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Detesto los martes. No, no es algo reciente sino algo que ha pasado desde el inicio de los tiempos. Los martes presagian destrucción y pena, y son esos días en los que mi mala suerte se incrementa sin ninguna explicación.

Oh, y ahora los detesto más porque tendré que ir a ese estúpido taller para conocer gente y tener amigos. Como si me gustara conocer gente. Además, sé que ni siquiera podré hacer nuevas amistades, como siempre.

Pero, en realidad, no me molesta el ser tan antisocial. Está bien, no soy exactamente antisocial porque me gusta hablar, y mucho, pero llegar a tener esa confianza con alguien que apenas voy a conocer, sabiendo que puede abandonarme a mi suerte... Prefiero no relacionarme con nadie a parte de mis amigos actuales.

Sé que no debería de ser tan pesimista pero así soy. No veo más que gris a mi alrededor, no puedo encontrar esa luz que hace que los demás sean tan felices y por eso siento tanta cólera. Detesto que ellos puedan ser felices y que yo siga sumergiéndome en este océano de rabia sin poder salvarme.

—¿Eh, Andra? ¿Aló, estás ahí? —Escucho la voz de Marco y me despierto de mi ensoñación.

—¡Ah! ¿Qué quieres? —No estoy de humor, solo eso digo.

Su mirada se inquieta y hace un gesto con la mano para calmarme.

—Vamos a calmarnos, ¿ya? Parece que te has levantado con el pie izquierdo.

Finjo una sonrisa y lo miro detenidamente.

—El martes no es mi día favorito de la semana —le digo resignada—. Por el contrario, es cuando el mundo se pone en mi contra.

Marco pone los ojos en blanco y suspira fastidiado.

—Otra vez con lo mismo. ¡Ya te he dicho que no eres el centro del universo!

—Para mí sí —replico, cruzándome de brazos—. Esta es mi historia y, por lo tanto, soy la protagonista. ¡Es obvio que esto se trata de mí!

—Estás loca —susurra él y se aleja de mi sitio.

Está bien, tal vez, puede ser que sea un poco egocéntrica pero siempre he creído que mi vida es como una novela, más bien tragedia, y al ser escritora supongo que tiene sentido. Crear, inventar e imaginar es lo que me hace feliz, lo que me mantiene con vida. Sin ello, no sé si seguiría en este mundo.

El resto del día pasa, hablo con mis amigas pero hablamos de las mismas tonterías que siempre por lo que ni me molesto en prestarles atención. Sé que sospechan que algo está mal en mí pero no quiero preocuparlas. No deseo tampoco que alguien sepa de mi condición y lo que haré después de clases.

El timbre suena y todos salimos apurados, o tal vez fui solo yo. Ni siquiera me despido bien de mis amigas, tan solo un "hasta luego" y salgo del aula. Camino prácticamente corriendo por las escaleras y salgo disparada hacia el paradero. Ni siquiera me percato de quiénes pasan a mi lado y, en realidad, no me importa. Tan solo quiero irme ya.

Respiro hondo apenas llego a mi paradero y siento que las fuerzas me abandonan. ¿Por qué siento esta frustración? ¿Por qué siento este dolor en mi interior? ¿Por qué siento tanto enojo? ¿Por qué? No ha pasado nada hoy, ¿o sí?

—¡Arg! ¡Odio esto! ¡Maldito el día en que acepté ir! ¡Todo esto es una gran mierda! —vocifero sin darme cuenta de quién está detrás de mí.

Carajo.

—¿Eh? ¿Pero qué haces tú aquí? —le pregunto a Marco, quien me mira extrañado.

—Es la ruta que siempre tomo. —Es verdad, siempre va caminando a su casa.

—Oh.

No quiero seguir hablando pero él prosigue sin importarle lo que sienta.

—¿Por qué estabas gritando? ¿Está todo bien? —me pregunta con aparente preocupación.

—Sí, todo bien.

—¿Sabes que eres una pésima mentirosa? —pregunta él mirándome con resignación.

—¡No lo soy! Es solo que... no he tenido un buen día. Yo... estoy muy jodida.

Es la verdad. Estoy hecha un desastre como siempre. A veces tan solo quisiera quitarme todos estos paquetes de encima y huir de mis problemas, no enfrentarlos día a día.

—¿Por lo de Alberto? —pregunta él mirándome.

Oh, se enteró. Era obvio, no fui muy cautelosa cuando lo vi.

Creo que esto merece una explicación, cómo fue que sucedió eso. Fui a una fiesta en el verano, obligada otra vez, y resultó que la novia que no reside en este país de Alberto había llegado a visitarlo. Los dos estaban tan cariñosos y melosos durante toda la fiesta que intenté no mirar en su dirección por el dolor que me causaba. Mas, con mi suerte, mientras fui a por unas bebidas, los vi besándose apasionadamente en uno de los pasadizos de la casa de Karly (sí, era en su casa) y no pude hacer más que correr y correr hasta que llegué al jardín y empecé a llorar.

No me enorgullece el que pasara eso y mucho menos el que la gente terminara enterándose de que me puse a llorar de la nada. Algunos rumores decían que fue porque mi novio (sí claro) terminó conmigo o porque estaba con la regla, pero es mejor que sigan creyendo eso a que sepan que fue porque vi a esos dos.

Una de las razones puede que haya sido mi sensibilidad después de lo ocurrido en Halloween. Ese chico me había hechizado, en ocasiones aún creo que sigo bajo su encanto, y el separarme de él tan abruptamente me hizo muy infeliz por los siguientes meses. Eso mezclado con los confusos y estúpidos sentimientos de un amor de un solo lado por ese idiota de Alberto hizo que terminara en una crisis.

—Oh, las noticias vuelan rápido —digo con amargura.

—Tienes que dejar esas tonterías, Andra. Como un buen amigo te lo digo: él tiene novia y no te quiere. Nunca te ha querido así que deja ese enamoramiento y concéntrate en la universidad que es más importante.

Él tiene razón, tengo que enfocarme en mis estudios más que en estupideces de adolescentes. Además, prometí que nunca más me fijaría en alguien por lo que me siento mucho mejor de lo que me sentía antes. Pero, ¿por qué ese pensamiento no me hace sonreír?

—Sí, lo sé. Soy una idiota. Es solo que han sido muchas cosas últimamente y necesito un respiro. —Tan solo quisiera cerrar mis ojos.

—No eres una idiota —me dice con una pequeña sonrisa de consuelo—. Solo eres muy exagerada y complicas todo cuando en realidad es bastante simple. Con el tiempo todo va a pasar.

Sí claro. Mis problemas con las personas desparecerán, sobre todo el gran resentimiento contra mis compañeros por ciertos hechos de mi pasado. Oh, y también este continuo sentimiento de desconfianza y abandono hacia quienes me rodean. Todo parece tan fácil, ¿no?

—Ojalá tengas razón —susurro sin mirarlo.

—Oye, debo irme. Nos vemos —dice y yo intento despedirme haciendo un gesto con la mano pero él niega con la cabeza—. Despídete de una buena forma.

Acerca su rostro a mi mejilla y ambos nos despedimos con un beso. Es un chico realmente extraño y con tantos problemas, distintos a los míos, pero aun así lo estimo.

Veo cómo se va, volteando en ocasiones hacia mi dirección, antes de subir al bus que esta frente a mí. Serán tan solo 45 minutos de viaje y espero que acabe muy pronto.


Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora