Septiembre. Parte 7

276 69 337
                                    

Nunca había entendido por qué a la gente le gustaba septiembre. Cómo podía ser el mes preferido de nadie. A mí me provocaba ganas de encerrarme en mi cuarto y poner en bucle la canción de Green Day, aunque mi madre jamás habría tolerado que no saliera del cuarto hasta que el mes terminara.

El gusto por septiembre era para mí un completo misterio. Sabía que olía a nuevo en todas partes, a libros sin abrir, a material escolar, a ropa y zapatos que inundaban las tiendas, a la promesa de que el frío llegara este año antes y el verano quedase atrás con su calor y su olor a sal y a cloro. A mí a excepción del olor a libros y lápices nuevos, no me gustaba nada. La ropa y los zapatos me eran indiferentes, no porque no me gustasen sino porque no me parecía que arreglarse para ir al instituto mereciese la pena. Solo me arreglaba de verdad en verano, en la playa. El frío tampoco me gustaba demasiado, mi nariz se ponía roja y siempre tenía las manos heladas hasta junio por lo menos.

Mamá acercó el coche hasta la puerta y comenzamos a cargar nuestras maletas con las cosas que llevábamos de vuelta, aunque como era nuestra casa teníamos allí de todo y en las maletas solo había caprichos, ropa que nos gustaba mucho y que queríamos ponernos allí o cosas que nos comprábamos para las vacaciones. Cerramos la casa de la playa y volvimos a nuestra vida. Siempre había sentido como si el tiempo que pasábamos allí fuera mejor, como si aquello fuera estar vivo realmente. Todo allí parecía mejor, más intenso, más de verdad.

Durante el trayecto íbamos escuchando cadenas en las que ponían música de los 80 y los 90. La música la elegía el conductor, es decir, la elegía Miguel o mamá que se turnaban para conducir. A nosotras de tanto escucharlas nos gustaban esas canciones y conocíamos a esos cantantes como si fueran de nuestra época. Nos gustaban grupos como Texas o REM, eso era sin duda por mamá, y nos sabíamos las canciones. Sí, nos las habíamos aprendido de memoria y daba gusto cantarlas gritando porque tenían un mensaje en su tiempo y lo seguían teniendo.

—¿Por qué vas tan contenta? —Le pregunté a María, en ella no tenía importancia porque siempre estaba de buen humor, aunque parecía algo más.

—Porque voy a tercero, este año ya no soy una pardilla de los primeros cursos.

—Claro, ahora eres una pardilla de tercero. —Me miró con mala cara—. No te preocupes, yo soy una pardilla de bachillerato, no pasa nada.

—Mira que eres negativa. Además tengo ganas de ver a mis amigas, de aprovechar la piscina, de ver con quién he caído en la clase. Puede que haya caído con Enrique —dijo pestañeando con intención.

—¡María...!

—¿Qué? Es solo un crush. No es nada. ¿No sabes lo qué es?

—Sí, lo sé, pero...

—Eres un aburrimiento de niña.

Mis padres se reían porque María era así. Sabían que era como mi padre. Ellos nunca hablaban del todo en serio, para ellos todo era una broma. A mí me agotaban aquellas conversaciones, tal vez porque yo aportaba poco. Al instante lo pensé, si yo hubiera aportado algo habríamos salido en el telediario. Mejor callarse.

Me gustaba mirar por la ventanilla y ver cómo iba cambiando el paisaje. Había una gran diferencia según se iba avanzando por la carretera. A veces podías ver algún animal que se acercaba al arcén o que planeaba en el cielo. Me gustaba ver pequeñas diferencias en la tierra, en las casas. A veces pensaba cómo sería vivir en cualquier otro sitio, en la playa, en uno de aquellos pueblos, en las ciudades dormitorio, en las casas del extrarradio, donde fuera menos en La Rosaleda.

El trayecto a veces resultaba tan rápido que casi deseaba que mis padres decidieran volver el primer fin de semana que se pudiera. A veces nos íbamos de puente o mis padres se escapaban y María y yo podíamos hacer un poco lo que quisiéramos en casa, aunque no demasiado.

De pronto estábamos en la garita de la entrada más próxima a la carretera principal. Nosotros vivíamos allí porque mis abuelos tenían una casa tres calles por detrás de la nuestra, en la calle Rosa Glauca, y eso en su día pareció muy práctico. Mi madre había vivido allí desde pequeña y antes de que yo naciera compró una casa que se puso a la venta.

Los primeros días fueron un poco caóticos, deshacer maletas, limpiar y recoger. Tres o cuatro veces en semana venía la señora Tina, que llevaba muchos años ayudando en casa, pero ya cada vez menos mañanas. A mamá le gustaba que arrimáramos el hombro, como ella solía decir. También solía decir otras cosas, tales como que no iba a dejar que fuéramos unas pijas consentidas o unas inútiles. Con el tiempo me fue quedando claro que lo que ocurría realmente era que a mi madre le costaba delegar, tan sencillo como eso. Habría dado lo que fuera por poder hacerlo ella todo sola. 

Mientras hacía las tareas que me había encargado, pensé que era hora de comenzar el proyecto del reto lector y escribir mi primera entrada para el blog de lectura. Ya era hora de comenzar a hacer algo que me gustara y que me distrajera de mis penosas vacaciones. A decir verdad habían sido penosas por muchos motivos y esperaba que el primer libro que había elegido pudiera ayudarme a ver las cosas desde otro punto de vista. De hecho lo había elegido por eso.

Septiembre. Un libro que tienes y no has leído

Título: Nada

Autor: Carmen Laforet

Año: 1945

Resumen: Andrea es una chica que se traslada a Barcelona para estudiar letras en la universidad. Cuando llega se instala en casa de unos familiares, que llevan una vida compleja por sus relaciones y por su difícil situación económica. Este ambiente contrasta con el de sus compañeros de universidad, que pertenecen a otra clase social y con los que tiene unas relaciones bastante superficiales. La protagonista vive esta etapa con desilusión y decide comenzar de nuevo en otra ciudad.

Fragmento: Bajé las escaleras, despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza; el anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría; el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos eso creía yo entonces.

Lo elegí porque lo tenía en casa y no lo había leído y también porque conocía el libro de las clases de literatura de 4º de la ESO. Me pareció que podía sentirme identificada con la protagonista, una chica que va a comenzar a estudiar en la universidad, porque el año que viene yo comenzaré una carrera. También me interesó porque en la información que encontré en internet hablaba del sentimiento de frustración que sentía Andrea y quería saber a qué se debía. Ahora entiendo que ese sentimiento surge porque nada había sido como ella esperaba, ni sus estudios, ni las amistades que había hecho, ni su relación con un chico que después de invitarla a ir de vacaciones con él y su familia y también a una fiesta en su casa la ignora y se dedica a otras invitadas.

Me ha aportado mucho más de lo que yo esperaba, porque me he sentido muy identificada con ella. Tal vez porque como la protagonista yo también espero a veces más de lo que consigo y desde luego porque imagino que las cosas serán diferentes a cómo son en realidad, porque en el fondo todos queremos una vida de novela. Sobre todo me ha gustado el final, porque ella sigue adelante y porque me parece un final que si no es feliz al menos es esperanzador. Las cosas para ella podrían haber sido peores. Quizás cabría preguntarse si a veces es mejor que no te pase nada a que te ocurra algo que no querías o incluso que lo que te ocurra sea malo y acabe por destruirte. Nos dan miedo los cambios, pero los cambios no tienen porqué ser malos. Lo malo es dejar de reconocerse, dejar de saber quién eres.

Esas últimas frases debían de ser lo más sincero que había dicho en todo el verano. Andrea se había sentido incómoda y abandonada, pero la fiesta le había servido para darse cuenta de que no le interesaba realmente a ese chico, se marchó de su casa y ahí terminó todo. Algo parecido me había ocurrido a mí.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora