53. ¿A dónde te has ido, Tigre?

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 ¿A dónde te has ido, Tigre?

«¿A dónde te has ido, Tigre?» leo el primer cartel del público cuando ingreso a la cancha. He escuchado comentarios en mi contra estos últimos meses, no solo por mi desaparición del tenis ―la cual la consideran una "traición". Selena Williams ha dicho recientemente en una entrevista que a mi sólo me preocupa ser la número uno, no ganar títulos ni torneos Masters, por eso desaparezco temporadas completas... Lo cual es totalmente incorrecto―, sino también por mi bajo rendimiento en el último Australia Open.

Algunos consideran que no estoy dando lo mejor de mí, que estoy cómoda en que mis demás rivales están a kilómetros de mi mejor nivel, y que he dejado de jugar un buen tenis solo para ganar y avanzar a la siguiente ronda como si fueran páginas de un libro. Nadie de todos ellos sabe que he pasado por mucho, y que he bajado mi rendimiento porque mi salud mental estuvo ―y sigue― deteriorada.

Pero, ¿De qué sirve contestarle a un niño que lleva ese cartel en el medio del público y me lo apunta en forma de aliento? No sirve. Así que finjo que no lo veo, y me acomodo en mi banco para luego entrar en calor en la cancha.

Y al hacerlo, observo a Paris del otro lado de la red. La hija de perra ya parece una número uno: lleva el cabello más largo recogido en una trenza ―hasta su trasero―, una falda blanca, chomba verde con escote en V, y visera. Claramente tiene un uniforme especial por lo famosa y genial que se ha convertido en estos últimos meses...

En fin, la detesto.

El juez me saca de mis pensamientos cuando ordena el comienzo del partido. Ambas nos ponemos en posición, y hacemos nuestros servicios. Al principio todo va bien, cada una defiende lo suyo, pero pronto las cosas se tornan a su favor.

Detesto que estemos en California, con todos americanos, que la apoyan únicamente a ella. Escucho muy pocos gritos y aplausos a mi favor, y es algo que normalmente no es normal. Las personas suelen odiarla a ella y amarme a mí.

El resto de la mitad del primer set se convierte en un infierno para mí. Me hace correr como loca, y siento el calor del suelo cada vez que doy un paso, como si mi cuerpo estuviera ardiendo.

En el 3 – 3 me quiebra el servicio. Y me agacho lo suficiente para poder apoyar mis manos sobre mis rodillas, sintiendo una sensación de mareo. Miro al suelo y trato de controlar mi respiración, mientras los gritos del público se convierten en murmullos. Y deseo con todo mi ser que Paris Waters se lesione o algo porque la hija de perra está jugando mejor que nunca, me mira con odio, intenta intimidarme ―y tal vez ella no lo haga, pero la voz de Novak regresa a mi cabeza una y otra vez―, y festeja cada punto ganado.

Se mueve como si fuese un felino bailarín, con elegancia, desprevenida, concentrada y a su tiro justo. Ha mejorado muchísimo desde Australia, al punto que ya no le encuentro errores ni lagunas. No sé cómo ganarle. Y no sé si estoy a mi mejor nivel o mejor momento para sentir tanta necesidad de querer ganarle.

«¿A dónde te has ido, Tigre?» me pregunto a mí misma. «Yo no solía ser así».

Suspiro y regreso a la cancha, ya recuperada, mientras algunas personas me aplauden. Estoy aquí, sudada, mojada, cansada, mentalmente agotada, a mitad de un partido que voy perdiendo, siendo observada por millones de personas en televisión, y embarazada. Para algunos puede no significar nada, pero para mí, es una humillación.

Paris comienza su saque, y esta vez la dejo ganar. Intento fingir que me interesa estar en la cancha, pero al fin y al cabo, no corro todas las pelotas, dejo de leer el juego y le regalo los puntos difíciles.

La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora