Capítulo 17.

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17

QUÉ CULPA TIENEN LAS RANAS



De seguro tengo unas ojeras terribles.

No he logrado dormir demasiado. ¿Alguien podrá estando en mi situación? He recibido muchísima información, impactante información, en muy poco tiempo y mi cerebro sigue procesando todo. Además, tengo miedo de cerrar los ojos, de soñar cosas que... puedan activar algo. Ni siquiera sé si eso es posible, pero la mínima posibilidad... aún no estoy segura de querer ser cómo Jera.

Ruedo en la cama, por undécima vez, o quizás más. Ha amanecido hace poco, lo sé porque he visto el sol salir a través de las cortinas de la ventana y puedo escuchar claramente a los pájaros piar en las ramas de los árboles. Debo de admitir que el sonido del bosque es realmente relajante y atemorizante a la vez; la música de la naturaleza es capaz de calmarme, pero sé que hay cosas que quieren dañarme en allá afuera también.

La habitación de Jera no es muy grande, pero es cómoda. Tiene el espacio suficiente para una cama matrimonial, una mesa de noche y un escritorio dónde el chico tiene un montón de libros viejos y gruesos, y un mueble en una esquina, de dónde ha sacado la ropa que llevo puesta ahora —que no es más que una tenida deportiva que me queda gigante—. No hay pósters de bandas o de alguna actriz o cantante o de algún equipo deportivo cómo esperaría ver en la habitación de cualquier adolescente. No hay ropa tirada o calzoncillos dónde no deberían estar. Las predes son de un color azul oscuro y el piso está tapizado con una alfombra de color negro. Las sábanas y almohadas huelen a él, al igual que las prendas, y me cuesta no admitir que el chico tiene un aroma muy... agradable.

Me vuelvo a girar en las sábanas negras de satín y agarro mi celular sobre la mesa de noche. Son recién las seis y media de la mañana. Pienso en que mi madre debe de estar levantándose para prepararle el desayuno a mis hermanos y recuerdo que se va hoy en la noche. Me sabe mal tener que mentirle y encima perder un día con ella, pero sé que no puedo contarle nada de esto. Para empezar, no me va a creer.

Escucho un tenúe sonido proveniente de afuera. Tal vez Jera se ha levantado.

—¿Ella está bien?

La voz que oigo del otro lado de la puerta hace que me quede inmóvil en la cama. Es el padre de Jera.

—Está durmiendo en mi cuarto. —Y ese es Jera—. ¿Han llegado a algún acuerdo?

—Algo así —responde. Oigo pasos, parecen estar caminando por la sala—. No le cuentes todo aún. Ha sido una noticia fuerte la de ayer, no queremos asustarla, pero sí debe saber lo suficiente para que no vuelva a correr riesgo.

—...entiendo —musita el chico.

—No me mires así —espeta. Se me aprieta el estómago al oír el severo tono, incluso en si es en voz baja, no deja de ser imponente—. Tenemos un deber aquí y tú, tienes órdenes que obedecer.

—Sí, señor —contesta él, casi masticando las palabras.

—Tienes que protegerla. Ellos ya saben que está aquí.

—Lo sé. Y los gemelos han vuelto.

—¿Qué? —exclama. Casi puedo jurar que oí un gruñido—. ¿Y por qué no lo has notificado antes?

—Me he enterado anoche, señor...

Arrugo las sábanas entre mis manos. ¿Por qué le habla de esa forma? ¿No se supone que es su padre? ¿Cómo puede tratarlo así? Sé que Jera ha dicho que su puesto en este lugar es de gran importancia, pero aún así... sólo se tienen entre ellos...

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora