Febrero. Parte 33

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Después de la cuesta de enero venía el respiro de Febrero. El mes más corto del año tenía sus propias dificultades y escollos y, a veces, podía ser tan largo como el anterior. Febrero podía ser infinito. Tal vez fuera porque todos pensábamos que era corto y había que hacer más o más rápido antes de que se acabara, no fuera a ser que no nos hubiera dado tiempo a exprimirlo al máximo.

Este año iba a estar muy bien, estábamos castigados sin San Valentín, porque el curso pasado ocurrieron cosas terribles, que muy bien darían para un relato terrorífico y que resumiré brevemente, porque entonces serían demasiados relatos para un mes tan literario y tan tierno.

Todos los años en mi instituto se organizaba antes del 14 de febrero una venta de rosas para ayudar a pagar el viaje de fin de curso de cuarto. También era tradicional que en tercero se propusiera una excursión a la nieve y que en primero de bachillerato se hiciera una ruta literaria por otra comunidad, pero lo de cuarto siempre había sido especial porque era una salida a otro país. En segundo de bachillerato, no se hacía nada porque era un curso muy estresante y porque estaba la selectividad, ahora tenía otro nombre, pero todo el mundo seguía llamándola así.

Nosotros fuimos a París y fue un viaje inolvidable, aunque para inolvidable el del año anterior. Habían elegido Amsterdam por el precio. París y Roma se salían de presupuesto y a Londres había ido alguna gente por las academias con sus estancias de inmersión lingüística, como las llamaban para cobrar cantidades exageradas de dinero.

Los chicos del último curso habían discutido antes y durante el viaje, el motivo había sido algo relacionado con el reparto de flores de San Valentín. Había algo extraño y al parecer secreto con unas rosas que le habían llegado a una alumna de segundo, rosas envenenadas por supuesto. Así que, ante la posibilidad de que una actividad tan inocente pudiera estropear la maravillosa imagen del centro por la que don Emilio, se desvivía se canceló San Valentín.

Yo recibí la noticia con el mayor de los alivios posibles y eso que todavía no había empezado a sospechar lo asquerosamente inolvidable que iba a ser ese año. La idea de mandárnoslas entre nosotras como hacían otras chicas no era opción, no podíamos darle motivos para que se riera de nosotras Odiaba San Valentín, no era ningún secreto. Nunca me habían mandado flores, jamás las había enviado. Fran me dejó claro en primero que para mí no había rosas y no las habría nunca.

Cada febrero la profesora de lengua organizaba una actividad relacionada con el tema, a saber una lectura de poemas de amor, un teatro, o un concurso de cartas. Este curso había pensado hacer unas sesiones sobre escritura creativa, en dos recreos durante la primera semana del mes. Era una especie de taller para darnos algunas nociones sobre cómo escribir un relato. Me pareció perfecto tener algo que hacer porque el libro de este mes ya me lo había leído. La reseña la tenía lista para publicarla esa misma tarde, antes de empezar con el relato.

Febrero. Un libro de un género que no has leído.

Título: Un cuarto propio

Autor: Virginia Woolf

Año: 1929

Resumen: En 1929 se publicó este largo ensayo, en el que Virginia Woolf debía hablar de las mujeres y las novelas para una conferencia que le habían encargado. Sin embargo ella se desvió del tema para dar su propia opinión sobre el asunto. La autora consideraba que para que una mujer fuera escritora debía poseer un cuarto propio y quinientas libras al año, o lo que es lo mismo independencia económica y vital. A lo largo de su reflexión mencionaba en varios momentos a la hermana de Shakespeare, que no escribió ni una sola línea a lo largo de su vida y que seguía viva aún, en la propia Virginia y en otras mujeres, incluso en las que en ese momento en el que ella hacía su reflexión estaban fregando los platos y acostando a sus hijos.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora