Capítulo 10.

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CALIDEZ



El resto del día me la paso de mal humor por culpa de Jera. Astrid casi se ha orinado de la risa cuando se lo he comentado. Me dice que no me lo tome tan a pecho, a Jera le encanta fastidiar de esta forma, pero que también no ha hecho con mala intención.

—Jera no ha querido parecer descortés con tu madre al rechazar la invitación, Mack.

Fue lo que dijo. Yo sigo pensando que sólo quiere molestarme.

Luego de clases, Meg y yo nos vamos a por Mase y, al llegar a casa y darle la noticia a mi madre, ésta se pone a limpiar la casa como una maniática de la limpieza. Aunque no es mucho, ya que hacemos aseo cada semana. Posterior a eso, se pone a cocinar con bastante ánimo, hasta pone música. Mi madre debe de estar en las nubes, pensando que, quizás, conocerá al posible novio de su hija. Vuelvo a repetirle que no es como se lo está imaginando y que, por favor, no haga las cosas más incómodas de lo que ya son. Pero ella es terca, al igual que todos en esta casa.

Después de terminar con la limpieza, estoy cubierta de polvo y sudor, así que subo a ducharme. Cuando salgo y me meto a mi habitación, me encuentro con un vestido de tela gruesa con un diseño bastante simple de color rojo oscuro sobre mi cama y unos tacones negros en el suelo. Meghan está parada al lado con las manos en la espalda y una inocente sonrisa en el rostro, vestida con un conjunto parecido de color azul oscuro, pero acompañado con unas zapatillas y lleva el cabello recogido. Está preciosa, cualquiera pensaría que está lista para salir a una cita.

—Mamá lo había traído para mí, pero me ha quedado grande. Estoy segura de que te quedará bien y los tacones son míos también, pero compartimos la misma talla —dice balanceando su peso sobre los talones, como si fuera una niña pequeña pidiendo un juguete—. Vamos, Mack, debes ponerte guapa.

—Meghan... —Un sonoro suspiro sale de mi boca—. No usaré un vestido sólo porque Jera viene a cenar. —Camino hacia mi armario para sacar algo más cómodo—. Sabes que entre él y yo no pasa absolutamente nada.

—Por favor, Mack. A otro perro con ese hueso —refunfuña—. ¿De verdad crees que alguien que no esté interesado en ti habría hecho lo que hizo él esa noche? ¿Habría aceptado venir hoy? Además, es la primera vez que te veo así de cómoda con un chico, al menos desde...

—Meghan —advierto con tono severo.

Hay silencio entre nosotras un par de segundos. Respiro por la nariz para intentar calmar las repentinas náuseas que me han entrado y me giro hacia mi hermana. Está con las manos sobre la boca y me mira arrepentida.

—Perdón —musita—. Perdóname, Mack.

Sacudo la cabeza, restándole importancia. He sonado muy cortante antes.

—Está bien. No quise ser tan pesada —musito—. No usaré esto, ¿vale? Gracias por querer prestármelo, pero no es esa clase de ocasión.

Ella asiente despacio y se lleva las cosas, antes de cerrar la puerta para dejar que me cambie, me vuelve a observar con remordimiento.

—Lo siento, de verdad.

—Tranquila. Está bien —repito.

Y cierra la puerta.

Mis ojos cruzan la habitación hasta parar sobre el cuadro encima de mi escritorio. Se me cierra la garganta de golpe y me cuesta respirar. Tengo que sentarme sobre la cama un par de minutos, en toalla aún, para poder calmarme. ¿Por qué me siento de esa forma? ¿Cómo si estuviese haciendo algo malo? ¿Algo por lo que pedir perdón y sentirme culpable? Aún media ahogada, me levanto de la cama y voy hacia el escritorio, tomo la foto enmarcada y la pongo hacia abajo en la mesa. Es la única forma que se me ocurre de no sentirme tan observada. Prosigo a vestirme después de reponerme.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora