Parte 23

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El jueves me quedé a comer en casa de Ángela. Necesitaba pasar la tarde allí. Así que con la excusa de que íbamos a estudiar estuve con ella hasta la hora de la cena. La verdad era que no tenía ganas de ver a Pablo y que el tiempo que pasaba en casa se me hacía insoportable.

—Lucía, ¿qué te pasa? —Ángela me miraba con preocupación.

—Lo de siempre supongo, el agobio de los exámenes —dije encogiéndome de hombros.

—Estás estudiando más que nunca y tus notas son buenísimas. No te lo crees ni tú.

—¿Qué quieres que te diga? —contesté de forma más agria de la que esperaba. Ángela no se merecía una respuesta así, ella no.

—Vale, tú sabrás.

—Perdona, Ángela. —Ella siempre estaba dispuesta a escucharme.

—No tenía que haber preguntado, es solo que estoy preocupada. Últimamente...

—Últimamente parece que voy a estallar. En cualquier momento, por cualquier cosa. Y tienes razón no son los exámenes, ya me gustaría...

—Yo estoy aquí, ya lo sabes.

—Sí. Lo sé, pero son muchas cosas. Es como si... Pufff. —Me pasé las manos por la cara, quería encontrar las palabras, pero no sabía por dónde empezar.

—Empieza por alguna, por la que te cueste menos.

—Odio los secretos, los odio tantísimo. Tener que callarme, mirar para otro lado, fingir que todo va genial cuando no es verdad. Es mentira, todo, todo.

—¿Bruno?

—¿Cómo sabes...?

—Por lo visto sus padres tenían que pagar algo del colegio y hacer papeleo y ya te puedes imaginar quién lo ha resuelto, además su madre estuvo hablando con la mía. No te agobies que tú no has dicho nada.

—¿Hay algo en este barrio que no pase por ese despacho?

—¿Y Fran?

—Eso... eso también.

—Me lo puedes contar, Lucía, nunca hemos tenido secretos.

—Es que ni yo lo entiendo. —La cara de Ángela era un poema, estaba preocupada de verdad y yo dándole vueltas.

—Te gusta, está claro. Le gusta a medio instituto.

—Ese es el problema. A mí no. Debo de ser más rara que un piojo verde. Lo peor de todo es...

—¿Te preocupa eso? —Ángela esta vez no se enteraba.

—Es difícil de explicar... Yo... No sé me gustaría llevarme bien con él, que fuera como un compañero más, olvidarme de todas las cosas que me ha hecho y hacer los trabajos con tranquilad. A veces pienso que va a esperar al día que nos toque y me va a dejar en ridículo delante de toda la clase, que de alguna manera me la va a jugar para que la nota no me dé. Yo qué sé...

—Estás fatal, Lucía. —Ángela se reía con ganas—. Eso es tan retorcido. No creo que a Fran se le haya pasado por la cabeza, además a él tampoco le serviría de mucho. —En ese momento ninguna de las dos éramos conscientes del grado de mezquindad que podía tener Fran y afortunadamente tardaríamos un poco más en saberlo.

—Yo creo que con tal de fastidiarme estaría dispuesto a cualquier cosa. Hasta tengo pesadillas con eso. Salimos a la pizarra y todos se ríen de mí, mucho, muchísimo. Y yo no puedo hablar, tartamudeo, no consigo construir ni una frase. ¿Por qué te hace tanta gracia?

—Estaba segura de que me ibas a decir que ahora te gustaba. De hecho es lo que pensamos todos, ¿no has visto como te mira todo el mundo por el pasillo.

—Me miran mal, como me han mirado siempre. No creo que haya mucha diferencia entre antes y ahora.

—Entonces, ¿estás segura?

—¿De qué? Ángela, la cabeza me da vueltas. Lo estoy pasando fatal.

—¿De que no te gusta?

—No creo que me guste nadie en una temporada...

—No me digas que sigues con lo de Pablo, pero si no lo miras, no le hablas y cuando te dice algo lo miras como si te molestara. Es como si te diera asco, como si te hubiera caído una mota en el brazo y fueras a darle un golpecito de nada con el dedo corazón para mandarlo lo más lejos posible.

—Ojalá pudiera hacer eso y mandarlo lejos. Y me molesta, me molesta mucho. Ya no sé qué hacer. ¿Tú crees que tus padres me adoptarían?

—No creo que a tu madre le guste la idea.

—Yo tampoco. —Hice una mueca.

—Puede que con el tiempo, si lo trataras mejor...

—Nunca he tenido muchas esperanzas de que pudiera pasar ¿sabes?, pero ahora ya... —Ahora ya sabía que no pasaría nunca, estaba completamente segura y dolía tantísimo.

—¿Estás segura? Cuando empezó el curso yo pensé... Parecía...

—No te equivoques, no tenía con quien juntarse, supongo que las cosas han cambiado. Ha hecho amigos. Pasa de mí, como ha hecho siempre. No sabe que existo y si lo sabe debe pensar que soy esa chica rara... Además está Sara... —Yo había hecho por ignorarlo, por no escuchar los rumores, de todas formas sino era ella sería otra.

—Lucía no tienes arreglo.

—Eso ya lo sé. Tú no entiendes lo que es fingir todo el día. Ojalá mis padres no se lo hubieran traído nunca. Ojalá hiciera algo de una vez. No sé, presentarse en casa borracho o colocado o lo que sea para que mi madre lo largue de una puta vez.

—Eso no va a pasar, Pablo no es de esos. No se va a meter en ningún lío.

—Ya —dije garabateando en mi cuaderno—. Tampoco creo que sea un santo, algo malo habrá hecho, o hará. —Me dolía tantísimo, a veces era el estómago, otras ya ni sabía, era como la gripe, malestar general. Eso, eso era lo que me pasaba.

—No es un santo, pero no es idiota y no le va a dar motivos a tu madre para que lo eche. Y no parece que lo de Sara...

—No, de verdad prefiero no seguir con el tema. Si eres mi amiga no me lo cuentes, por favor. —Ángela asintió y como siempre estuvo ahí, dispuesta a escucharme y a entenderme—. ¿Y si no habláramos más de él?

No era consciente entonces de que a veces nos ponemos un disfraz y nos ocultamos las cosas para no ver como somos en realidad, para ser otro por unas horas, para fingir que la realidad podría ser lo que quisiéramos que fuera. Hasta que nos quitamos esas ropas que no eran las nuestras y nos quedamos desnudos frente al espejo, ese no nos engaña. ¿Qué pasaría en ese momento? ¿Qué pasaría si dejara de fingir, de guardar secretos, de ocultarme cosas incluso a mí misma? 

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora