Parte 22

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El último lunes de noviembre estábamos sentados en el patio a la hora del recreo, donde siempre y los de siempre. Por un lado quería llevarme bien con Fran, que no me hiciera la vida imposible, que no me llamara por mi mote. Por otro, yo esperaba que las cosas volvieran a ser como habían sido en años anteriores. Incluso había llegado a pensar que habría estado bien que Fran y yo nunca nos hubiéramos llevado bien. Era más fácil y más cómodo, en cierta manera, llevarse mal y no ser objeto de miradas o comentarios.

Demasiadas complicaciones para un curso en el que yo solo quería dar carpetazo al instituto y comenzar de nuevo en otro lugar, donde la gente y las cosas fueran diferentes, porque pensaba que nada podía ser peor que esto.

Sin embargo mi vida era fácil comparada con la de los otros aunque yo no lo supiera. Bruno y yo estábamos sentados juntos como tantas veces. Casi desde que lo sentaron a mi lado, en uno de los cambios de sitio que hizo nuestro tutor de primero de la ESO, nos hicimos amigos. Bruno daba la sensación de tener no un año más, que los demás porque repitió el primer curso del instituto, sino tres o cuatro. Las conversaciones con él nunca eran triviales. No era un gran estudiante, pero era inteligente y observador. Éramos amigos, como podíamos ser amigas Ángela y yo. No pasábamos juntos tanto tiempo, sin embargo daba la sensación de que no hacía falta.

Nos miramos y le sonreí, porque yo estaba allí y podíamos hablar de lo que fuera.

—Tú lo sabes, ¿verdad? —Me miró de una forma que no supe cómo interpretar.

—Sí —dije muy bajito. Lo sabía todo, lo que me había dicho y lo que no.

—¿Sí?

—Lo sé. —Asentí con la cabeza y lo miré a los ojos. Lo sabía cuando en tercero o cuarto tuvo una novia y era verdad, la conocíamos por las fotos que compartían y porque alguna vez la trajo a The planets. Le puse una mano en el antebrazo, todo era igual que siempre.

—Hoy es mi último día en el instituto, me van a mandar a una especie de internado en Inglaterra. Mi padre no quiere verme, no me soporta.

—¿A estas alturas? ¿No hay forma de que te quedes?

—No encajo aquí, ni en casa. Mi padre no me acepta, no me ha aceptado nunca. Ya no es solo que no lo sepa nadie... La verdad es que no me aguanta, sabe que nunca voy a ser como él quiere y hay una plaza.

—¿A estas alturas?

—Sí, hay gente que abandona en los primeros meses. Es duro y cuesta una pasta.

—¿Y tu madre?

—Ella pasa de todo. Tiene su vida, sus cosas... —Se dio cuenta de que no lo entendía—. No se divorcian por el dinero, por no repartir, pero es como si lo estuvieran.

—Conocerás a gente nueva y así no discutiréis —me atreví a decir, aunque estaba claro que era mucho más.

—No sé, ahora mismo, no tengo idea de cómo lo voy a resolver.

—Encontrarás la manera. ¿Los demás...? —No me atrevía a preguntar.

—A la salida diré que voy a un internado, que mi padre me lleva porque espera mucho de mí y aquí no voy a llegar a ninguna parte. —Eso no era cierto, pero yo me callaría—. Estaré sin móvil, sin correos, sin vacaciones... Es un programa de esos de inmersión total.

De pronto noviembre se convirtió en el mes más triste de todos, porque yo sabía que no era algo fácil. No era la primera vez que ocurría algo así en el instituto. Había muchos padres que esperaban mucho de sus hijos, que los presionaban con cosas absurdas, con exigencias sobre notas, deportes, extraescolares. Parecía como si quisieran que fuesen perfectos a toda costa, al precio que fuera, como si tuvieran la obligación de vivir la vida que ellos no vivieron.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora