8
SEGUNDOS.
Nadie me despidió cuando armé mis valijas en la Academia, fue como si un mosquito anduviera de paso. Mientras que caminaba por los pasillos, todos saludaban a Federer, pero ni siquiera me miraban. Debo admitir que estoy acostumbrada a ser invisible, sin embargo, últimamente siento que me estoy cansando.
Federer camina por delante de mí, dejando su aroma varonil en cada paso que doy, y apenas puedo levantar mi vista sin sentirme avergonzada y cada vez que lo hago me encuentro con sus anchos hombros.
Lo daría todo por estar en su lugar, por tener esa aura de respeto que todos le tienen, ese aroma tan único de él, esa sonrisa pícara con los ojos escondidos, ese talento increíble para el deporte, y esa neutralidad que maneja como si fuera parte de su ser.
Nos subimos a una limusina alquilada por Federer, que nos llevó directo al aeropuerto, y en el camino Roger me hizo reír un buen rato mientras me contaba anécdotas de las celebridades que conoció en las últimas semanas como Angelina Jolie, Kate Moss, Naomi Campbell y demás.
Yo intentaba no opinar mucho, pero sí sonreír.
Federer no se mostró como suelen mostrarse la mayoría de las personas cuando no saben cómo llevar una conversación conmigo ―ya que nunca sé qué responder―, al contrario, se mostró entusiasmado en no parar de hablar.
―Ah, por cierto ―dijo cuando llegamos al avión―. Tu padre estará esperándonos en Australia, quiere acompañarte durante todas las clasificaciones.
Asentí un poco apenada.
―También vendrá mi familia ―dice algo serio, bajándonos del auto para subir las escaleras del avión―. Porque también juego Australia Open.
Al ser mi entrenador, a veces olvido que Federer sigue en juego. Tengo entendido que estos serán sus últimos torneos, aún así, él se muestra feliz y entusiasmado, como si no fuera el final de nada.
Yo apenas estoy comenzando mi carrera, y ya siento que estoy arruinando todo. No podría sobrevivir al día que tenga que retirarme, que tal vez no esté muy lejos, porque jamás seré una buena jugadora.
Intenté convencerme a mí misma que tal vez para finales de 2.022 puedo ser grandiosa, la mejor de todas incluso, pero luego recordé cómo gané el torneo de la Academia ―sin victorias―, y que llegué a aquí solo por el tercer puesto. Entonces, todos tienen razón: no lo merezco. Y jamás estaré a la altura de Maria Sharapova o cualquier otra tenista que clasifique en el top 50.
―¿En qué piensas cuando tus ojos se ven difusos? ―pregunta Federer, quitándome de mis pensamientos.
Ambos nos sentamos lado a lado en las fundas de los asientos de lujo del jet privado.
―¿Ojos difusos?
―Como que desenfocas tu vista y quedas mirando un punto fijo, lo haces bastante seguido ―dijo.
―Ah, una costumbre.
―¿Y en qué piensas durante esa costumbre?
No respondí, me limité a mirar el suelo y pretender que Federer no tiene sus ojos clavados en mí, tratando de buscar honestidad en mi rostro.
―Hagamos este ejercicio, ¿Qué estás pensando justo ahora?
―Nada.
―Todos estamos pensando algo en algún momento. Vamos, dime la verdad, sin miedos.
Rasqué un poco mi mejilla suavemente, atrayendo mis mechones de cabello castaño para tapar mi rostro de costado, con tal de no sentir la presión de los ojos de Federer clavados en mí.
―Yo creo que en este momento estás pensando en cómo evitar sentirte tímida al tener mi mirada clavada en la tuya.
Bingo. Lamí mis labios y le di una mirada rápida, sintiéndome acorralada.
―Ja, primera vez que decides mirarme a los ojos por más de cinco segundos.
―¿Los contaste? ―respondí, y me sentí avergonzada de haber preguntado esto sin antes haberlo consultado con mi cabeza.
Pero Federer no es como uno de esos familiares que empieza a reír y dice «¡Así que la tímida sí tiene voz! ¡Al fin habla! ¡Miren cómo contesta!» como si yo fuera un animalito del zoológico, al contrario, se lo tomó con sumo humor y respondió:
―Tal vez. Desde que me cuentan los segundos en cada saque que aprendí a contarlos robóticamente en mi cabeza en cualquiera tarea cotidiana.
Sonreí. Y lo miré, al menos por...
―Ocho segundos. Rompiste el récord. ―sonrió.
Y ambos reímos.
Un par de horas más tarde, ya estaba ubicada en mi habitación de hotel, sacando mis prendas de la valija y apreciando la nueva ciudad. Federer me dejó el día libre para poder leer libros, ver películas, disfrutar la piscina del lugar y demás, pero a eso de la noche mi padre llegó, y toda la diversión que estaba viviendo a solas se acabó.
Me avisó que cenaríamos con Federer y su familia, así que decidí vestirme de prendas casuales y no deportivas. En el camino, como siempre, mi padre va rodeado de tres guardaespaldas, un asistente y el dueño del hotel. Llegamos hasta el restaurante oscuro de únicamente velas encendidas en cada mesa, y hallamos a la familia Federer sentada a lo lejos.
No voy a fingir que algo en mí cambió cuando lo vi con su esposa y sus cuatro hijos.
No es que haya imaginado algo con él, ni tampoco ilusionado, pero tal vez me hubiese gustado seguir pensando en Federer como una persona solitaria y sin ninguna otra preocupación o vida más que el Tenis. Es así como se demostró todo este tiempo.
Federer se levantó de su asiento al vernos a ambos, una sonrisa encantadora se formó en sus labios y nos invitó a sentarnos. Me tomó suavemente del codo para saludarme con beso de mejillas, y me invitó a sentarme a su lado, mientras que su esposa estaba del otro.
Mirka es una mujer excepcional, todo de ella me cayó bien. Es madura, simpática, callada pero con las suficientes palabras, y claramente la matriarca de la familia. Federer no parece estar muy presente, ya que los hijos responden más a ella que a él.
Tiene dos mellizas y dos mellizos, de los cuales las primeras son físicamente parecidas a ella, y los segundos son físicamente parecidos a él. La diferencia en común que tienen con Roger, es que los cuatro son rubios.
En medio de la velada, en esa mesa redonda que me mantiene presionada entre Roger y mi padre, Mirka pidió el plato principal al mozo, luego Federer, y para cuando fue mi turno, Roger me colocó una mano en la rodilla por debajo del mantel y dijo:
―¿Pollo fritado con ensalada rusa?
No tengo idea cómo recordó que esa es mi comida favorita. Nunca lo había mencionado. La única manera que se haya enterado es por los entrenamientos, cuando a mediodía nos tomamos un descanso y cada uno come un plato distinto.
―Exacto ―sonreí y mantuve la mirada perdidamente en él durante...
―9 segundos ―dijo y sonrió, para luego quitar su suave piel sobre mi rodilla desnuda.
9 segundos que nos miramos fijamente, y me sonrojé observando al resto de la mesa. No recordé que estábamos rodeados de gente, y creo que él tampoco, porque ambos borramos nuestros ojos brillosos cuando notamos a mi padre y a Mirka totalmente tensos.
Fue un poco incómodo el resto del anochecer. Federer no volvió a dirigirme la palabra, yo no volví a subir mi mirada más allá del plato, y mi padre no paró de hablar. Ahora Roger ya no contesta, Mirka se mantiene cruzada de brazos y los niños pelean pegándose mocos entre sí.
Suspiré de manera pesada, recogiendo mucho aire, y fue allí cuando Federer dijo:
―Bueno, se hace tarde para los niños. Creo que debemos irnos ―se levantó.
Mirka ni siquiera me saludó, ni a mí ni a mi padre, pero en cambio, Federer apenas nos despidió con un apretón de manos.
ESTÁS LEYENDO
La número 1 del mundo [Roger Federer] [#2 HEUS]
FanfictionRybana Nazarbáyev nació en 2000, producto de una prostituta rusa que enamoró perdidamente al presidente. Fue la única niña entre todos los niños bastardos que él decidió reconocer. Aun así, su madre falleció a sus dos años de edad, por lo que, el pr...