Un año después...
—Además debemos pagar la renta hoy por la tarde, el Sr. Jake vendrá a cobrarnos después del mediodía—seguía diciendo Ruben mientras terminaba de tomar su taza de café.
—Entonces no podremos sacar a pasear a Megan, sabes que ha estado muy emocionada todo el fin de semana para ir al parque temático de agua. No podemos dejarla esperar—Miguel hace un puchero, y el castaño ríe.
Desde que llegaron a aquella casa en España, Ruben no deja de preocuparse por los sueldos de trabajo, el pago de la renta, le mensualidad del colegio de su hija—Megan—adoptiva, etc. Para el ojiverde era una tortura estar pendiente de todo, pero a Miguel y Megan les importaba un comino.
Se escuchan pasos corriendo desde la planta de arriba, y las escaleras. Ruben mira a la pequeña con su peluche de panda—que ambos le regalaron cuando la adopción se dio por aceptada—y una sonrisa plasmada en su rostro.
—¡Papá!—la pelinegra exclama y corre a sentarse en el regazo de Ruben, este la toma por los brazos y la alza haciendo que se siente correctamente en sus piernas.
—Megan, cariño ¿qué te hemos dicho de bajar corriendo las escaleras?—Miguel desvía la mirada del periódico y mira a su hija con una ceja levantada.
—Lo siento, pero el vecino no dejaba de hacer ruidos raros con su..esa cosa para cortar el jardín y-y..—se cruza de brazos molesta—Thomas no dejaba de mirarme por la ventana—finaliza con un gesto de molestia.
—¿El hijo de los Stuart?—pregunta Ruben y mira a su esposo que leía el periódico matutino con una mueca.
—Supongo que sí..—contesta Mangel y pasa de página.
Ruben toma a Megan y la lleva la cocina, donde le prepara el desayuno y un poco de leche tibia. Megan tenía 6 años recién cumplidos, y la pareja la eligió por la forma en la que se comunicaba con los otros niños y como sonreía a cada persona que pasaba a su lado.
Miguel le tomó un gran cariño al verla por primera vez, Ruben quería llevarse a Gretel—una niña del orfanato que tenía 8 años—pero el pelinegro logró conversar a su esposo y ambos tomaron cartas en el asunto.
Fue difícil tener el cargo de su hija, ya que en España no está legalizado que las parejas homosexuales adopten hijos, pero gracias a su abogado—un amigo cercano a Michael—ganaron el juicio y hace unos siete meses la tienen en su poder.
—¡Rubius, me voy al trabajo!—gritó Miguel cuando terminó de arreglar su saco, el nombrado camina hacia este y coloca ambas manos en su cuello.
—No te vas a irte sin despedirte, ¿no?—ambos ríen y juntan sus labios en un cálido beso.
Megan se queda estática viéndolos desde el marco de la puerta de la cocina, y suspira como toda niña enamorada al imaginarse a Robert—el chico que le gusta—igual que sus padres.
El timbre suena, y Megan corre abrir la puerta como de costumbre, pero al hacerlo unos tres chicos aparecen, uno de ellos tiene el cabello verde, uno con una perforación en la ceja, y el otro con una bandana en su cabello.
—¡Tío Michael, tío Joa, tío Jeremy!—exclama con sorpresa y se cuelga del primero.
Michael ríe, y acaricia su largo cabello con ternura.
—¿No se supone que iban a venir mañana?—Ruben se cruza de brazos, y Joa le entrega un regalo a la pequeña.
—Lo lamento, pero el vuelo se adelantó y..aquí estamos—comenta Jeremy y abraza a Miguel, el cuál sonríe al ver a sus amigos de nuevo.