Capítulo 43.

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MIRANDO HACIA EL SOL



—Si no lo hubiese dicho que estaba enferma... —murmuro un poco más calmada, pero aún en los brazos de Jera.

—No, por favor —suplica—. No te culpes. No puedes pensar que esto ocurrió a causa tuya. No puedes hacerte cargo por las decisiones y deseos de los demás —farfulla. Su mejilla está contra mi cabeza—. Si hay alguien a quién culpar, es al bastardo que hizo eso.

—¿Cómo no puedo culparme si su propia hermana me odia? —mascullo—. Rossi me lo dijo, antes del funeral de Roman, hecha un desastre, apareció en mi puerta para decirme que mejor no me apareciera por allí, que si no fuese por mí, su hermano seguiría con vida. No sólo lo perdí a él..., también la perdí a ella.

—Tu amiga estaba destrozada. A veces, la única forma de ver a través de ese dolor es culpar a alguien por él. Cuando no tenemos al verdadero culpable frente a nosotros o cuando no existe, buscamos a alguien más. El dolor nos hace decir y hacer muchas cosas, Mack... —Él suspira. Sus nudillos me acarician un hombro—. El luto puede tomar vida propia y apoderarse de ti. Lo sé, lo he vivido —agrega—. Lamento que hayas tenido que experimentarlo, que hayas tenido que conocer el dolor de la pérdida a tan corta edad y de una forma tan cruel. —Su mano ahora están en mi cabello—. Y sé que debió tomarte mucho trabajo y valor contármelo. Gracias.

Me quedo refugiada entre sus brazos un rato más. Trato de estabilizar mi ánimo y mis pensamientos. Pero sí, me siento me poco más liviana y esa presión sobre mi pecho ha disminuido algo. Astrid tenía razón; hablar de esto ha hecho que sienta que la pena ya no me ahoga como antes.

—Sé que es irracional... —musito sin levantar la cabeza de su pecho—. Pero no puedo evitar pensar que tengo a la muerte a mi alrededor. Desde hace un tiempo que la gente no deja de morir cerca de mí o de alejarse. Mi padre que se marchó cuando tenía nueve años sin dejar una explicación detrás; mi abuela quién me crio y a mis hermanos como si fuéramos sus hijos, murió de un infarto mientras estaba conmigo cuando tenía doce años; y luego Roman, quién iba a verme cuando lo asesinaron. Y ahora... —La amargura tiñe mi voz—, ahora todo está aún más peligroso y mis hermanos han estado demasiado cerca de ese peligro, y todo el mundo corre a ponerse frente a mí para protegerme y mueren por eso. —Me alejo de la comodidad y el calor de Jera—. ¿Por qué he de merecer yo sentir algo por alguien otra vez?

Jera toma mi rostro entre sus cálidas manos, incluso a pesar del frío que hace, y seca mis húmedos pómulos. La noche se ha instalado a nuestro alrededor sin previo aviso, las llamas de las velas que antes no eran perceptibles han empezado a brillar con más fulgor para iluminar el sector y bañan la silueta del chico con la luz dorada que lo hace ver como si estuviese mirando al Sol. Realmente, todo en él me hace recordar al Sol.

—Escúchame, Mack. No hay nada malo contigo. Hay cosas que simplemente suceden y nadie es responsable de ello —farfulla—. Una niña de nueve años no puede culparse por el abandono de su padre; una de doce no puede responsabilizarse por un infarto... —Veo dolor en sus ojos—. Te han pasado muchas cosas, cosas que desearía que no tuvieras que haber vivido ni cargar con ellas, pero no puedes castigarte por ello. Claro que mereces felicidad y amor. Piensa en la gente que te rodea que desea todo eso para ti. —Me sonríe suavemente—. Alguien alguna vez me dijo que la muerte llega y que, cuando lo hace, no hay nada que podamos hacer, mucho menos, culpadnos por ella.

Me hace sonreír un poco entre lágrimas. Eso se lo he dicho yo hace un tiempo.

—¿Y qué hay de Roman? —musito.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora