Capítulo 13.

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NO PIERDAS LA CABEZA



Madre mía, ¿qué comen los lobos en este bosque? Es demasiado grande, jamás he visto uno de ese tamaño. Admito que me intimida un poco. Está nervioso, se nota, tiene la vista fija sobre nosotros. Jera está quieto como un muerto, intentando ocultarme detrás de su cuerpo.

Suspiro profundamente, tomando valentía para hacer lo que tengo que hacer. Le pongo una mano en el hombro a Jera y me muevo lentamente hasta ponerme a su lado. Ante mis movimientos, el lobo gruñe con más fuerza y ensancha las fauces para mostrar los enormes colmillos. El chico me agarra la muñeca, no intenta ponerme detrás de él otra vez, pero tampoco tiene la intención de soltarme. Trato de dar otro paso con cautela; el lobo da dos. Pongo mi mirada en sus oscuros ojos, trato de escucharlo, de oír su mente, su alma, de que comprenda que no somos una amenaza y que quiero hablar con él.

Sin embargo...

Nada.

No me llega nada de él. Como si estuviera vacío.

Doy otro paso. El animal suelta un gruñido más brutal aún y sigue avanzando mientras la saliva se le escurre entre los dientes.

—No queremos hacerte daño —murmuro. Quizás si le hablo pueda llegar a entenderme con él—. Sólo estamos de paso...

Su pelaje se eriza, lo que provoca que se vea el doble de grande. Entonces, lo oigo.

Matar. Matar, matar, matar.

Me congelo en mi lugar. Esto no está bien, no es posible. Desde que me di cuenta de la habilidad que poseo para comprender a los lobos, siempre he podido mantener una "conversación" relativamente coherente con ellos, ni siquiera el más agresivo tenía esa clase de pensamiento. Normalmente, los lobos con esos comportamientos son meramente porque se ven amenazados, pero una vez que logro hacerles entender que no soy un peligro, se vuelven dóciles. Pero él... parece una bestia pura. Tan así que, por primera vez, siento miedo de un lobo.

Todo lo que puedo percibir del animal es esa clase de mantra enfermizo. Se repite una y otra vez.

Matar, atacar, despedazar, matar, arrancar.

No soy capaz de moverme. Los ojos del lobo continuan sin soltar los míos, son casi negros por completo, me llegan a dar escalofríos. Estoy intentando idear una manera de salir de ésta con vida, pero no se me ocurre. Presa del pánico, me encuentro completamente en blanco.

Y de repente, el lobo dobla sus patas, toma impulso y, vociferando un horrible gruñido, salta sobre nosotros.

—¡Mack, corre! —grita Jera.

Me agarra con más fuerza la muñeca y me saca del camino de las garras del lobo de un solo tirón. A penas si puedo mantener el equilibrio y hacer que mis piernas se muevan, y pronto, estamos atravesando el bosque a toda velocidad.

Jera, sin duda, es más rápido que yo, aún así, no suelta mi mano. Yo sólo soy capaz de seguirle el paso a duras penas y ruego no tropezarme con la maleza y los troncos caídos. Pero, al parecer, mis piernas saben lo que hacen, ya que me veo capaz de esquivar los obstáculos del bosque sin dificultad. Siento que el corazón me palpita en los oídos, la adrenalina me golpea las venas, intento concentrarme en no soltar la mano del chico. Entonces, me doy cuenta de algo: con ese tamaño y lo fuerte que se veían sus patas, el lobo pudo habernos alcanzado en segundos, mas, seguíamos dejándolo cada vez más atrás; estaba jugando con nosotros.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora