Marzo. Parte 39

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Cuando el destino del mundo conocido lo regía Roma, marzo era el mes de la guerra. En esa época del año empezaba a hacer buen tiempo y eso beneficiaba a su ejército en las batallas. Los romanos decidieron llamarlo así en honor al dios Marte para que les ayudara. Isabel siempre nos contaba este tipo de cosas en clase, viniera a cuento o no. ¿Cómo si no íbamos a saber los chicos de ciencias algo así?

Sinceramente, yo estaba segura de que marzo no podía ser peor que febrero. Había discutido con tanta gente que no creía que me quedase nadie más con quien enfrentarme. Los días se iban haciendo más largos y más horas de luz, eran más horas de buen humor. Yo al menos me sentía así. Si me paraba a pensar en los pequeños cambios que se habían producido en el mes de febrero, me sentía contenta y hasta orgullosa de mí misma.

Aquel viernes era el último de paz y tranquilidad antes de que volviera "El pianista de Varsovia". Sí, sabía que era una película y también la había visto, pero era un chiste demasiado fácil como para guardármelo. Las cosas entre nosotras parecían estar como siempre y yo estaba de mejor ánimo. Algo había ido cambiando en mí poco a poco, quizás más de lo que yo pensaba, hasta me había comprado ropa un poco distinta, nada de sudaderas dos tallas más grandes, ni pantalones con la pierna tan ancha que la mía se perdía dentro.

Casi a las ocho me fui a la ducha. Papá y mamá estaban abajo, no iban a salir porque mi padre no se encontraba bien. Le había sentado algo mal y preferían quedarse en casa. Total, por un día que no salieran no les iba a pasar nada. Tenía puesta una lista de reproducción con mis canciones preferidas y sonaba Dua Lipa bastante fuerte. Me escurrí el pelo en la ducha, mejor dicho mi larga melena, y salí envuelta en una toalla.

El espejo del lavabo estaba completamente empañado, aunque a diferencia de otras veces cogí un paño que mamá tenía allí preparado para quitar el vaho y limpié el espejo a conciencia. Después dejé caer la toalla al suelo y, a diferencia de otras veces, me miré en el espejo muy despacio, de arriba abajo, como si no lo hubiera hecho nunca y en realidad nunca lo había hecho de esa forma. Siempre había visto mi reflejo en los espejos como una ráfaga, como si yo fuera un espíritu, un ser terrorífico que no tenía cuerpo.

El pelo me había crecido bastante desde el verano, cuando volvimos solo me corté un poco las puntas para saneármelo. Las gotas de agua, pese a haberlo escurrido bien, resbalaban por mi cuerpo. No tenía otro. Así que mientras miraba me acerqué un par de pasos hasta el cristal y fui reparando en mis rasgos. Mi pelo castaño más claro que el de mi madre, que era casi negro, mis ojos de un marrón mucho más claro que los de ella, mi nariz aceptable, mis labios ni finos ni gruesos, mis dientes no estaban mal, no había necesitado aparato, y el resto de mi cuerpo... Normal, esa era la palabra que buscaba.

Era posible que nunca fuera preciosa, ni modelo de pasarela, pero no estaba mal. Si seguía mirándome seguro que encontraba algo con lo que acomplejarme, aunque la realidad era que yo no parecía un espantapájaros y daba la casualidad de que no lo era.

Si en algún momento había pensado que eso era verdad, ya había llegado el momento de desecharlo. Así que recogí la toalla y me sequé bien, me puse crema hidratante, porque mamá decía que eso era casi tan importante como ducharse, y me sequé el pelo con más mimo del habitual. Cuando estaba todavía húmedo, cogí la plancha que nunca usaba porque ya tenía el pelo liso de por sí y me hice unas ondas suaves.

Luego, sin prisa, comencé a vestirme. Sobre el banquito del baño había dejado la ropa que me iba a poner. Comencé por las prendas de interior, un sujetador muy favorecedor y unas bragas bastante monas, porque siempre me ha gustado la lencería, porque la ropa de algodón y de color carne se pone solo con lo que transparenta y si no eso no lo usa ni mi abuela. Desde luego no tenía la esperanza de que alguien más la viera, yo la veía y eso era más que suficiente. Después de eso corté las etiquetas de los vaqueros y de la camiseta que me había comprado en las rebajas y que, contra todo pronóstico, no habían acabado en el fondo del armario y acabé de vestirme.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora