43. La ceremonia

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La ceremonia

Ni siquiera puedo entender lo que está sucediendo, caigo al suelo de rodillas. Escucho los aplausos y la euforia de las personas a mi alrededor, también veo a Paris Waters acercándose a la red, pero mis ojos se nublan de lágrimas y no encuentro aire ni tampoco logro ver.

Lloro, y lloro desconsoladamente cerrando mis ojos y dejando que las lágrimas caigan al suelo y a mi vestimenta. Siento mis hombros subir y bajar mientras todo mi cuerpo se relaja y afloja. He estado demasiado enfocada, nerviosa y llena de adrenalina... Ahora solo siento alivio y paz.

Paris Waters atraviesa la red nuevamente, camina hasta mí ―también con lágrimas en sus ojos― y me ofrece su mano. La tomo e intento abrazarla, pero ella da un paso atrás y solo se limita a sonreírme brevemente para luego decirme:

―Felicidades ―mueve nuestras manos unidas―. Ha sido un gusto jugar contigo.

Dicho esto, me suelta y se gira para retirarse de la cancha y dirigirse a su banco.

No me importa en absoluto su actitud, tiene razón en que no es mi amiga ni tampoco es una persona a la cual tengo afecto como para abrazarme, además está frustrada porque ahora será la número siete del número, y yo la uno.

No doy tiempo a nada, saludo al juez y comienzo a dar saltos con una sonrisa de oreja a oreja, saludo al público mientras ellos gritan «Olée, olee, oleee, Ryyy-bana, Ryyyy-banaaa».

Les agradezco la ovación con un aplauso, y mientras veo a los organizadores preparando la ceremonia para la premiación, decido ingresar a las gradas y buscar a Federer, que está sentado en primera fila de un costado.

Las personas se abren paso y me observan como si fuese un extraterrestre mientras yo camino a través de ellos, hasta que finalmente llego con Roger. Él está llorando también, tal vez más que en Roland Garros, y tiene sus brazos abiertos de par en par esperando mi abrazo.

Me lanzo sobre él y él me gira en el aire. Luego me baja y me llena de besos por todo el rostro. Estoy tan agradecida de que él sea mi hombre. Edward, Ryan y Hugh están detrás de él y me dan un saludo de manos mientras sigo abrazada de Roger.

Al soltarnos, lo tomo de ambas mejillas y lo beso. A él no le importa que nos están filmando y que millones de personas nos están viendo, solo se limita a acariciar mi cintura mientras me brinda varios besos más.

―Rog... ―logro separarme, apoyando mi nariz sobre la suya―. Roger, te amo.

No había escuchado mi voz hasta ahora: casi no la reconozco. Está como ahogada en el tumulto de personas, y con un tono afónico como si estuviese engripada.

―Y yo a ti.

―Quiero casarme contigo ―le digo.

Mis ojos brillan, lo sé, pero los de él dejan de brillar, y me mira descolocado.

―¿Rybana? ―pregunta el juez a través del micrófono.

―Ya debes irte ―dice Federer dándome una palmadita en el trasero.

Me retiro de allí y regreso a la cancha, donde el presidente de la Federación de tenis, el CEO del torneo y otros dirigentes me esperan en una especie de escenario con escalones blancos. Y en medio de todo, el trofeo plateado.

El director del torneo ofrece su agradecimiento a todos los que trabajaron e hicieron posible la competencia, luego a las jugadoras y por último al juez. Llama primero a Paris y le ofrece el micrófono sin antes brindarle el trofeo más pequeño.

Las personas la aplauden ―claro, esta es su casa―, y la animan gritando su nombre, pero ella está conteniendo sus lágrimas ―y no de emoción, sino de enojo―.

―Gracias ―dice seriamente, y todos hacen silencio para escucharla―. Primero quiero felicitar a Rybana y a su equipo por haber ganado este partido y el campeonato ―ni siquiera me mira a los ojos―. Segundo a mi equipo, y tercero a todos ustedes que vinieron a verme y a verla. Gracias.

Dio dos pasos atrás y bajó su mirada al suelo. Observó el trofeo con decepción. Me llamó la atención que no quiso agradecerle a la Federación de Tenis.

Ahora el público grita más fuerte, porque es mi turno de hablar, y cuando me acerco al micrófono, digo:

―Hola...

Y estallan en gritos y saltos, como si yo fuese Taylor Swift saliendo al escenario. Luego se calman, y continúo hablando:

―Es un honor estar aquí. Quiero agradecerles a todos los que hicieron posible este torneo, tanto a los dirigentes como a los voluntarios y empleados. También quiero agradecerle a Roger por estar siempre a mi lad... ―las personas no me dejan terminar de hablar, comienzan a aplaudir y a gritar su nombre. Enfocan a Roger con una de las luces blancas, y él sonríe y levanta su mano agradeciendo el recibimiento―. Él siempre sabe qué decirme cuando no sé qué hacer, o qué implementar cuando las cosas salen mal ―lo miré―. Roger, eres más que mi novio o mi entrenador, eres todo.

Él me lanza un beso con su mano, y las personas se sienten en Love Story de Taylor Swift.

―Am... ―me giré, mirando a Paris―. Paris, te felicito por el gran torneo que hiciste ―ella levanta su vista para mirarme y creo que me está suplicando que no diga más nada―. Has hecho un gran trabajo, así que felicidades a ti y a tu equipo... Espero tener más finales contigo.

La verdad, espero nunca más tener finales con ella. Ella me regala una sonrisa tan breve como la anterior, y vuelve su vista al suelo.

―Y, por último ―sonrío algo nerviosa―. Gracias a mi padre, a ustedes que han hecho un gran ambiente en la cancha y que me han tomado como su favorita a pesar de que no soy norteamericana, y a la Federación de tenis, gracias.

Recibo un buen rato de aplausos y ovaciones. No puedo evitar largar algunas lágrimas. Creo que... Roland Garros fue una victoria increíble, pero el Abierto de Estados Unidos es una pasión increíble.

Sin embargo, cuando levanto mi vista hasta Roger, mientras las cámaras me ciegan con sus flashes, lo veo serio y preocupado. No sé si es porque él notó que hice demasiada fuerza durante el partido ―cosa que luego me lesionará― o porque le pedí casamiento.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora