32. El día libre

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El día libre

No recuerdo haber estado más feliz en mi vida como estuve aquella noche de festejo. Primero nos tomamos mil fotos con el trofeo, luego ofrecí varias entrevistas mientras todos me miraban como si fuese mi cumpleaños, después cené junto a mi padre y a Federer, y por último, Roger y yo alquilamos una suite presidencial del hotel Four Seasons para follar el resto de la madrugada.

Fue la primera vez que vi un gran estado de ebriedad por parte de Roger. Fue la segunda vez, también, que me hizo sexo oral. Y esta vez lo hizo mejor que la anterior vez. Descubrí una nueva especie de orgasmo que no conocía.

Pero lo que más me gusta de él es cuando apoya sus delgados y largos dedos sobre mi trasero, apretándome con fuerza y necesidad, para luego subir su fina lengua sobre mi ombligo hasta llegar a mitad de mi pecho y dirigirse de derecha a izquierda: lamiendo con intensidad cada uno de mis senos. Ahí es cuando necesito que me penetre, ya no puedo resistir, y él se acomoda para embustirme mientras continúa haciendo su trabajo en cada uno de mis pezones.

Creí que terminaría embarazada, porque él acabó dentro de mí cuatro veces, y otras dos veces a mitad.

Pero nada de todo eso me importaba: ¡Carajo! Acababa de ganar un Grand Slam. Se convirtió en el mejor día de mi vida.

Al otro día, es decir, hoy, cuando desperté hace media hora, apenas pude levantarme de la cama. Me duele el cuerpo, la cabeza y tengo náuseas. Roger, acostado a mi lado y también con resaca, poco a poco comienza a despertarse.

―La mejor noche de mi vida ―le dije.

―Y vendrán muchas más si sigues ganando Grand Slams.

Inmediatamente en mi cabeza se hizo la imagen de Federer ganando sus veinte Grand Slams, y en cada uno de ellos, regresando a su casa o a su habitación de hotel con su exesposa haciendo todo lo que hizo conmigo anoche. Me levanté de un impulso y corrí al baño a vomitar.

―¿Estás bien? ―preguntó él levantándose de la cama.

Sentí sus pasos acercarme a mí, pero yo sigo vomitando. Descanso un poco, y devuelta el líquido caliente se despide de mi garganta.

―Déjame ayudarte ―dice él.

Me toma del cabello, lo estira hacia atrás y pasa su otra mano por mi barriga, sujetándome.

Siento su cuerpo desnudo atrás de mi cuerpo también sudado y desnudo. Lanzo todo, y cuando finalizo, respiro agitada tratando de levantarme.

―Tranquila, tranquila ―susurra en mi oído y me brinda un suave y dulce beso en el cuello―. Esto es normal, es tu primera resaca.

―¿Y la tuya?

―Creo que es la segunda en toda mi vida ―ríe.

Ambos reímos, y lentamente me levanto con su cuerpo sosteniéndome.

Me miro en el espejo, notando a él detrás de mí, y observo a una Rybana feliz, exhausta, y enamorada.

Jamás he estado mejor.

Estoy tan bien, que casi estoy olvidando a mi madre... Casi.

―¿Sabes algo de mi madre? ―pregunté mientras me agacho al lavabo para cepillarme los dientes―. Dijiste que ibas a investigar.

―Sí, pero tu padre parece haber borrado cualquier pista de esta tierra.

―No me sorprende ―me levanté y sequé mi boca―. Él siempre me ocultará la verdad. Pienso que no la ocultaría si no fuese algo importante.

Me di la vuelta. Me encontré con su rostro adormilado aún, con sus hoyuelos haciéndose notar, sus ojos achinados y sus labios más rojizos que nunca.

―Me hiciste ir hasta las estrellas anoche ―le dije y lo besé.

Lo sorprendí cuando abrió sus labios y le introduje mi lengua. Sonrió en el medio del beso y me empujó suavemente desde la cintura para separarnos un poco:

―Todavía sabes a vómito ―se quejó.

―Ya te enamoraste de mí, así que ahora sopórtame en las buenas y en las malas.

―Siempre ―apoya su frente sobre la mía.

―Siempre ―le digo.

Y mi corazón estalla de felicidad. Ahora no estoy haciendo nada más que sentir este momento.

―Siento haberte besado ayer, después del partido ―dije finalmente, casi como un susurro―. Sé que todavía no querías blanquearlo por tus hijos.

―No importa. Era tu momento. Acababas de ganar Roland Garros, estabas autorizada hacer lo que quieras ―ríe―. Incluso a follarme ahí, delante de todos.

Me pregunto si su esposa también le decía estas palabras cuando Federer regresaba a su casa con un nuevo trofeo Grand Slam.

Me separé de él, sintiendo aquel rechazo a mi propia mente. Siempre sufro más por los escenarios imaginarios que por la realidad, pero más sufro cuando sé que esos escenarios sí existieron en algún momento.

―Sigue Wimbledon, ahora ―le digo volviendo a mi tono seguro―. Voy a entrenar día y noche para ganar Wimbledon.

Federer se mantuvo callado.

Normalmente, aquí es donde él me dice: «Vamos a entrenar ahora», «Cambiaremos tal táctica...», «Reforzaremos aquello...», «En césped se trabaja así...». Pero en lugar de todo eso, baja su mirada al suelo y quita su bóxer blanco para luego girar las canillas de la ducha.

―¿Roger?

―¿Sí?

―¿Comenzaremos a entrenar hoy? Para Wimbledon.

―Am... ―rasca su nuca ingresando a la ducha―. ¿Qué tal si nos tomamos el día libre hoy? Vemos algunas películas y mañana regresamos a Kazajistán, así comenzamos con el entrenamiento.

Me parece raro. Él nunca quiere tomarse días libres. En su cabeza, siempre hay que entrenar... Incluso en Navidad o Año Nuevo. Y en mi cabeza, últimamente, también funciona así.

―De acuerdo ―le digo no muy convencida.

Quito mis prendas e ingreso también a la ducha.

―Te estaba esperando ―sonríe él tímidamente y me levanta de los muslos haciendo enredar mis piernas sobre su cintura―. Te amo, Rybana.

―Te amo, Roger.

Nos besamos, nos presionamos, y Roger me aplasta contra la pared para volver a follarme.




¡Feliz año nuevo a todos!

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¡Feliz año nuevo a todos!

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora