Parte 59

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—Hola, Pablo, voy al centro comercial. He dejado a todos con el lío de los muebles. Después de montar uno enorme, tu madre ha decidido cambiarlo de sitio y me he escapado para comprar un bikini. Con este calor es imposible no bajar a la piscina y mi suegra no sabe dónde están los suyos. Así que aprovechando el lío me he largado. Espero encontrar algo mono. ¿No nos presentas?

—Eh... Cris está es Lucía...

—Una compañera de clase, encantada. —Me lancé a darle dos besos. De dónde la había sacado y lo que hablaba, le daban cuerda ¿o qué? Yo había estado rápida, compañera de clase, que se creía que iba a dejar que me ninguneara como hacen normalmente los tíos. Eso también sabía hacerlo yo. Seguía hablando de bikinis y quién sabía de qué más, porque no la oía. Sólo sabía que me miraba como si quisiera hacerme una radiografía y que no lo soltaba. Qué pesada.

—Ay, ya sé, tú eres la chica de la autoescuela. —Se le iluminó la cara.

—No, yo no trabajo en ninguna autoescuela. —¿Qué autoescuela?

—No, quiero decir la chica que discutía con su novio en la puerta de la autoescuela hace una semana. Sí, la que está debajo de casa.

—Yo no tengo novio —le aclaré muy seca.

—Pues que pena, porque el tío está buenísimo y tiene unos ojos increíbles. ¡Qué lástima chica! —Parecía que le daba pena de verdad y no me soltaba el antebrazo ni a la de tres.

—No lo sientas. —Y entonces fue cuando me empecé a reír, la risa floja porque, a ver, la chica era perfecta, rubia, ojos azules, guapa, alta, con las medidas perfectas. Lógico que se hubiera liado con ella, pero joder que yo no había mirado nunca a Fran, que sinceramente a mí Fran ni frío ni calor. ¿Irónico? Sí, mucho, muchísimo. Le estaba bien empleado, ya lo creía que sí—. Fran es solo un vecino.

—Ah, si tú lo dices... No lo entiendo, de verdad que no. Erais perfectos el uno para el otro. —Cómo lo iba a entender, si esta chica no era la más lista de su clase—. Me voy antes de que me cierren las tiendas. ¿Crees que encontraré algo mono? Por cierto me han dicho que había un semáforo y que tenía que girar no sé dónde.

—A la derecha —dijo Pablo.

—A la izquierda —corregí yo señalando.

—Ay, este chico... —Lo miró con una sonrisa de oreja a oreja y por fin lo soltó.

—Adiós.

—Nos vemos luego. —Miró hacia atrás moviendo la cabeza—. Es la novia...

—Ahórrame los detalles, por favor. Deberías irte con ella no sea que se encuentre con Fran por el camino.

—¿Qué detalles? ¿De qué hablas? Ya estás como siempre, te estás imaginando cualquier historia loca. He estado muy ocupado.

—Claro, claro... Sabes qué me da igual, no me voy a quedar a escucharlo. No me interesan tus ocupaciones. —El eufemismo del siglo. De todas formas hacía rato que yo tenía esa extraña sensación que se tiene a veces, como si los demás hablasen en otro idioma.

—Lucía, espera. Espera, por favor. Exámenes... novia... piano... hermano... profesor... María... —Dejé de oír, ya ni siquiera palabras inconexas, no escuchaba nada y el barrio empezaba a darme vueltas. Si encontraba algo en lo que fijar la vista tal vez se me pasara, desde luego a él no podía mirarlo. Sequedad en la boca, sudoración en las manos, palpitaciones, en las novelas decían que era amor. En la vida real estos son los síntomas de un ataque de ansiedad—. ¿Qué me dices?

—¿Qué de qué? —Había varias opciones aunque en ese momento solo se me ocurrían tres: dar una respuesta sarcástica, eso siempre ayudaba, decirle que lo odiaba, cosa que era evidente, y por último decir la verdad—. No sé ni de qué hablas, no me he enterado de nada de lo que me has dicho. —En ese momento supe que pasaría mucho tiempo y recordaría cada una de las cosas hirientes que me había dicho Fran, pero nunca sería capaz de poner en pie lo que él me acababa de decir.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora