Parte 41

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Los viernes volvían a gustarme. Nos juntaríamos para cenar o quizás volviéramos a la cena en mi cocina y la película luego. Las dos opciones me gustaban, por un motivo simple, Pablo estaba en ambas. Después de comer, me fui a leer a la buhardilla y me enfrasqué tanto en el libro que me olvidé de que teníamos que estudiar. Cuando llegó yo estaba tumbada en el sofá boca abajo, sin poder parar de leer pese a que veía borroso por las lágrimas, con dos o tres pañuelos tirados y otro en la mano. El susto pudo matarme, pero no tuve tanta suerte.

—Te has olvidado de que teníamos que estudiar, muy mal... —me reñía medio en broma, aunque se quedó cortado a media frase.

—No pasa nada. Puff, se me ha ido la hora —dije limpiándome a toda prisa y recogiendo el desastre—. Por cierto, ¿a ti no te han enseñado a llamar a las puertas y todo ese rollo?

—¿Qué puerta? La buhardilla no tiene puerta.

—Bueno, pues de ahora en adelante haces como si la tuviera. —Nunca hizo caso.

—¿Estás bien? ¿Me quedo, me voy? —Pablo parecía no saber dónde meterse.

—Sí, claro. —Me tuve que reír en medio de aquel drama—. Estoy en una parte mala del libro y estoy muy metida en la historia... Es que es adictivo.

—¿Estás llorando por una estupidez de libro? —¿Me estaba riñendo?— Son todo mentiras.

—Yo puedo llorar por lo que me dé la gana.

—No sé, creía que te pasaba algo. —Lo miré cómo si fuera tonto—. Creía que era por lo de antes.

—¿Por qué he discutido con Ángela? Puff, entonces no habría pañuelos en el mundo, últimamente discutimos mucho, hacer los trabajos con ella ha sido un poco raro. Mucho estrés, supongo.

—No, quiero decir por Fran. Quería preguntarte...

—No —sonreí mientras lo decía, era un detalle—. No me molesta que esté con Carmen, lo que no me gusta es su actitud, pero no es asunto mío. —Me encogí de hombros, no sabía cómo explicárselo.

—Humm. Me refería a lo que pasó en febrero.

—Ah, vale. —Había dado tantas explicaciones que estaba ya aburrida y justo ahora venía él—. Estoy segura de que hay muchas versiones, quédate con la que quieras —dije subiendo un hombro.

—Lo sé, pero quería la tuya. —Parecía como si le interesara de verdad, era un detalle. Mientras hablábamos se había acercado tanto que en algún momento sentí una especie de abrazo.

—Pues, no sé qué decirte, ni cómo empezar. Fue una cosa un poco rara.

—¿Habías salido con él? —preguntó con cautela.

—No, que va. A ver, yo venía del centro comercial de comprar un regalo para Claudia y me lo encontré.

—Ah, vale.

—Se empeñó en tomar algo y ahí fue cuando se lio todo. —Me miraba con los ojos muy abiertos como si estuviera muy intrigado—. Entré en la cafetería, —no le dije que no me dio opción— y choqué con la camarera.

—Tú y tus accidentes... —dijo moviendo la cabeza.

—Para colmo me derramé el refresco y me tuve que cambiar de ropa en el baño, menos mal que me había comprado un vestido. Salí, me tomé lo que había pedido y estuvimos un rato hablando de tonterías. —Eso era así más o menos.

—Y ¿ya está? —Lo mismo mi versión no le cuadraba—. Pero lo del beso...

—Ayyy, madre mía —dije poniéndome las manos en la cara—. Has pedido mi versión ¿no? Lo mismo te lo han contado con más adornos no sé. Bueno, yo también puedo adornarlo.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora