Capítulo 25

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—Bueno, esto no funciona, creo que me van a dar varices de tanto estar parada, aun con esas cosas en las piernas ¿tus hermosos dedos me tocaran?— le pregunté a Connor mientras firmaba el último papel como me prometió la mujer, no sabía cuántas veces le había preguntado si faltaba mucho.

Mentirosa, me había estado mintiendo diciendo que faltaban pocos, pero era falso, era un ser rastrero que no consideraba a una persona de pie como yo, claro, porque ella estaba cómodamente sentada en su silla detrás del escrito aguantándose mis quejas, no la compadecía, faltaban sillas para mí y mi trasero.

Miré a Connor esperando una respuesta de su parte que parecía no llegar cuando lo pedía, a veces pensaba que a Connor no le gustaba verme feliz, pero luego pensaba en sus dedos y se me pasaba.

—La pared me respondió que ella me acepta, al menos alguien en el mundo me querrá— regresé mi vista a la hoja y la firme, la última firma, esperaba.

Le devolví los papeles a la mujer y esperé mientras ella revisaba que cada espacio estuviera llenado correctamente y que no haya llenado algo que no debía, incluso se aseguró de que no habían tachones, me habría sentido ofendida si no hubiera rayado dos papeles antes porque el lapicero no me escribía y bueno, al final sí escribían, pero no donde yo quería.

—Está todo en orden, este es el recibo a pagar por la matricula para activar su cuenta, aquí tiene la clave y el usuario de la cuenta del instituto, allí podrá comprobar sus horarios una vez la cuente esté activa, las clases comenzarán el próximo nueve de septiembre, eso es todo, que tenga un buen día— me sonrió como si le acabará de decir que ha ganado la lotería, definitivamente había gente rara en el mundo, más que rara que yo, pero ¿quién era para juzgarla?

Simplemente asentí y di media vuelta lista para irme, las piernas me flaquearon, estaban temblando luego de tanto tiempo parada y estáticas, casi podía ver las venas formándose.

—Creo que me quedaré aquí un rato más— me apoyé en el muro tras de mí, el cual tenía una barra donde antes estaba anotando, quien iba decir que era tan bueno para sostenerme mientras mis perezosas y dormida piernas les daba por responder.

Connor alzó una de sus cejas mientras me miraba detenidamente, yo solo le sonreí, ni idea de cómo explicarle que mi cuerpo estaba teniendo vida propia, así como cuando él me tocaba.

Cerré los ojos y trate de tranquilizarme y empezar a mover las piernas, necesitaba que se despertaran y funcionaran, no quería quedarme a dormir en esa oficina, el incienso que la mujer estaba prendiendo solo me mareaba más, nunca había pensado que moriría en una oficina luego de inscribirme, ¡Oh mundo cruel!

Sentí mis pies despegarse del piso, increíble que aun dormidos pudieran volar, o tal vez estaba muriendo y yendo hacia el cielo luego de haber apreciado de la manera correcta a los divinos dedos de Connor Foreman, tampoco podía creer que moría sin saber la marca de su increíble crema humectante, tener esa piel de bebé no era legal, creo que ni siquiera Dana cuando nació tuvo algo tan suave, bastante mullido, pero no así de suave, no como Connor, ser tan suave debería ser ilegal, al menos para el sexo masculino mayor de dieciocho.

Abrí los ojos lista para ver el paraíso, pero me encontré la cara de Connor, un buen premio de consolación.

—¿Qué haces?— me estaba llevando cargada al estilo nupcial —Si no me vas a llevar de luna de miel ahora mismo, te aconsejo que cambies de posición— moví mis manos y toqué su espalda —Aquí parece cómodo— dije palmeándolo, podría ser divertido que me llevara a caballito.

Connor me miró por un momento mientras detenía su caminado, pasó la lengua por sus labios, yo podía hacer ese trabajo, asintió hacia mí y luego me vi en una nueva posición, no la que yo esperaba precisamente.

El PianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora