28. Semifinal en Madrid

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Semifinal en Madrid.

Todavía está ella. Parada en el medio de la niebla, con pelotas de tenis rodeándola, y veo sus mechones rubios tratando de correrse de su rostro. Me concentro para poder verle el rostro, y cuando ya estoy localizando sus ojos...

―¿Buen día? ―pregunta Federer, sobre el borde de la cama, metiendo prendas en la valija―. Mañana partimos, ya deberíamos organizarnos.

Odio ―pero necesito aprender también― lo disciplinado que es.

Todavía recuerdo el día que Rusia declaró la guerra a Ucrania, y yo estaba allí, en St. Petersburg, y Federer me tomó de la mano atravesando el centro de la ciudad, sin importarle, en absoluto, que estaba indefenso y que las personas gritaban y corrían de un lado a otro, para luego ayudarme a subir al avión, y regresar con mi padre. No sé si algún día podre olvidar lo protegida que me sentí en medio de una guerra, tomada de su brazo y perfumándome de su aroma.

Aun recuerdo cómo su pecho se inflaba cuando no encontrábamos salida, y en lugar de rendirse, corría hacia el otro extremo siempre pensando una estrategia.

Últimamente, no sé en qué sería sin él.

Pero St. Petersburg trajo malos recuerdos a mi vida, y cambió todo en mí. Desde la aparición de mi abuela, el desmayo al conocerla, la guerra, Alexander, Federer, el campeonato ganado, las críticas, y la idea de que la anciana me espera todos los domingos a las cuatro de la tarde. Y, principalmente, que mi madre está viva en alguna parte de este mundo.

Sin más que pensar, enciendo el televisor con volumen bajo, mientras observo a lo lejos a Roger ordenando las maletas para dentro de un par horas viajar.

―¿Crees que tengo chances de ganar Madrid, y luego, Roland Garros? ―le pregunto, sentándome a lo lejos en la habitación del hotel.

Él, sin mirarme, responde:

―Creo que tienes chances de convertirte en la mejor del mundo. Lo que hiciste ayer fue impresionante.

―¿Siempre lo supiste?

―¿Qué? ―se dio la vuelta para mirarme―. ¿Qué ibas a ser la mejor del mundo? No. Cuando tu padre me contrató, dije «de acuerdo, una niña rica que usa al tenis de hobbie». Luego te conocí, y en la primera práctica, vi tus ojos casi llorando cuando fallaste. Ahí supe que, si te encaminaba por la disciplina y el respeto al deporte, te convertirías en la mejor de todas.

Le sonreí, y estaba a punto de contestarle, pero su teléfono ubicado en uno de sus bolsillos comenzó a sonar. Enseguida lo quitó y lo llevó a su oreja:

―¿Qué pasa ahora? ―pregunta de mala gana.

Se escucha una voz histérica femenina del otro lado, probablemente su exesposa, y Federer no tarda en retirarse de la habitación.

No es la primera vez que ella lo llama y el deja todo para responderle, como si fuese prioridad. Y sé que es prioridad, porque es la madre de sus hijos, pero odio que sea prioridad y desearía que Federer no fuera tan correcto en ese sentido.

―Lo siento ―dice al rato, viéndome ya vestida con mi uniforme de Adidas―. Tengo que irme.

―De acuerdo, te veo a la noche, en la semifinal.

―No, no puedo ―dice―. Me voy a Suiza.

Lo miro algo indignada. Otra vez enfrentaré un torneo sin mi entrenador, y lo que es peor: sin la persona que más amo.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora