39. A Nueva York

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A Nueva York

Me recosté desnuda dentro de la bañera con espuma, mientras en una mano tengo un vaso de champagne y en la otra un cigarrillo. Es la primera vez que fumo y tomo al mismo tiempo. Así como también es la primera vez en MUCHO tiempo que consumo alcohol. La última vez las cosas no salieron muy bien ―puesto que, nueve meses después tuve a Michael―. Y ahora que estoy triste y sola ―como al principio― no paro de pensar en todo lo que he vivido este año.

Desde mi madre, hasta Michael, Alexander, y el mismísimo Federer. Sin dejar de lado que, a pesar de haber perdido la semifinal de Cincinnati, no logré ser la número uno pero sí la número tres. Y me siento bien con eso. Es un paso más. Ahora solo tengo quinientos puntos de diferencia con la número dos y setecientos con la número uno. Estoy cerca.

Al terminar mi cigarrillo, lo solté sobre un costado de la bañera y tomé mi teléfono.

―Hora de ingresar a Twitter ―susurré.

Los comentarios no son buenos, como es de esperarse. La mayoría de los usuarios están enojados conmigo, de alguna manera los decepcioné... Y no porque haya jugado mal, sino porque simplemente no jugué. Me dejé ganar. Hasta me acusan de haber recibido dinero de las apuestas por perder de esta forma.

Pero nada de todo eso es cierto.

Perdí porque me sentía ridículamente horrible frente a las cámaras, y eso me quitó toda la seguridad que suelo tener en la cancha.

Viendo los videos de mi partido, no solo me siento avergonzada sino que el grano ni siquiera se nota. Es increíblemente estúpido cómo perdí. Y me arrepiento de ello.

Federer ingresó al baño y se acomodó justo a mi lado, notando el cigarrillo apagado. Si llega a decir una sola cosa sobre que los atletas no debemos fumar...

―¿Vienes a castigarme e ignorarme el resto de la noche porque perdí?

―Lo haría si perdieras porque juegas mal, pero juegas increíblemente bien y perdiste porque no estabas dentro de la cancha. ¿Qué sucedió?

Quiero explicarle que me sentía horrible, que me faltó autoestima y seguridad, y que ahora estoy arrepentida, pero todo lo que dije fue:

―Me distraje.

―¿Te distrajiste? ―rio irónicamente―. Tú no haces eso.

―De acuerdo. ¿Quieres saber la verdad?

Lo miré a los ojos, y asumo que al unir nuestras miradas él notó algo en mí ―probablemente mi rostro hinchado de tanto llorar― que su rostro se ablandó. Hasta pareciera que siente pena por mí.

―Me salió un puto grano en la nariz ―se lo señalé, pero ni siquiera se nota. Él tuvo que achinar su vista para localizarlo―. Y ahora parece una estupidez pero esta mañana cuando desperté se veía enorme.

―¿Y qué tiene que ver eso?

―Que cada vez que levantaba la vista o intentaba encontrar seguridad dentro de la cancha, me imaginaba a mí misma en televisión con este grano enorme.

Sonó tan estúpido que Federer me miró con decepción. Seguro que él estaba esperando una razón más profunda del por qué perdí de la forma en que perdí. Lamentablemente no la hay.

―Lo siento ―dije avergonzada, y me tono de voz se quebró―. No aguantaba... Estar en la cancha.

Él se levantó negando con su cabeza ―como si no pudiera creer lo que acaba de escuchar― y se retiró sin decir una sola palabra.

Después de una semana sin vernos ―y en la que volví a Kazajistán a pasar tiempo con mi padre y en mi casa―, nos encontramos en un mismo vuelo a Nueva York, donde mañana comienza el Abierto de Estados Unidos, o más conocido como el US Open: el últi...

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Después de una semana sin vernos ―y en la que volví a Kazajistán a pasar tiempo con mi padre y en mi casa―, nos encontramos en un mismo vuelo a Nueva York, donde mañana comienza el Abierto de Estados Unidos, o más conocido como el US Open: el último Grand Slam del año.

Tengo que llegar hasta la final para poder convertirme en la número uno, según los periodistas, y estaré a muy poca distancia de puntos de la número dos si pierdo la final. Nada de presión... Por suerte.

―Hola ―le dije a Roger sentándome a su lado, en el sillón beige del avión. Intenté besarlo pero él me colocó su mejilla―. ¿Todo bien?

―Sí, ¿Y tú?

―Bien. ¿Pudiste ver a tus hijos?

―Sí, los llevé a esquiar y esas cosas.

―Oh, qué lindo. Debe ser lindo esquiar, nunca lo hice.

―Sí, es lindo, te olvidas del tenis un rato.

Y de mí, supongo.

Me acomodé en el asiento mirando al frente, preguntándome por qué se mantiene tan frío conmigo.

―¿Sigues enojado?

―¿Por qué?

―Por lo del grano.

―Tú eras la enojada contigo misma, no yo ―rio manteniendo su mirada en el teléfono―. ¿Sabes? Cuando te dejé en el aeropuerto de Canadá y me regresé a Suiza, hace una semana, no paraba de pensar que eres la mujer más hermosa que conocí en mi vida, y aun así, el mundo te tiene tan maltratada que un simple grano te hace creer que eres inferior a una pelota de tenis.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro.

―Al menos, ¿Ya no tienes el grano? ―pregunta divertido.

―No ―rio―. Y me arrepentí mucho de lo mal que jugué cuando vi el partido en mi teléfono y noté que el grano ni siquiera se veía.

Federer levantó uno de sus brazos e imitó un error que tuve durante el partido. Luego estalló en una carajada (a la que me uní) para finalizar diciendo:

―Bueno, querida, ahora viene el US Open, y no habrá grano que te salve de llegar a la final. Llegarás sí o sí.

―Sí o sí ―afirmé.

Y me convertiré, finalmente, en la número uno del mundo.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora