56. Miami Open II

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Miami Open II

Miami no es el mejor lugar para jugar y es lo que pienso en mi corta experiencia como tenista profesional. Tengo malos recuerdos aquí, puesto que hace un año estaba luchando contra Roger y nuestros confusos sentimientos, en cambio, hoy, estoy luchando con dos fetos dentro de mí que comienzan a mostrarse más vivos que nunca.

Camino por el piso de acera justo detrás de Amy Bailey, quien lleva su cabello anaranjado recogido en una coleta alta y una vestimenta lila. Yo, al contrario, llevo puesto un uniforme gris y algo escotado en el pecho. Últimamente siento los senos grandes y mis prendas me ajustan demasiado, es por este motivo que me vi obligada a desprender los botones del top deportivo ante la asfixia que sentía.

Al ingresar a la cancha noto que todos me gritan y saludan como una embarazada y no como una tenista número uno, digo, pareciera que las miradas de las personas han cambiado: ya no son llenas de euforia o ilusión cuando me ven, sino que son de... ¿Compasión?

Bajo mi mirada al suelo, totalmente molesta al respecto. La levanto solo cuando la jueza se me acerca y dice:

―Rybana Satek, el código de vestimenta exige prendas para nada sexualizadas...

Dejé de escuchar cuando supe el discurso que seguía, solo asentí con mi cabeza fingiendo escucharla mientras intento concentrar mi mirada y mente en la cancha y en Amy Bailey.

―Disculpe ―respondí cuando terminó de hablar―. No volverá a suceder.

La jueza sonríe y se retira. He escuchado que los jueces tiemblan de miedo cuando tienen que dar una ofenda a un jugador después de lo sucedido con Paris Waters, y es por eso que decido ser amable con ellos y aceptar mis sanciones. No soy como ella.

Olvidando este hecho, entro en calor dando pequeños saltos hasta llegar a mi lugar y hago un giro de 360° observando todo el estadio: los yanquis me aplauden y me sonríen, me enfocan con sus flashes de cámaras como si fuese un animal de zoológico, y una vez que los miro a los ojos, festejan como si hubiesen ganado un millón de dólares.

Me da gracia el fanatismo porque ahora que yo soy una especie de «ídola», entiendo lo absurdo que es idealizar a una persona.

La jueza ordena el comienzo del partido, y me pongo en acción. Al principio Amy no me hace correr ni esforzarme mucho, le dejo ganar algunos puntos y luego le quiebro el servicio. Lo hago rápido y sin mucho ritmo.

En menos de veinte minutos, gano el primer set. Me siento a descansar antes de comenzar el segundo, y ya puedo sentir en el fondo de mi mente a las vocecitas de los periodistas quejándose sobre lo rápido que hago mi trabajo y el poco el tenis que ofrezco al ser tan dominante. También observo de reojo a Amy, y ella no parece estar desesperada como suele mostrarse Paris Waters cada vez que tiene el marcador en su contra.

En fin, la jueza vuelve a llamar para que regresemos a la cancha, y en el momento que me levanto, no puedo dar ni un paso más al sentir un escalofrío paralizante que sube de mi vagina hasta mi abdomen, como si me quemara por dentro.

―Mierda ―dije y me tomé la prenda que cubre mi barriga―. ¡Mierda!

Siento mi rostro enrojarse mientras algunas lágrimas se desprenden de mis ojos. Apenas logro ver a la jueza frente a mí gritándome. Y listo. Como si nada, el dolor desaparece y vuelvo a respirar, fueron solo segundos de infierno. El calor de mi cuerpo me abandona completamente haciéndome sentir ―finalmente― la fría brisa del día y digo:

―Lo siento, creo que casi tuve un calambre.

La jueza respira con alivio también, y todo el estadio ―que se había mantenido en un completo silencio― vuelve a hablar y aplaudirme. Regreso a mi lugar sintiendo que estoy flotando en el aire y gano el partido en menos de media hora tratando de no moverme mucho. Amy Bailey no consigue ni una sola oportunidad, pero en lugar de enojarse con ella misma como suele hacer Paris Waters, me recibe en la red con una sonrisa y luego me felicita en el discurso de la premiación.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora