¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cruz de caminos ════ ⋆★⋆ ════
La flecha salió disparada con un silbido mortal, cortando el aire antes de clavarse en la madera de un poste a pocos centímetros del rostro de Daryl Dixon.
—¡¿Qué demonios?! —gruñó Daryl, girándose con su ballesta lista, buscando al atacante.
Aria, con los ojos muy abiertos, salió de su escondite detrás de unos arbustos, las manos en alto y la respiración entrecortada.
—¡Lo siento! Pensé que eras un caminante.
Daryl no bajó su ballesta de inmediato. La examinó con una mezcla de desconfianza y fastidio: su cabello estaba desordenado, llevaba un arco en la mano y su ropa estaba cubierta de tierra, como si hubiera estado huyendo durante días.
—¿Pareces un caminante? —respondió con sarcasmo, entrecerrando los ojos.
Aria suspiró, dejando caer el arco al suelo.
—No, pero tú no pareces muy amigable tampoco.
Daryl soltó un gruñido bajo antes de finalmente bajar la ballesta. No había caminantes cerca, y la chica claramente no era una amenaza. Sin embargo, eso no significaba que confiara en ella.
—¿Estás sola?
—Sí. Bueno, ahora mismo parece que tú también —replicó ella, intentando sonar desafiante, aunque su voz traicionó el cansancio.
Daryl bufó y comenzó a revisar el terreno, ignorándola momentáneamente. Sin embargo, cuando Aria tropezó ligeramente al caminar hacia su flecha atascada, él se dio cuenta de algo.
—No luces bien. ¿Hace cuánto que no comes?
Aria lo miró, claramente irritada, pero el rugido de su estómago respondió por ella. Daryl negó con la cabeza.
—Tsk. Deberías ser más cuidadosa si estás por ahí sola. Podrías haberte metido en un problema peor que yo.
—Ya lo estoy —dijo Aria, cruzándose de brazos.
Antes de que Daryl pudiera responder, un gemido gutural rompió el silencio. Ambos se giraron rápidamente hacia el sonido: un grupo de caminantes se movía entre los árboles, atraídos por el ruido.
—¡Mierda! —murmuró Daryl, ajustando su ballesta.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Aria, recogiendo su arco con movimientos torpes.
—Gracias, genio —replicó Daryl, ya moviéndose hacia una dirección segura.
—¡Espera! —exclamó ella, siguiéndolo a toda prisa.
Daryl la miró por encima del hombro, claramente irritado, pero no tenía tiempo para discutir. Los dos corrieron juntos por el bosque hasta encontrar una cabaña abandonada en medio de la nada. Las ventanas estaban rotas y el interior olía a moho, pero al menos era un refugio temporal.
—Cierra esa puerta —ordenó Daryl mientras barría la habitación con su mirada.
Aria obedeció, bloqueando la entrada con una silla vieja.
—¿Siempre eres tan mandón?
—¿Siempre eres tan inútil? —contraatacó Daryl sin mirarla.
Ella resopló, pero no dijo nada más. Los dos se acomodaron en extremos opuestos de la habitación, tratando de recuperar el aliento. El silencio se prolongó hasta que Daryl sacó de su mochila un paquete de carne seca y lo lanzó hacia ella.
—Come. No quiero que te caigas muerta mientras estamos aquí.
Aria lo atrapó, sorprendida.
—¿Así tratas a todas las personas que te intentan matar por accidente?
—No, normalmente no pierdo el tiempo con ellas —dijo Daryl con un tono sarcástico, pero había algo en su mirada que suavizaba las palabras.
Aria mordió el trozo de carne, agradecida aunque no quisiera admitirlo.
—¿Qué hacías por aquí sola, de todos modos? —preguntó Daryl después de un rato, apoyando la espalda contra la pared y limpiando una flecha.
—Mi grupo… se dispersó. Un ataque, demasiados caminantes. Me separé de ellos hace días.
Daryl asintió, como si entendiera más de lo que decía.
—Pasa todo el tiempo.
—¿Y tú? —preguntó ella, mirándolo de reojo.
—Mi grupo está cerca. Salí a cazar.
Aria arqueó una ceja.
—Entonces, ¿por qué no estás con ellos ahora?
—Porque tuve que perder el tiempo con alguien que casi me mata con una flecha mal apuntada —dijo con una sonrisa apenas perceptible.
Aria rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse. Había algo en él, una mezcla de rudeza y humor seco, que la hacía sentir menos sola de lo que había estado en días.
La noche avanzó, y aunque ambos intentaron mantenerse despiertos para vigilar, eventualmente cayeron en un silencio cómodo.
—Oye, Dixon —dijo Aria, rompiendo la tranquilidad.
—¿Qué?
—Gracias. Por no matarme cuando tuve tan mala puntería.
Daryl dejó escapar un bufido divertido, pero su tono fue más suave cuando respondió:
—Quédate cerca y no me des razones.
Aria sonrió, apoyando la cabeza contra la pared. Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió completamente sola.