Capítulo 29.

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BIENVENIDA A CASA



—¿Tus hermanos? —pregunta Jera cuando me acerco a él afuera de la casa.

—Dormidos —respondo—. Lo que sea que Astrid les ha dado, ha funcionado bien. —Miro por encima de mi hombro hacia mi casa—. ¿Estarán a salvo?

—Allí, mira —señala.

A un costado de mi viviendo, por el camino que lleva hacia el pueblo, aparece otra camioneta. Prende y apaga los focos delanteros y una mano se asoma por la venana del copiloto.

—¿Son de Moonfall? —pregunto.

—Sí. No quiero arriesgarlos a los cazadores así que les he pedido que se mantengan en forma humana y que monten vigilancia desde el auto a un lado de tu casa —explica—. Son de mi confianza. Así que puedes estar tranquila.

—Gracias.

De todos modos, me quedo preocupada.

Astrid me ha dado un pequeño polvo que ha preparado y que puse en sus platos a la hora del almuerzo. Con eso han quedado profundamente dormidos y se supone que no se levantarán hasta la mañana siguiente. Es la única forma que he visto factible para poder salir de casa sin tener que darles una pésima explicación; una mentira.

Me subo al auto del chico y hacemos el recorrido hacia la comunidad. Una vez que nos encontramos afuera de las instalaciones, ya es de noche y me detengo un momento antes de entrar; en ese lugar, dónde los árboles son gigantes y las montañas se ciernen sobre nosotros, las nubes se dispersan unos instantes y la luna, llena en su totalidad, se muestra. Su luz cae sobre mí como si de un manto se tratara y juro que siento que me acaricia la piel, igual que una seda que desliza por todo mi cuerpo y me cubre para entregarme fuerza y energía.

Es magnífico.

—¿Qué...? ¿Qué es esto? —murmuro, embriagada por el sentimiento que me recorre.

—Si crees que eso es todo... —alarga el chico y me tiende la mano—. Lo que sigue te dejará aún más pasmada. —Me sonríe y yo acepto su mano—. Vamos, ya casi es hora.

La mano de Jera cálida y cubre casi por completo la mía, que en contraste, está helada. Dejo que me guíe hacia el interior de la comunidad, una vez allí, noto de inmediato que hay mucha más gente de lo que he visto anteriormente. Todos vestían con alguna prenda blanca, sencilla y ligera incluso para el frío que está haciendo. La gente conversa animadamente, hay niños correteando por aquí y por allí, ancianos riendo unos con otros, familias completas compartiendo. Cada rincón está iluminado con velas blancas ardiendo y guirnaldas de luces claras colgadas de los árboles. Quién sea que viese esta escena, podría bien no enterarse de que, fuera de estos muros, hay un invierno crudo y una realidad cruel. Es acogedor.

El bullicio provocado por la multitud cesa de repente y pronto siento las miradas de todo el mundo sobre mí. No puedo evitar ceñir mi agarre sobre la mano de Jera y pegarme un poco más a su lado; no me gusta ser el centro de atención y desde que me enteré del asunto de las reencarnaciones, siento que todo el mundo aquí puede ver a través de mí, que conocen algo sobre mí que yo misma desconozco.

—Tranquila —musita Jera, cerca de mi oído—. No te dejaré sola.

Poco a poco, y bajo la penetrante mirada de cientos de ojos, vamos avanzando. La muchedumbre abre el camino para nosotros a medida que nos acercamos, cosa que me pone más nerviosa aún.

I. The Calling ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora