Capítulo 40.

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LOS FANTASMAS DE LAS HISTORIAS



Mi plan había sido acorralar a los cazadores para que nos persiguieran y luego desaparecer, dejarlos creer que le habían dado a algunos de nosotros para asegurarnos que habían matado a los "lobos malos". Una idea descabellada porque eso significaba mostrarnos como lobos ante ellos, se corría el riesgo de que volviéramos a cambiar frente a ellos o, peor, que alguno resultara herido por una bala. Pero jamás contemplé la posibilidad de Perthro tendiéndonos un trampa. Y debí de hacerlo, claro que sí. Todo ha estado demasiado tranquilo últimamente, he debido de suponer que algo estaba tramando.

Y por mi descuido los lobos de Dante pagaron el precio cuando salieron a defenderme. Cuando salí del bosque con Toluk entre mis brazos, tres bestias de Perthro aparecieron a interceptarme. Intenté evadirlos, sin embargo, en un punto lograron acorralarme, estaba dispuesta a cambiar para pelear y fue ahí cuando Dante y sus lobos aparecieron. Se supone que fuese una pelea justa; tres contra tres, pero estuvo lejos de serlo. Esos monstruos doblan en tamaño y ferocidad a los nuestros, y.. los masacraron sin piedad. Al instante en que Dante se dio cuenta de que no había forma de vencerlos, me obligó a echar a correr con él detrás, pero en algún momento lo perdí de vista y sólo podía escuchar como intentaba deshacerse de ellos en alguna parte del bosque. Quise ayudarlo, quise buscarlo, pero sabía que si me agarraban, todos esos sacrificios serían en vano. Así que continué corriendo. Corrí, y corrí, y corrí hasta que llegué a la puerta de Moonfall atacada en llanto y cubierta con la sangre de aquellos que me habían protegido y que, cobardemente, había dejado atrás. Es por eso que he creído que Dante no había sobrevivido. Me alegra que no haya sido así, mas, no puedo verlo a la cara sin sentirme miserable.

En cuanto esa ceremonia de ofrenda termina, me giro rápidamente hacia la salida, tan así que llego a chocar con Aidan que se encuentra parado allí, ni lo he notado antes.

—Perdona... —balbuceo, sintiéndome fatal.

El alfa sólo me mira con desaprobación y se hace un lado para dejarme pasar. Necesito alejarme lo que más pueda.

La comunidad está despierta, casi tanto como si fuera medio día. El comedor está lleno y la enfermería también. No puedo evitar cruzarme con el grupo de lobos de la manada de Dante, se nota la tristeza en sus semblantes y la presión en mi pecho aumenta. Todo está tan concurrido que no es fácil pasar desapercibida. Todos voltean a verme y lo único que puedo ver en sus miradas son cárteles señalándome: culpable, asesina, idiota. Todos saben que ha sido idea mía, que ha sido mi descuido lo que ha provocado esto, todos saben que he sido una cobarde.

Comienzo a sentirme sofocada. Necesito salir de aquí. Necesito que dejen de mirarme. Echo a correr. Paso por entremedio de mucha gente, arrollo a algunos incluso. Sin rumbo fijo me pierda por Moonfall, sigo percibiendo los acusadores ojos de todos en mi espalda, intento escapar con mis pulmones ardiendo por el aire frío que entra con cada bocanada que doy. No sé qué demonios estoy haciendo, pero mi mente solo piensa en alejarse, en correr y correr.

Hasta que choco con algo y caigo sentada a la tierra húmeda.

—¡Mackenzye, niña! ¿A dónde vas con tanta prisa?

Es Ivar, uno de Los Primeros, el único de ellos que ha sido amable conmigo cuando he llegado aquí. Estoy aturdida y se me dificulta el respirar, intento tomar la mayor cantidad de aire posible, pero es en vano, sigo sintiendo que me ahogo, como si alguien me estuviese tomando por la garganta e intentara asfixiarme. Ivar nota mi mal estado y se agacha frente a mí.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora