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El Secreto del Faro ════ ⋆★⋆ ════
El crepúsculo cubría los Outer Banks con una mezcla de tonos anaranjados y púrpuras mientras John B se encontraba en el muelle, observando el faro al otro lado de la bahía. Había escuchado rumores de un tesoro escondido en las inmediaciones, una vieja leyenda que pocos creían. Pero cuando su amiga Sarah le mencionó que conocía a alguien que podía saber más, su curiosidad se disparó. Esa persona era Eira, una joven que conocía cada rincón de la isla como la palma de su mano y tenía un conocimiento casi enciclopédico sobre sus historias ocultas.
Eira era misteriosa, callada, y aunque solía evitar a los Pogues, aceptó reunirse con John B cuando él le insistió que quería saber más sobre el tesoro.
—¿Por qué estás tan interesado en esa leyenda, John B? —preguntó Eira, acercándose al muelle, envuelta en su chaqueta, mientras el viento del mar revolvía su cabello oscuro.
John B la miró, con una chispa de entusiasmo en sus ojos. —Llamémosle “interés profesional”. No puedo resistirme a una buena historia de tesoros, especialmente cuando todos los demás creen que es solo un mito.
Eira lo miró de reojo, un leve esbozo de sonrisa asomando en sus labios. —Bueno, espero que no te asustes fácilmente. La historia de este tesoro no es solo sobre oro o joyas. Se dice que quienes han intentado encontrarlo han desaparecido… o peor.
John B sonrió, sin mostrar señales de intimidación. —Entonces, eres la persona perfecta para guiarme. ¿Qué dices? ¿Un último paseo al faro?
Eira suspiró y, después de unos momentos de duda, asintió. —De acuerdo, pero prométeme que si esto se pone extraño, me escucharás.
El camino al faro fue largo, y mientras caminaban, Eira comenzó a contarle la historia. Según la leyenda, el tesoro había sido escondido siglos atrás por un capitán que se refugió en la isla huyendo de los británicos. Se decía que el tesoro incluía no solo monedas de oro, sino también un raro artefacto con un misterioso poder.
Cuando llegaron al faro, la oscuridad ya lo cubría todo, y Eira encendió una linterna, iluminando el suelo de piedra y las paredes gastadas. Caminando despacio, inspeccionaron cada rincón, y finalmente, encontraron una trampa en el suelo, medio oculta por tablones viejos.
—Mira esto… —susurró John B, arrodillándose para levantar la madera y revelar una entrada secreta que descendía al interior de la estructura.
Sin perder tiempo, ambos descendieron, adentrándose en el misterioso pasaje que había permanecido oculto por décadas. Los muros eran de piedra antigua, y el aire estaba impregnado con el aroma a sal y humedad. A cada paso, el silencio y la cercanía entre ambos creaban una tensión eléctrica, un tira y afloja entre el peligro y la creciente atracción que John B no podía ignorar.
Finalmente, llegaron a una pequeña cámara subterránea, donde encontraron un cofre cubierto de polvo y sellado con un extraño símbolo en la tapa. John B y Eira se miraron, sintiendo la anticipación en el aire.
—¿Te das cuenta de lo que esto significa? —susurró él, mirándola con una mezcla de asombro y entusiasmo.
—Significa que estamos en una de las historias de terror más grandes de la isla —respondió Eira, su voz temblorosa, aunque una chispa de emoción se asomaba en sus ojos. Su seriedad contrastaba con la adrenalina que sentía al estar junto a John B en un momento tan único.
Con cuidado, ambos levantaron la tapa del cofre y, en su interior, encontraron una colección de monedas antiguas y un colgante dorado que emitía un brillo extraño, como si tuviera una vida propia.
—Este… este es el tesoro del capitán. Esto es real —dijo John B, boquiabierto.
Pero antes de que pudiera tomar el colgante, Eira lo detuvo, tomándolo de la mano. —Espera, John B. Si este es el objeto de la leyenda, no sabemos qué puede pasar. Hay historias de que este colgante… está maldito.
—¿Maldito? —John B la miró, con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Pero en lugar de soltarle la mano, entrelazó sus dedos con los de ella, atrayéndola hacia él.
Por un momento, la tensión que había entre ellos se convirtió en algo más, en una conexión silenciosa. Sin decir una palabra, sus ojos se encontraron en la penumbra, y John B sintió que el deseo de conocer el misterio se mezclaba con la atracción que Eira había despertado en él desde el principio.
—Eira… si todo esto es una locura, me alegra compartirla contigo —murmuró, acercándose a ella hasta que la distancia entre ellos desapareció.
Eira sonrió y, sin más, cerró los ojos, dejándose llevar. En el silencio de aquel lugar perdido, ambos se besaron, como si el misterio y el peligro los hubiera acercado de una forma inesperada.
Cuando se separaron, Eira lo miró con una mezcla de seriedad y ternura. —Prométeme que, sin importar lo que pase, guardaremos este secreto. Nadie más debe conocerlo.
John B asintió, con la certeza de que estaba dispuesto a proteger a Eira y todo lo que significaba aquel descubrimiento. Juntos, cerraron el cofre y, con las manos entrelazadas, salieron del faro, dejando el tesoro donde pertenecía y llevándose consigo un nuevo secreto… y un vínculo que jamás olvidarían.