Parte 12

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Una semana después, durante el recreo me senté al lado de Bruno, los demás estaban un poco apartados riéndose de alguna de las barbaridades de Claudia, que contaba historias del colegio. Yo no tenía muchas ganas de participar, porque sabía que saldría aquella vez que en el curso de repostería quise sacar las galletas del horno y sin querer el guante se rozó con la resistencia. Me asusté tanto que dejé el guante dentro y ardió todo lo que había en el horno. Lástima que no ardiera el colegio. De las clases de teatro, de las clases de coro... en fin de todas las extraescolares del mundo a las que nos habían apuntado de pequeñas.

—Es más guapo que Fran y tiene una sonrisa...

—Cállate, Bruno —repliqué muy bajito.

—Con una sonrisa así lo tiene todo hecho... Imagínate hacerlo reír.

—¿Te has vuelto loco?

—Es verdad, es perfecto. ¿De dónde lo has sacado?

—Bruno, te lo estoy avisando...

—Estás imposible, Lu. ¿No sé cómo puedes estar enfadada? ¿Esto es lo que pediste para Navidad o para tu cumpleaños?

—¿Cómo no voy a estarlo? Es como tener el infierno en la puerta de enfrente. —Bruno y yo siempre habíamos hablado claro, mucho, si me paraba a pensarlo, pero no había peligro y él también era claro conmigo.

—Pues sé mala... —añadió con toda la intención.

—¿Podríamos hacerle la vida imposible? ¿Qué te parece?

—No puedo, mi religión me lo prohíbe, y tú tampoco vas a poder, míralo.

—Bueno, podría intentarlo.

—Nah, eres demasiado buena y además lo defendiste de Fran... Aunque me tienta salir en el remake de Chicas malas.

—Fran no tiene derecho a torturarlo. Ya tendría que haberse cansado.

—¿Tú crees? Saltaban chispas, cari. Eres la única que no suspira por él y eso tiene que tenerlo loco. Y a éste míralo reírse, no es justo para nada.

—Chicos, os acordáis cuando Fran le dijo a Ángela en 1º de la ESO...

—No hace falta que lo digas —chilló ella con las manos en los oídos sin dejar que Clau terminara de decirlo.

—Bueno, no lo diré, solo diré que estábamos en la clase de plástica y antes de que terminara de decirlo, Lucía le vació el vaso de enjuagar los pinceles en la cabeza y su madre tuvo que llevárselo a casa para quitarle los restos de pintura acrílica del pelo. —Las peores cosas siempre ocurrían en la hora de dibujo porque "Juana, la gorda," como la llamaban todos se dedicaba a jugar con el móvil al Tetrix o al Candy crush mientras los alumnos hacían lo que les daba la gana.

Las dos semanas de septiembre se hicieron muy largas. Pablo iba y venía con nosotros por el camino. Se había integrado muy bien, era de esa clase de personas que encajaban fácilmente en cualquier sitio, porque, aunque era tímido, era muy amable y, bueno, porque era guapo y le quitaba protagonismo a Fran. Solo por eso merecía la pena que lo miraran como lo miraban. De hecho también había gente que me miraba a mí como si estuvieran pensando dónde iban a ponerme el monumento, porque traerlo al instituto merecía eso como mínimo.

Según fueron pasando los días me di cuenta de que esa amabilidad era fingida, más bien era condescendiente y seguramente eso también le evitaba conflictos. Así que ni siquiera le caíamos bien y eso que yo estaba a punto de renunciar a hacerle la vida imposible. Yo era una blanda, seguro que si los papeles estuvieran intercambiados él no perdería la oportunidad.

Muchos días íbamos él y yo hablando de las cosas que habían pasado durante la mañana, de historias de la gente del instituto de otros años, pero que todavía se recordaban o simplemente de cualquier cosa que no fuera personal, por ejemplo de las extraescolares. Ángela, nuestras hermanas y yo misma habíamos batido un record en el colegio. Nuestras familias estaban muy ocupadas y entre las clases y mis abuelos no tenían que preocuparse.

Uno de los últimos días de septiembre cuando girábamos la esquina de mi calle, vimos la furgoneta de transporte de pianos. Aquello que estaban bajando debía de ser más que eso para él, su cara lo decía todo. Mientras lo colocaban en su habitación, miraba la cara de preocupación de él por el miedo a que le hubiese pasado algo a su piano vertical o a que le ocurriese en el último momento. También veía la de mamá y supe que habría problemas.

—Pablo tendremos que poner unos horarios para no molestar a los vecinos —lo dijo mientras comíamos con un tono muy suave, como el que usan los abogados de las películas antes de venirse arriba y merendarse al testigo. Le faltó decir no queremos tener problemas, ¿verdad?

—No, será una molestia, tenía pensado probarlo después de comer. Podéis venir y comprobarlo. —Contestó muy tranquilo casi con la misma suavidad. Eso era malo, alguien que no tartamudeaba o sudaba con mamá, malo, malo.

Me acordé entonces de su reacción con Fran, sin inmutarse, prácticamente como había hecho con mi madre. Se me ocurrió pensar que debía de estar muy seguro de sí mismo como para que ninguno de ellos lo intimidara.

Después de comer lo estuvo afinando y probando, tardaría como una media hora y entonces dejó de sonar. Nos enseñó que el piano tenía un dispositivo para silenciarlo, una palanca y un aparatito o algo así que conectaban el piano con un portátil o con su móvil.

Mi madre estaba encantada. Acababa de quitarle un peso de encima y al mismo tiempo había ganado muchos puntos. Mi madre Rosario Aguirre, Rosa para los más íntimos, era abogada muy buena abogada, tenía que serlo por todo el trabajo que tenía en el despacho con la madre de Ángela. De eso no había duda.

Entre nuestras madres administraban la comunidad y llevaban casos de los vecinos con alguna condición, sobre todo que no fueran entre dos vecinos, es decir, matrimonios o disputas entre dos vecinos de la urbanización. En estos casos, como mucho mediaban o daban la tarjeta de algún compañero que se hiciera cargo del proceso, porque como ella decía era mejor un mal acuerdo que un buen pleito.

También administraban otras comunidades, incluida la de la playa, y llevaban todos los casos que podían de fuera, yo pensaba a menudo que era mucho trabajo. Entre esos casos había algunos que les llegaban de una asociación de mujeres para la que trabajaban de forma desinteresada. Casos que se guardaban en unas carpetas marrones, que yo jamás debía haber abierto, en las que aparecían fotos y documentos muy delicados. A veces me preguntaba si mamá lo sabría o si los habría dejado a mi alcance a propósito, porque tenía la inteligencia suficiente como para saber que un consejo de madre era solo eso y que el contenido de aquellas carpetas tendría un impacto mayor. Esa era su forma de hacer las cosas.

Cuando ellas salieron del cuarto, él se volvió y me ofreció uno de los auriculares de su móvil. Tenía que acercarme y sentarme en el borde de la cama, pedirle que me hiciera un lado en su banqueta habría sido peor, mucho peor. Si había otras opciones ni me las planteé, quería estar cerca y verlo. Mientras lo escuchaba tocar una pieza de Michael Nyman para la película El piano, según ponía en la partitura, había recordado que papá la tenía en una estantería, pero yo no la había visto. Tampoco había visto a nadie tocar así y no era solo por la distancia. Nunca había visto algo igual y nunca había sentido lo que sentía en ese momento.

Nota de la autora. Si has llegado hasta aquí y te ha gustado no olvides votar y comentar. Para mí es importante saber vuestra opinión, seguro que puedo mejorar. 

La pieza que viene a continuación y la película son importantes para la trama y espero que os gusten tanto como a mí.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora