Mayo. Parte 50

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Ahora más que nunca Mayo tenía que ser el final del túnel, el punto desde el que comenzabas a ver la meta y todas esas metáforas que yo habría usado muy a gusto en cualquier otro momento. Una parte de mí seguía viendo ese mes como la solución a muchos de mis problemas, el final de una etapa dura que no estaba segura de poder recordar con cariño. Sin embargo cuando pensaba en el último curso los malos momentos empezaban a desdibujarse y otros, los buenos, especialmente los que había vivido con Pablo, empezaban a resaltarse como si los repasaran con un rotulador fluorescente.

El primer fin de semana de mayo solíamos pasarlo en la playa todos los años, aprovechando el puente. Esta vez era importantísimo, al parecer había que arreglar algo de la piscina y mi madre tenía que estar presente, porque ella siempre supervisaba las obras personalmente. La semana próxima teníamos que presentar alguno de los trabajos de este trimestre, así que me venía bien pasar los cuatro días cerca de Pablo. En realidad eso me venía de perlas porque la idea de no verlo durante cuatro días se me hacía insoportable.

El primer día que era el festivo lo pasamos en mi casa preparando lo que nos quedaba que era más bien poco, aunque mi madre no necesitaba saberlo. El viernes papá se ofreció a llevarme en el coche al centro del pueblo, porque quería hacer la compra. Mamá había hecho una lista con productos de limpieza y el tipo de cosas que se tienen porque no se estropean. Yo necesitaba material de la papelería, que me había olvidado en casa, y crema solar.

Todo se complicó porque, en vista de que no había nadie en la farmacia y de que no conocía de nada al chico que estaba en el mostrador, decidí pedir una caja de condones. Pensé que estaría en prácticas porque me preguntó con un tono burlón: "¿de cuáles?", sinceramente no le encontré la gracia No había pasado tanta vergüenza en mucho tiempo y más que pasé cuando el chico se fue hasta el expositor y comprobé que había distintos envases, que correspondían a distintos tipos. Así que con toda la seguridad que pude reunir le contesté: "de los normales". No pude hacer más el ridículo, porque más era imposible.

Entonces caí en la cuenta ¿las chicas no compraban? Puede que fuera eso. Si esto fuera una novela el chico llevaría siempre uno en la cartera, excepto cuando no lo llevara y ahí comenzaría el conflicto. La vida real siempre ha sido más complicada, mucho más. De todas formas por qué no podía llevar yo uno, más aún yo debía llevarlo. En mi bolso llevaba siempre un par de tampones y clínex y tiritas y muchas otras cosas que podían ser útiles, ¿por qué esto no? Posiblemente las chicas no pudiéramos cambiar la historia, pero teníamos que cambiar el relato.

Después de eso habíamos quedado para comer en la playa, porque lo de la piscina había sido algo más complicado de lo que parecía en un principio. Además los padres de Pablo necesitaban hablar de negocios con mi madre. Ella nunca dejaba pasar una oportunidad así. Esa tarde salían de viaje porque al día siguiente su madre tenía que actuar en una boda. Tardé en conectarlo con las cosas que me había contado y pensé en que eso ocurriría muchas veces y que tal vez estar solo sería lo normal para él.

Mi madre con su sutileza habitual les dijo que una posible solución pasaba por alquilar su casa o mejor aún venderla. Con el dinero de aquella vivienda, ridículamente grande como me dijo después, era posible comprar un piso en nuestra zona y tal vez un apartamento pequeño en la playa. Llegados a aquel punto de la conversación, mi padre pidió una copa y nos dio dinero para comprar un helado, como de costumbre, como si todavía fuéramos pequeños.

Justo en la puerta de la heladería me encontré con Bea, la de nuestra pandilla, que me invitó a irme aquella tarde a su casa a cenar y ver una película. Sin dudar ni un segundo le dije que sí. La cara de decepción de Pablo no me dejó dudas, probablemente él quería quedar, aunque también era posible que tuviera planes por su cuenta. Yo había contestado sin pensarlo ni un segundo, por un motivo muy simple eso era lo normal. No estaba acostumbrada a tener en cuenta más opinión que la mía, con el permiso de mi madre.

Deep Blue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora