Parte 49

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El viernes por la tarde me fui al centro porque habíamos quedado. Seguía empeñado en ir a aquel sitio de música, seguía empeñado en salir. Obviamente a mi madre le dije que me iba con él porque Ángela había conocido a un chico en la academia, Clau estaba desaparecida en combate y yo estaba demasiado estresada para quedarme en casa. Mis padres ese viernes no salieron.

Me vestí y me arreglé cómo me apeteció, como yo era. Fue agradable no disfrazarme, no querer esconderme ni llamar la atención, ser solo yo. Cenamos en el sitio, era agradable y la música estaba bien. Me sentía tan bien que el tugurio más infame me habría parecido perfecto, porque así era exactamente como lo habría descrito mi madre. Era tan feliz en aquel momento con nuestros dedos entrelazados, dándonos besos a cada trecho, que no pude evitar pensar en el viernes del concierto y que me doliera. No pude evitar pensar en todos los viernes perdidos.

La semana siguiente no sé ni cómo fue, debí pasarla como la anterior. No dejaba de repetirme que no podía estar tan feliz, que aquello era tan peligroso que no podía acabar bien. Para él las cosas no tenían que significar lo mismo que para mí, tal vez él no era tan feliz como yo, seguramente él no sentía lo mismo que yo, pero por primera vez era como si fuera verano.

Mi madre no estaba tan feliz cuando me dijo que mi padre y ella se iban a la playa el viernes por la tarde. Como siempre había que hacer la reunión de la comunidad y un millón de explicaciones que no escuché. Igual que todos los años. No, igual no. Otros años nos habíamos ido de fin de semana, pero el lunes tenía un examen importante y era una semana complicada porque se acercaba el final de curso. Así que a regañadientes y asegurando que el sábado por la mañana volvían, se despidieron.

Después de cenar ese viernes, empezamos a ver El piano. Llevaríamos media hora de película o algo así, porque sinceramente no la estábamos viendo, cuando mi móvil empezó a sonar tuve que mirarlo porque podía ser mi madre. Era María, me pedía permiso para quedarse a dormir en casa de Alicia con muchos emoticonos y una foto de las dos en la buhardilla de Ángela. Miré a Pablo y le enseñé el móvil, le había dado permiso, nos miramos, nos reímos y subimos a mi cuarto entre besos y risas. Entre risas y besos busqué una cajita de madera que tenía en una estantería. Dentro estaban las dos muestras que me habían dado en el instituto y aunque me sentí un poco tonta le enseñé la caja y el contenido.

Habrá quien piense que aquel era el gesto menos romántico del mundo, pero lo era. Ese gesto era el más romántico de mi historia conmigo misma. No valía solo con ser la protagonista, había que querer serlo.

La respuesta inesperada, él también tenía las muestras. La pregunta obsoleta a estas alturas, si estaba segura. La confesión sorprendente, la suya en mi oído y aunque me había prometido a mí misma no confesar le dije "yo tampoco".

Puede que no fuera como en una novela, claro que no. Las novelas contaban fantasías y aquello era realidad imperfecta, mejorable y diversa porque no hay dos personas iguales. Bien pensado puede que fuera mejor, mucho mejor. No fue una decisión impulsiva, simplemente no fue una decisión. Conocía a Pablo desde siempre, me gustaba desde que podía recordar, lo deseaba desde antes de saber que era el deseo, llevaba meses en casa y si él sentía una décima parte de lo que sentía yo me parecía bien.

Cuando desperté por la mañana sentí una oleada de miedo. Dos segundos de terror, no podía moverme, alguien me lo impedía, y no tenía pijama. Las dos cosas tenían una explicación simple. Más complicada fue la segunda oleada ¿y ahora qué? Intenté solucionarlo eso lo recordaba, mi cama no era pequeña, aún así le dije que dormiría más cómodo en su cuarto. No sirvió de nada, aunque el plan era sencillo evitar un despertar incómodo. No lo conseguí, éste era sin duda un momento raro, si no el más raro de mi vida y no porque me arrepintiera.

Nunca los buenos días habían sido tan dulces, ni con tantos besos. Descubrí esa mañana que hay quienes tienen el poder de llenarte los sueños de pesadillas y que hay quienes simplemente te hacen soñar.

Cuando mis padres entraron por la puerta, algo más tarde de lo que yo esperaba, por una historia de un atasco en la carretera del que no me enteré, yo estaba tomando mi segundo desayuno y consideraba una segunda ducha.

—Y esa risa, Lucía, lo que te estoy contando no tiene gracia.

—Es que estoy con el libro de la reseña y estoy pensando en lo que dirán mis haters.

—¿Desde cuándo te dan igual los comentarios que te ponen? —preguntó Miguel con interés.

—Pues, no sé —dije encogiéndome de hombros—. Me dan hasta pena. Pobrecitos están pendientes de las tonterías que escribo.

—Por cierto de ese libro hay película y yo la tengo. Si te interesa es de Scorsese y está muy bien hecha.

—Miguel déjate de películas. ¿Qué te has hecho en la cara? —El interrogatorio sí lo tenía previsto.

—Estaba probando. Ahora viene el cumple de Ángela y la graduación y todo ese rollo de las películas de adolescentes. —La excusa perfecta para estar pintada como una puerta.

—Bueno, eso se hace cada vez más. Si te sirve de consuelo en mis tiempos también hicimos una fiesta. Las fotos estarán en casa de la abuela.

—¿Te gusta? Me lo he hecho siguiendo un tutorial de internet.

—Es un poco recargado, pero no está mal. ¿Y María?

—Se quedó a dormir en casa de Alicia, me pidió permiso y tengo hasta una prueba de vida. —Le enseñé el móvil con la foto que me mandó.

—¿Y Pablo? —Preguntaba con cautela, como preguntaría a un testigo. Mal asunto.

—Pablo ha dormido aquí, creo...—Yo sabía que bromear con esto era jugar con fuego. Así que tocaba decir unas cuantas verdades—. Me acosté temprano y él puso una película de papá, no sé qué de un piano.

El piano —dijo Miguel cogiendo la carátula que yo había dejado en la mesa con el disco dentro—. Tiene una banda sonora fantástica.

—No sé, yo no la he visto. Y esta mañana se ha ido muy temprano. Ya sabes... —Me encogí de hombros.

—Ay, este chico. —Por una vez mi madre lo dejó estar. A estas alturas todos sabíamos cómo era Pablo, ¿o no?

De nuevo metí la cara entre las páginas del libro, aunque en realidad no leía solo pensaba. Si me preguntaran a favor o en contra ¿qué respondería? A favor, por supuesto. A favor de los colegios que segregaban por sexo, de las extraescolares que te quitaban la vida, de la España vaciada y de las playas en invierno. ¿Por qué las chicas no podíamos ver las cosas del mismo modo que los chicos? ¿Por qué tenían que importarnos cosas distintas? ¿Por qué los chicos no perdían nada?

Seguía siendo abril y yo no había perdido nada, simplemente porque no lo sentía así.

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Nos vemos en Mayo.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora