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Tuve que insistir mucho pero mi mamá me ha dado permiso para ir a la fiesta. Casi doy un salto de la emoción. Eso sí, voy a tener que estudiar mucho más de lo que creí para poder pasar el examen de admisión. En realidad, en este momento estoy temblando. Corro lo más rápido posible para llegar a mi casa, almuerzo y por primera vez en varios días, no voy a las clases de la tarde. Este puede ser un error garrafal, pero... solo por hoy lo voy a permitir.

Busco el vestido entre las cosas que están guardadas y después de un largo rato lo encuentro. Vaya, ha pasado un largo tiempo. La última vez que lo tuve en mis manos estaba recordando todo lo que había pasado en esa maravillosa noche. Pensé que todo había sido un sueño, un sueño que me había sido arrebatado por la triste realidad en la que vivo. Pero... ahora ya no sé si eso era verdad.

Recuerdo los nervios que tenía cuando me lo puse por primera vez y lo mucho que sufrí con el corsé. Recuerdo como las mangas largas azules con bordados negros cubrían mis brazos y cómo estos hacían que mis manos se vieran tan pequeñas. Recuerdo también como el vestido se ceñía a mi cuerpo, como si fuéramos solo un ser. Y ahora que me veo al espejo, noto cuán diferente me veo. Estoy más alta y mi piel se ve un poco más tersa. Hay cierta melancolía en mi mirada, tal vez por todo lo que he perdido durante estos últimos meses. Crecer es difícil, eso dicen, y yo puedo confirmarlo. Crecer es aprender a dejar atrás lo que quieres cuando sabes que te hace daño. Eso es lo que he aprendido durante estos meses.

Me siento y me aplico un poco de lápiz labial rosa mientras noto cómo mi rostro va cambiando. Un poco de sombras azules y negras también ayudará. Tengo que recrear el maquillaje que llevaba puesto hace tiempo y es un tanto difícil recordar los detalles.

De igual manera me voy a poner el antifaz, ¿no?

Sí, es algo inútil esforzarme tanto. En fin, arreglo mi cabello en un moño alto y me pongo el antifaz azul oscuro. Ahora, realmente soy el reflejo de la chica de esa noche. No soy realmente yo, sino la fantasía que quería llegar a ser. Me pregunto si él me reconocerá o si siquiera él estará ahí.

—Es la última vez que haré eso —me digo a mí misma—. Después de esto, dejaré todo en el pasado.

Salgo de mi habitación y veo que mi mamá me mira con los ojos muy abiertos.

—Hijita, ¿vas a ir con el mismo disfraz?

—Sí, me quedó tan bien que no me imagino vistiendo otra cosa —le miento y ella suspira—. En un rato va a venir el taxi a recogerme y a llevarme a la casa de Alana.

—Ten cuidado, Andra, y cualquier cosa me llamas, ¿está claro?

—Por supuesto, mamá —le digo antes de darle un abrazo.

Un rato después, el taxista toca la bocina y yo me despido de mi mamá. Ella me desea todo lo mejor y me dice que después va a ir por mí a la casa de Alana. Yo la tranquilizo y me subo al taxi. Estoy temblando por los nervios y siento que el corazón me late a mil por hora.

—Mierda, ya no falta nada.

***

Cuando llego a la casa de Alana, ella se muestra sorprendida al verme con el mismo vestido. Yo le doy la excusa más rápida que se me ocurre.

—Me gustó tanto que quise probármelo otra vez. ¿Qué tal?

Alana, quien ahora se ha arreglado como una diosa griega, me mira muy extrañada. Creo que, pese a todo, entiende mi lógica así que no se esfuerza en contradecirme. Supongo que ambas estamos empezando a aceptar que mis decisiones a veces son muy extrañas.

Saludo a sus padres y a su hermana y conversamos por un rato. Después de estar un rato conversando, nos despedimos de la familia de Alana y tomamos un taxi para ir a la fiesta. Ahora sí que estoy jodida. Ya he hecho todo lo humanamente posible por encontrarme con el caballero así que ahora le dejo al destino la última decisión.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora