Capítulo 01.

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BIENVENIDOS A BECKINSALE



Actualidad.

Las mudanzas no son algo nuevo para mí y para mi familia. Desde que murió mi abuela cuando tenía doce años, pasamos mudándonos. Mamá no tiene a nadie más con quién dejarnos y se pone nerviosa con extraños en casa, por lo que contratar a una niñera nunca fue una opción, así que intenta llevarnos con ella a donde sea que su trabajo la mande. Hasta que cumplí los catorce y le aseguré que yo era más que capaz de cuidar de mis hermanos sola, que no tenía de qué preocuparse. Pero es madre, es nuestra madre y es media paranoica cuando se trata de nosotros, así que decidió que, para que ella pudiese irse sin sentirse tan insegura, mudarnos a algún pequeño pueblo en el que ella supiese que sus hijos no estarían a merced de los peligros que las grandes ciudades representan.

Y aquí estamos.

Bienvenidos a Beckinsale, Minnesota. Donde lo más peligroso sólo podría ser un brote de E. coli en el restaurante local favorito o quizás ardillas con rabias, lo que ocurriese primero —apuesto por la coli—.

Hemos vivido en tres estados desde que nos fuimos de Pittsburg, Pensilvania, cuando mi padre se esfumó de nuestras vidas. Vivimos en Denver, Colorado con mi abuela hasta que falleció, luego en Manhattan, Nueva York y, finalmente, Seattle, Washington, de donde veníamos viajando y dónde mamá tomó la precipitada decisión de marcharnos por... eventos desafortunados. Siempre fueron grandes ciudades, siempre estuvimos rodeados de edificios. Irnos a un lugar con más población de árboles que de personas es un gran cambio.

Pero no es mi trabajo cuestionar las ideas de mi madre, ni traerle más preocupaciones de las que ya tiene. Aunque estoy de acuerdo con mis hermanos en que habría sido mejor esperar a que terminase el año escolar envés de mudarnos en medio de él.

—Ya llegamos —anuncia mi madre después de casi una hora en el auto. Lo que se vio por la ventana durante todo el trayecto no había sido más que un bosque inmenso y las montañas saludándonos—. ¿Qué les parece? ¿A qué no es bonito? —dice entusiasmada mientras estaciona el auto.

Miro por el retrovisor.

Mason, mi hermano menor —tiene trece años—, tiene la vista pegada en uno de sus cómics. Meghan, la del medio con quince años, lleva los audífonos pegados en los oídos a todo volumen, incluso soy capaz de escuchar lo que está oyendo desde mi asiento del copiloto. Ninguno de los dos le responde.

Suelto un gran suspiro.

—Es agradable, mamá —contesto.

Ella me regala una suave mirada, agradeciéndome por la comprensión.

—Asegúrense de abrigarse bien antes de bajar. Está helado afuera.

Dicho aquello, se baja del auto y corre a la entrada de la nueva casa para poder empezar desempacar. Me giro sobre asiento hacia mis hermanos. Le quito a Mason el cómic y tiro de los cables de los audífonos de Meghan.

—¡Oye! —exclaman casi al mismo tiempo.

—Dejen la actitud de lado —refunfuño—. No es la primera vez que nos mudamos, ya están grandes para comportarse así. Saben que mamá está ocupada y sus comportamientos no ayudan.

—Ya tenía amigos allá, Mack —replica Meghan—. ¡Se acercaba el baile de otoño! ¿Qué se supone que haga acá? ¿Senderismo?

—Podrías unirte a las girls scouts —bromeo, pero a mi hermana no le da risa—. Mira el lado positivo: hay aire fresco y mucho que recorrer.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora