que hiciera como mi hermano, que no iba a pagar nada. Y yo... había echado los papeles para una beca. Supe que me la iban a dar en julio por mi profesor. No sabía cómo decírtelo. No quería cortar, pero tú sí.

—No quería, solo me asusté. —Recordé a mi madre diciendo que no se llora en la calle—. Nunca me contaste nada, yo te habría apoyado.

—En esos días mi padre no dejaba de decirme que era una decepción constante y no quería acabar en el metro... Yo no quería decepcionarte y tampoco podía pedirte nada.

—Ya. Bueno... No estábamos saliendo, por qué ibas a contármelo. —Cogí aire aunque no tan fuerte como hubiera necesitado para no hiperventilar.

—No había nadie, no por mi parte.

—Por la mía tampoco.

—Los demás me daban igual. No quería apuntarme el tanto. No quería cortar... ¿Nunca te ha pasado que quieres decir algo y dices lo contrario?

—No —respondí con rotundidad.

—A mí sí. Todo el tiempo.

—Es muy tarde y yo tengo que irme a casa, mi madre me está dando toques. —Tenía que salir de allí cómo fuera.

—¿Cuándo podemos vernos? Tenemos que arreglar esto.

—Ahora ya no es entonces. —Ahora ya nada tenía arreglo y menos después de todo lo que le había dicho, lo había confesado todo, sin guardarme ni un pedacito. —Además no tienes que hacer eso, el control de daños, no tenemos que ser amigos.

—Yo... No es eso... Pedí la beca a finales de octubre o noviembre. Enrique nos convenció para pedir esa y la de febrero. No creí que me la dieran, porque no reunía todos los requisitos. Me olvidé de que la había pedido.

—No me lo contaste.

—Tú entonces ni me hablabas.

—¿Qué?

—Pasabas de mí, estabas todo el día hablando de los trabajos y del gilipollas de Fran. Me ignorabas.

—No era por eso...

—¿Entonces?

—Porque salías con Sara,

—¿De qué hablas?

—Salías con ella. —Lo miré a los ojos no me importó que viera el dolor o los celos, porque todo eso seguía ahí como si fuera ahora. —Por eso te ignoraba.

—No salía con nadie. Tú lo sabías. Nunca te mentí —lo dijo en mi oído y sus dedos me rozaron desde el codo hasta la punta de mis dedos—. Todo lo que te dije era verdad, sigue siéndolo.

Después me fui apretando el paso, porque la angustia me atenazaba la garganta y me oprimía el corazón. Puede que ninguna de las cosas que pensé entonces fuesen ciertas, pero las había pensado durante tanto tiempo que para mí eran reales. Al principio estaba segura de que aquella conversación había sido un error, sin embargo después llegué a la conclusión de que estaba bien cerrar aquello. Él era el chico de mis novelas. Fin de la historia.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora