46. 2023

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2023

Han pasado tres meses de la última vez que pisé una cancha de tenis. Los periodistas y los fanáticos se preguntan cuándo volveré. La mayoría de los tenistas se toman vacaciones de dos semanas y regresan como nuevos, pero yo no, he pasado mucho tiempo en casa... Con mi padre, con mis libros y conmigo misma.

Visité a Michael unas cinco o seis veces, siempre mirándolo desde lejos, preguntando por su salud y su comportamiento a las niñeras del lugar. Me aterra que tenga casi cinco años y todavía no haya una familia que lo acoja. Y para Navidad, le pregunté a una de ellas qué cosas le gustaba hacer.

―Le encanta leer ―dice una de ellas―. Es increíble que tenga cuatro años y lea tan bien.

Es como yo. Le encanta leer. No voy a fingir que una sonrisa se dibujó en mis labios. Por supuesto que mi hijo es inteligente, siempre lo supe. Así que, fui a la librería más costosa de la ciudad y le compré quince libros infantiles. Los regresé al orfanato y noté su mirada de ojos brillosos cuando una de las chicas le entregó el paquete.

De alguna manera, él me miró. Y cuando me miró, una culpa me aplastó el pecho, casi me deja sin aire. Él sabe quién soy yo, no hace falta ser demasiado pequeño, todo el mundo puede darse cuenta que es mi hijo.

Desvió su mirada de la mía al comenzar a desempacar los libros, y yo me retiré de allí entre lágrimas. Y he regresado cada vez que mi mente se sentía preparada para hacerlo después de lo acontecido ¿Por qué? Porque mi hijo y yo tenemos algo en común. Hay algo mío dentro de esa monstruosidad y me he sentido reflejada.

Sin embargo, más allá de las lecturas, de casa, de mi padre ―que ya casi no pasa tiempo en la mansión por su nuevo cargo de presidente―, y de mi hijo, me he sentido muy sola. Federer no volvió a llamar, y todas las veces que le escribí no recibí respuesta. Es como si hubiese desaparecido completamente. Tampoco se lo ve en la vía pública. La prensa no lo molesta y nadie parece importarle saber dónde está, excepto a mí.

Comencé 2023 con lágrimas, a solas, en mi vieja habitación, viendo los lejanos fuegos artificiales a través de mi ventana. Me emborraché, marqué el número de Federer varias veces y nunca contestó. Al final, me rendí y caí desplomada en un sueño larguísimo, del cual no tenía ganas de despertar.

Ya para febrero, mi padre se mostró preocupado ante mi estado. Apenas vivo. Me la paso durmiendo o llorando, y de vez en cuando leyendo. Así que, me anotó sin mi autorización al Australia Open.

―No, no puedo ―le dije recostada en la cama, mientras él levanta mis prendas de vestir del suelo―. No he estado entrenando en meses.

―Por eso comenzarás a entrenar hoy mismo. El torneo es en una semana.

―No tengo la capacidad mental para enfrentarme a un Grand Slam, papá.

―Eres la número uno del mundo, claro que puedes.

Oh, claro, casi olvido que soy la número uno del mundo.

Después de no poder dormir en toda la noche, decidí que quería regresar a la cancha, así que me desperté al siguiente día con dolor físico ante el poco sueño. Pero no importó. Me coloqué mis prendas deportivas ―que me quedan algo ajustadas a diferencia de cómo terminé físicamente 2022―, corrí mi cabello hacia atrás y lo trencé al final, precalenté mis piernas dando pequeños saltitos, y salí a correr por la mansión.

Casi me quedo sin aire después de media hora, entendiendo que mi cuerpo pasó mucho tiempo sin actividad, pero seguí y seguí hasta caer rendida a la noche.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora