Capitulo 85: El Precio de las Sombras

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La batalla había terminado. Los enemigos habían sido derrotados, pero el precio había sido alto. El aire olía a sal y sangre mientras el mar, sereno ahora, lamía los restos de los barcos enemigos destruidos. Los cuerpos caídos se balanceaban al compás de las olas, y un silencio inquietante envolvía el barco en el que se encontraban.

Aelyria había sido trasladada a la pequeña cabina del barco, tumbada en una cama improvisada mientras los sanadores se ocupaban de sus heridas. El ambiente era sombrío, y las miradas preocupadas se entrecruzaban entre los presentes. Sabían que las heridas físicas de Aelyria eran profundas, pero también algo más oscuro parecía haberla tocado.

Daenerys se encontraba a su lado, sentada en una pequeña silla, sus manos temblorosas sostenían la de Aelyria. El corazón de Daenerys latía con fuerza, a pesar de que la batalla ya había acabado. No podía apartar la mirada de su rostro, pálido y cubierto de sudor. Los sanadores habían retirado las flechas y limpiado las heridas, pero no había nada que pudieran hacer por el mal que parecía haberla consumido por dentro.

—¿Por qué no despierta? —preguntó Daenerys en voz baja, su voz cargada de una mezcla de preocupación y desesperación.

Uno de los sanadores, un hombre mayor con barba canosa, inclinó la cabeza.

—Su cuerpo ha sufrido demasiado. Las heridas son graves, pero... parece haber algo más... Algo que no podemos explicar.

Daenerys frunció el ceño, mirando las manos de Aelyria, donde el color oscuro de sus ojos aún le atormentaba en su memoria. No había forma de borrar esa imagen de su mente. ¿Qué le había sucedido? ¿Qué era esa fuerza que había visto?

Finalmente, los sanadores salieron de la habitación, dándole a Daenerys un momento de privacidad con Aelyria. La reina de los dragones se acercó más a la cama, acariciando el cabello de Aelyria, notando la mezcla de mechones blancos, negros y rojos que ahora adornaban su melena.

—Despierta, por favor —susurró Daenerys, con la voz quebrada por la emoción.

Por unos momentos, no hubo respuesta. El silencio era tan profundo que Daenerys pensó que Aelyria no volvería a abrir los ojos. Pero entonces, de repente, Aelyria dio un suave gemido. Sus párpados comenzaron a moverse, y poco a poco, sus ojos se abrieron.

El primer vistazo a su mirada fue suficiente para calmar el corazón de Daenerys, aunque de inmediato notó algo. Los ojos de Aelyria, aquellos que solían ser de un azul cristalino, seguían oscuros, con un tinte rojizo que brillaba bajo la tenue luz.

—Aelyria... —susurró Daenerys, con un alivio palpable—. Estás despierta.

Aelyria tardó unos segundos en ubicarse, su mente aún aturdida por la reciente batalla. Parpadeó lentamente, mirando a su alrededor, antes de centrar su atención en Daenerys. Un leve suspiro escapó de sus labios.

—¿Daenerys? —su voz era un susurro áspero, pero Daenerys lo escuchó claramente.

—Estoy aquí —respondió la reina, sosteniéndole la mano con más fuerza—. Todo ha terminado. Derrotamos a los enemigos, pero... tú...

Aelyria cerró los ojos por un momento, como si intentara recordar lo sucedido. Poco a poco, las imágenes volvieron a ella: los barcos enemigos, las flechas que la atravesaron, el dolor... y luego, el vacío.

—Lo vi —dijo finalmente, abriendo los ojos otra vez—. Estaba perdiendo fuerzas, no podía más... Pero luego te vi. Vi cómo iban a atacarte. No podía dejar que te lastimaran.

Daenerys frunció el ceño, asombrada y al mismo tiempo preocupada por lo que Aelyria estaba diciendo.

—Me salvaste... pero ¿qué hiciste, Aelyria? —preguntó en un tono suave, pero firme.

Aelyria tomó aire profundamente, como si necesitara reunir fuerzas antes de continuar. Lentamente, con esfuerzo, se incorporó un poco en la cama, apoyándose en los cojines.

—No tenía fuerzas, Dany. Apenas podía mantenerme de pie... pero las sombras... —hizo una pausa, como si el recuerdo fuera tan vívido que aún le resultaba difícil comprenderlo—. Sentí que algo dentro de mí se encendía. Algo que no era mío... pero que me controlaba. Las sombras, las mismas sombras que me arrastraron cuando casi morí aquella vez. Las llamé, sin siquiera saber cómo.

Daenerys la observaba con una mezcla de asombro y miedo. La magia en Poniente siempre había sido un terreno incierto, y las sombras... las sombras eran algo de lo que nunca se debía confiar. Pero Aelyria, de alguna manera, había encontrado la manera de invocarlas.

—¿Y entonces...? —instó Daenerys, queriendo entenderlo todo.

Aelyria bajó la vista hacia sus propias manos, las cuales aún temblaban ligeramente.

—Sentí el dolor desaparecer. Sentí cómo las sombras se apoderaban de mi cuerpo, dándome fuerza donde no había ninguna. Era como... un fuego oscuro que me impulsaba a protegerte, sin importar el costo. Lo único que podía pensar era en ti, en que no te lastimaran.

Daenerys se quedó en silencio, procesando cada palabra. Por más que intentara racionalizarlo, algo dentro de ella sabía que lo que Aelyria estaba describiendo era más grande que cualquier batalla física. Era una batalla interna, entre la vida y la muerte, entre la luz y las sombras.

—Pero esas sombras... no son de fiar —dijo finalmente Daenerys, apretando los labios—. No quiero que pongas tu vida en riesgo por mí de esa manera.

Aelyria sonrió débilmente, con una sombra de ironía en sus ojos.

—Tú me arrastraste de vuelta al mundo de los vivos, Daenerys. ¿De verdad crees que me detendría cualquier sombra para salvarte?

Daenerys se quedó callada, sin saber cómo responder a eso. En el fondo de su corazón, sabía que Aelyria no la dejaría, no importaba cuán oscuros fueran los caminos que tuviera que recorrer. Pero aquello no quitaba el miedo que sentía por lo que esas sombras podían exigir a cambio.

—Tienes que cuidarte más —murmuró finalmente Daenerys, inclinándose para besar la frente de Aelyria.

Aelyria cerró los ojos ante el gesto, permitiéndose unos segundos de descanso.

—Lo intentaré —respondió con un suspiro.

Ambas se quedaron en silencio un momento, disfrutando de la cercanía del otro y dejando que la calma del mar las envolviera.

—Te prometo que nunca dejaré que esas sombras me dominen —continuó Aelyria, su voz firme pero aún débil—. Si las llamé fue porque te necesitaba, porque te vi en peligro. Pero no voy a dejar que me consuman.

Daenerys asintió, aunque en el fondo seguía preocupada. Sabía que las sombras tenían un precio, y aunque Aelyria prometiera mantenerse firme, temía lo que el futuro pudiera deparar.

Afuera, el sonido del mar era lo único que rompía el silencio.

Hijos del Fuego y de la SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora