54. Post partido

90 12 4
                                    

54

Post partido.

Ingreso junto a Roger a la sala de espera del médico que me hará la ecografía, todavía con mi uniforme de tenis, mi sudor del partido y mi trofeo en manos. Camino entre las personas, que me observan de manera rara ―como si acabase de salir del televisor donde vieron mi partido para llegar al mismo espacio que ellos― y me siento en una de las butacas.

Roger se sienta a mi lado y una vez acomodados, nos detenemos a mirar el televisor que hay en el centro del pasillo amarillento.

Algunas personas se acercan a pedirme autógrafos o fotografías, acepto con una sonrisa y luego detengo todo lo que estoy haciendo cuando veo a Paris Waters dando una conferencia de prensa en el canal televisivo de ESPN.

Aparece en un primer plano, sentada en una larga mesa con un micrófono en sus labios. Se muestra con una mirada tan fría que pareciera que poco le importa lo sucedido.

―Paris, has pasado el límite hoy ―dice una de las periodistas frente a ella―. ¿Ya te han dicho la multa...?

―No. Y no lo harán porque saben que tengo razón. Este torneo fue un desastre y dudo mucho en regresar el año siguiente.

―Indian Wells es uno de los torneos más importantes...

―Y a mi me importa un bledo ―interrumpe Paris, tan dura que su tono de voz me da escalofríos―. Si vinieron aquí a hacerme la villana de la película, entonces nunca más les aceptaré una puta entrevista.

Se cruzó de brazos. Y ¡vaya! Ningún tenista se atreve a insultar al periodismo, puesto que ellos te convierten en un héroe o en un villano.

Villana, en este caso.

―Paris, una pregunta más. ―dice otro periodista―. Hubo un momento donde te acercaste a Rybana, algo le dijiste, y fue la primera vez que las cámaras captaron una interacción informal entre ustedes dos. ¿Se puede saber qué le dijiste?

―Pues que es igual a su novio, Roger Federer ―rodeó sus ojos―. Demasiado "perfectita" ―hizo comillas con sus dedos―. Aburre, la verdad.

―¿Crees que habrías ganado el partido en caso de...?

―Mira, no lo sé ―levantó sus hombros quitándole importancia―. Nunca puedes dar por muerta a Rybana, y parecía que ella estaba dispuesta a dar vuelta el partido así que... no lo sé.

―¿La has felicitado por su embarazo?

―¿Y eso qué tiene que ver con el tenis?

Lo mismo pregunto. Otro periodista dice:

―¿Si sabes que Rybana recibió el trofeo por tu descalificación, no?

―No, no sabía ―dice y ríe―. Me fui tan furiosa de la cancha que apenas escuché al supervisor. Qué hipócrita.

―¿Hipócrita?

―Sí, ella es la número uno... ―vuelve a rodear sus ojos―. Y como número uno, como gran representante del circuito femenino, no hace nada para defendernos. Siempre las tenistas mujeres somos las más perjudicadas con los jueces, con el dinero, los trofeos, los horarios... Y ella acepta todo como gran niña rica que es.

―Tú también eres niña rica.

―Pero tengo conciencia, a diferencia de ella. Rybana no me defendió, ni defiende a ninguna de las tenistas que atraviesan alguna situación de desigualdad.

―Tampoco la defendieron a ella cuando la rechazaron en Wimbledon por ser rusa.

―Y eso no significa que ella tenga que hacer lo mismo ―respondió con una sonrisa irónica.

Mi corazón late con impotencia, quisiera atravesar la pantalla y discutirle cada una de sus palabras. ¿Quién se cree que es? ¿Desde cuándo ser la número uno del mundo significa defender el circuito femenino? ¿Acaso ellas no quieren aplastarme la cabeza por tener mejor ranking y juego?

―¿Rybana Satek? ―pregunta el médico, acercándose por una de las puertas del pasillo. Sonríe al verme―. Adelante.

Roger y yo nos levantamos y caminamos hasta él, quién enseguida muestra un brillo al vernos juntos.

Me recuesto en una camilla blanca cuando el doctor me lo ordena después de cerrar la puerta del consultorio, con mis piernas todavía sudadas del partido y mi corazón latiendo tan fuerte que apenas me permite respirar con regularidad.

¡Detesto a Paris Waters!

Roger se sienta a mi lado, a la altura de mi cabeza, mientras que el médico se sienta del otro lado de la camilla, a la altura de mi abdomen y coloca un gel sobre mi piel y luego un aparato que muestra en imágenes oscuras lo que ocurre dentro de mí.

―¡Ahí está! ―lo señala el médico desde la pantalla de la computadora.

Observo la pantalla y veo algo en movimiento. Roger achina sus ojos tratando de visualizar con más definición, y sonríe de manera tan orgullosa que me pregunto por qué no siento lo mismo.

―¿Quieren saber el sexo? ―pregunta el médico.

Miro hacia un costado, donde se encuentra el trofeo de Indian Wells sobre el escritorio abandonado del médico y flashes del partido regresan a mi mente. No puedo quitarme el veneno en mis pensamientos del solo recordar el rostro frío y duro de Paris Waters.

―¿Qué dices? ―me pregunta Roger, regresándome a la pantalla del médico―. ¿Quieres saber el sexo o no?

―Sí ―digo sin importancia.

El médico sonríe y responde:

―Es una niña.

Mi corazón se acelera más de lo que ya estaba. No imaginaba tener hijos después de Michael, pero, me alegra que sea una niña... De hecho, siento una sensación extraña recorriéndome el cuerpo. ¿Acaso es «felicidad»?

Miro de reojo a Roger y lo noto dejando caer sus lágrimas mientras sus labios tiemblan en un silencioso llanto.

―Lo siento ―dice con la voz algo aguda―. Es que es muy emocionante para mí.

Rodeo mis ojos. Sin embargo, al regresar mi vista a la pantalla noto que el médico se tensa y comienza a buscar ángulos con su aparato en mi barriga como si quisiera verificar algo.

―¿Qué sucede? ―pregunto.

Roger deja de llorar y me toma la mano, mostrándose tenso también.

―Solo quiero ver si...

―Oh, no ―interrumpe Roger al médico―. Ya he vivido esto.

―¿Qué cosa? ―le pregunto.

El médico apunta a mi otro lado del abdomen y dice:

―Hay otro feto. Son... Mellizos.

―¿«Mellizos»? ―me siento en la camilla, tratando de mirar más de cerca la pantalla.

―Sí, y el otro feto es masculino.

Miro a Roger totalmente asustada. A ver, tener a Michael no fue algo bonito. Me abrieron la parte íntima y me hicieron gritar como un animal hasta que pude largarlo, y me dije a mi misma que jamás volvería a pasar por tal situación tan traumatizante. Sin embargo, ahora no voy a tener un parto sino ¡Dos!

―¡Felicidades! ―dice Roger abrazándome, llorando más que la última vez que ganó un Grand Slam.

Pero yo solo me detengo a mirar el techo del consultorio, con los brazos de Federer rodeándome los hombros.

―Me quiero morir ―susurró. 

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora